29 feb 2012

El Arte de Viajar

Si para conseguir lo conseguido
Tuve que soportar lo soportado
Si para estará ahora enamorado
Fue menester haber estado herido
Tengo por bien sufrido lo sufrido
Tengo por bien llorado lo llorado
Porque después de todo he comprobado
Que no se goza bien de lo gozado
Sino después de haberlo padecido
Porque después de todo he comprendido
Que lo que el árbol tiene de florido
Vive de lo que tiene sepultado

Varias veces me han dicho que leer el blog (este o los anteriores) es como leer una especie de diario íntimo, algo que tengo que admitir que a veces me da un poco de miedo… Y es que al escribir, uno se entrega completamente, cuenta lo que quiere contar pero sin censuras, dice lo que quiere decir cuando incluso muchas veces no se atreve a hacerlo en la cara. Y esto dice mucho del escritor, básicamente está entregando toda la información que éste procesa, y con ella, entrega su libertad. Quienes ya lo conocían no podrán verlo jamás con los mismos ojos, y quienes aún no lo conocen tampoco podrán hacerlo como si no supieran nada de él.

Supongo que esto debe pasarle a todo aquel que practique alguna forma de arte: el director de una película, el compositor de una canción, el pintor de un cuadro, o el escultor de un busto. Todos ellos dejan algo de sí en sus obras, todos ellos intentan mostrar, de distintas formas, lo que piensan, lo que sienten, lo que imaginan, o, lo que es más arriesgado aún, sus propios deseos más profundos.

Esto me hace pensar en qué es el Arte, y por qué es éste un concepto tan subjetivo. Bueno… creo que primero habría que intentar explicar qué es la Cultura. En mi opinión, la Cultura es todo aquello que nos identifica como sociedad, que muestra hábitos, idiosincrasia, y costumbres de todo un conjunto de personas, y se compone, entre otras cosas, por pequeñas unidades llamadas “Arte”.

Es así que el Arte no es más que una manifestación de aquello que nos identifica mediante una expresión de quienes somos: hay arte en un dibujo de un niño pequeño, en una escultura amorfa ubicada en el centro de una plaza, en una fotografía callejera, y hasta en la musiquita molesta que suena en el celular de un desconocido. ¿Pero por qué entonces no todos consideramos artísticas a estas cosas? Porque no todas ellas son un representante común de la sociedad. Podría decir, entonces, que éstas son “artes satélites” de aquellas: manifestaciones que adquieren sentido artístico sólo ante su creador o un grupo reducido y cercano de personas, pero no para la sociedad en sí. Es ahora que el Arte se transforma en un cuadro de hermosos paisajes, en una fotografía que retrata una costumbre, o en un documental sobre la forma de preparar un plato típico.

Bueno, ahora estoy donde quería llegar: ésta es mi forma de hacer arte. Viajar me identifica, me manifiesta, me expande y me hace crecer, y esto (la escritura) es mi forma de transmitirlo, es mi intento de que esto no sea un “arte satélite”. Y es sólo gracias a ustedes que en sus más de 10.500 visitas nos han mostrado que soñar es un denominador común a la sociedad, que realmente puede llegar a ser Arte: una esperanza que no se apaga, que está latente en todos ustedes y se multiplica con cada publicación, con cada vez que nos animamos a compartir más quiénes somos… Es sólo por ello que la entrega de libertad ya no se transforma en algo a lo que temerle, sino en un alimento que nos hace crecer juntos.

28 feb 2012

¿Por qué?

Uno de los grandes misterios que encierran los sueños es esa irracionalidad en su elección y la convicción de su realización. Uno no sabe exactamente qué es lo que lo mueve a cumplirlo o qué es lo que espera al final, es tan sólo un camino de un solo sentido bien marcado que se pierde en el horizonte, un camino que indica a viva voz que ése es el que debemos tomar... ¿Por qué tanto esfuerzo? ¿Por qué tanta seguridad al optar para hacerlo? ¿Por qué jugamos con esa inseguridad cuando en realidad toda nuestras vidas contamos con lo contrario?

Villa Carlos Paz, el Punta del Este del norte de Argentina, nos esperaría con su inmenso lago, sus famosos en las carteleras de los teatros, la amable bienvenida de una familia, y sus cerros desafiantes... Un lugar de esos a los que le escapamos era uno que ahora se cruzaba en nuestro camino: una ultranza de luces de colores, sonidos de motores, flashes de las cámaras y música a todo volumen irrumpían en aquel rincón del planeta una armonía que tan sólo a 10 kilómetros se comenzaba a respirar nuevamente, renovada por la pureza de los aires de la sierras.

Y era quizá uno de los desafíos, probarnos una vez más que en un lugar tan turístico continuaba existiendo gente auténtica: otra madre cordobesa, otro amigo con el que discutir las -no tanto- esencias de la vida, y otro desconocido con el que no hace falta más que un sólo litro de agua caliente y un mate para compartir tantas cosas como con los más íntimos amigos. ¿Es parte de este sueño probarnos que es esto posible? ¿Que la autenticidad de la gente existe a donde sea que uno vaya?

Para encontrar esa respuesta tuvimos que exagerar, y en una especie de ejercicio físico y espiritual, contra todas las advertencias y pronósticos, decidimos dirigirnos rumbo a Alta Gracia optando por un nuevo camino: Altas Cumbres.

Todos nos habían hablado de ese circuito, uno de más de 100 kilómetros de hermosos paisajes que nos desviaban de nuestro destino... a no ser que tomáramos una ruta alternativa. Y eso hicimos. No tan lentamente las subidas comenzaron a ser más, y sus pendientes más pronunciadas. Las bajadas casi no existían, y podía considerarse un privilegio el tan sólo hecho de tener un descanso... o una sombra donde parar a insultar.

Los paisajes, como la ruta, no daban tregua, y la excusa de la foto era la ideal para detenerse, observar el paisaje, y sentirse uno con él tras cada bocanada de aire desesperado.

¿Por qué tanto esfuerzo? ¿Por qué tanta seguridad al optar para hacerlo?

De a poco las nubes comienzan a asomarse, y pedaleando entre ellas, el sudor del cuerpo se mezclaba con el vapor del agua más pura, fundiéndose de forma natural en un abrazo al cielo.


¿Por qué tanto esfuerzo?

Al llegar al punto que nos indicaron como el fin de las subidas, una tormenta invisible se anuncia con sus fuertes truenos y se oculta tras sus rayos, tal como un buen soldado sabe hacerlo. Ahora ya no se veía nada, ni desde la cumbre ni sobre la ya desierta ruta.


¿Por qué?

Era cierto, la bici descendía a la misma velocidad que la tormenta se acercaba, y la bajada se convertía en una guiñada del camino. Lo habíamos logrado. Y pese al esfuerzo y la tormenta eléctrica, el camino todavía invitaba a continuar, sus flechas y luces de colores imaginarias decían que ése había sido el recorrido correcto. 

Aún no se por qué tanto esfuerzo, ni por qué tanta seguridad al hacerlo, pero conozco el abrazo cálido de un desconocido, el esfuerzo de luchar contra mí mismo en una pendiente, y la satisfacción al hacer todo esto... Pero más importante aún, se que no siempre es necesario subir a un cerro para ver mejor.

24 feb 2012

Cuarteto, Fernet con Coca y Hospitalidad

Llegar a ciudad de Córdoba supuso un desafío al clima y a los piquetes, siendo este último una causa del primero debido a un prolongado corte de energía eléctrica que aquel ocasionó y que nos obligó a avanzar entre cubiertas prendidas fuego y humo negro, al son del "Permisooooo..." furtivo a los manifestantes y sus protestas que menguaban ante el curioso espectáculo que ofrecíamos y que ellos sabían alentar al grito de: "¿De dónde vienen?".

El haber sido el último que había visto el mapa me otorgaba la calidad de guía temporal, cargo que ejecuté dando una vuelta completa al Parque Sarmiento, pensando que estaba en el camino correcto sólo para volver al punto de partida... pero es que de eso se trataría Córdoba.

"¿Todavía siguen por acá?"
Varias veces habíamos dicho a la gente que conocíamos que sin dudas nos veríamos a ver; pensamiento que bien reflejaba lo que queríamos pero no así lo que pensábamos que iba a suceder. Pero claro, pasó. Los primeros amigos que nos visitaron fueron Diego, Johanna y Magui, seguidos luego por Mica y Vero, todos de Luque. Aquel pueblo que tan bien nos había recibido sería ahora aquel que nos continuaría acompañando en nuestro próximo destino y transformaría las calles de una gran urbe en un pequeño pueblo, donde todos caminan lento, hablan pausado, y disfrutan tanto de un helado y de una cerveza como si de la primera se tratara.



Mirando
La primera vez que viajamos por una ruta antes de hacerla en bici sucedió a los pocos días de estar en la ciudad. Gastón, nuestro amigo de San Francisco, nos había propuesto conocer Villa Carlos Paz, un pueblo que encontraba su lugar en el perfecto equilibrio que suponían las laderas de las sierras y la vera del Lago San Roque. Así que con él, no muy temprano en el día, salimos a recorrer el cerro de La Cruz, aquel que nos descubre y recuerda la importancia de mirar, mientras se dibuja en el horizonte un sol que haciéndose paso por un intrincado camino de nubes, se despide del mundo que, bajo nuestros pies, se retira a descansar.


del’Sost
Era una noche que amenazaba tormenta aquella en la que hace unos cuantos meses decidí juntarme con una desconocida y su CouchSurfer español para ir a ver blues. Me bastó con un par de notas musicales y una noche para sentir que Maran, su huésped, era una persona especial, de esas que escapan a lo común, como sus conocimientos. Al despedirnos no pensé que fuera a volver a verlo, pese a su inminente retorno en Montevideo. Y no fue hasta el penúltimo día en Córdoba que me acordé de su residencia en la ciudad. Así que decido escribirle, y en cuestión de horas, volvíamos a encontrarnos en un abrazo fraternal, uno discontinuado en otras latitudes. Un almuerzo vegano, charlas sobre nuestras vidas, y una planificada excursión al Cerro Uritorco fueron más que suficientes para reanudar una amistad que, recién ahí, no la descubro como truncada.


"Tres acordes y la verdad"
Pero la sorpresa más grande vendría quizá de la mano de Santiago, viejo amigo de antiguas andanzas que allá en Montevideo sabíamos llevar a cabo entre mates, guitarras, videos de Les Luthiers y libros de matemáticas. Debo admitir que no fue grande la sorpresa que me llevé cuando me comentó el nuevo rumbo que decidió darle a su vida, pese a que me costó comprenderlo. A sus 24 años decidió abandonar el mundo de lo abstracto y material, y dedicarse a algo que la mayoría tildaría de "loco" (y que yo acompañaría yéndolo a visitar en bicicleta): Estudiar para sacerdote. En aquel lugar conocimos a todos sus compañeros, con quienes compartiríamos charlas tan intensas como el tiempo que duraría nuestra estadía. Retiros de silencio, oraciones, tareas para el Noviciado y discusiones de toda índole (racional y espiritual) cubrían el ambiente de un velo distinto, uno en el que se respiraba paz y se contrastaba la naturaleza con la religión. La colaboración, la investigación y la sabiduría, estrechaban sus manos en un pacto de sangre, uno que duraba toda la vida, que implicaba despojo de elementos materiales, desapegos familiares y de amigos, y que indicaba el comienzo de un viaje interior del que estaba orgulloso formar parte... tanto como él del mío... y no sólo por la amistad que nos unía, sino por uno que allí mismo, mientras los observaba rezar, descubrí: ambos caminos, si bien distintos, nos conducen a lo mismo.


Cuarteto, Fernet con Coca y Hospitalidad
Y al final, tras dar la vuelta al Parque Sarmiento pensando que estábamos en el camino correcto, volvimos al mismo punto sin encontrar nuestro destino. Quizá porque era eso lo que necesitábamos: saber que nuestros caminos, todos ellos, van volver a cruzarse; y que cuando lo hagan, será maravilloso... otra vez.

20 feb 2012

Como lluvia de Enero


Descolgate del cielo como lluvia de enero
dale vida a la gente y siente.
Aunque tú no lo veas mojale las ideas
que broten nuevos sueños siempre

Más de 1.100 Km tuvieron que pasar para tener la primera vez de las adversidades más básicas... y las alegrías menos buscadas. Con un dolor de estómago punzante, escapamos de Las Varas con la lluvia pisándonos los talones. Las noticias continuaban llegando de todos lados: cortes de luz, árboles caídos, y Córdoba Capital inundada. No era alentador, pero queríamos aprovechar las eventuales ausencias de sol para hacer la mayor cantidad de kilómetros posible; así que temprano en la mañana, nos montamos en nuestros vehículos para un día más en la ruta, una noche más en un pueblo, y llegar al otro día a la tarde a la ciudad de Córdoba.

Pero el camino nos sorprendió: unos kilómetros más adelante sucede nuestro primer pinchazo. Tras una rápida reparación (o sea, cambiar la cámara y listo), continuamos nuestro camino, cada vez más rápido, mientras observábamos una cortina de lluvia que de a poco tapaba las antenas del pueblo más cercano. La intención era ganarle, el viento estaba a favor, la ruta era plana, nuestras piernas se movían lo más rápido que podíamos... y por todo eso tuvimos que parar en una fábrica porque ya nos estábamos mojando.

El resto del camino, entre pueblo y pueblo, no nos dio tregua, y la guerra contra el clima era continua. Ya cansados nos detenemos en Calchín, donde un cartel nos invitaba a continuar unos 12 Km más hasta Luque. Paramos. El Danny me mira y dice que haría lo que yo decidiera. Dudo. Continuamos.

Apenas llegamos a Luque, buscamos alojamiento en la Iglesia que, con su cura de vacaciones, nos invita a ir a la pileta municipal: el agua hervía de niños y jóvenes que entraban, salían, se volvían a meter, jugaban a la pelota, gritaban... y no fue necesario esperar mucho, que apenas estacionadas nuestras bicicletas, se aparecen tres de ellos: Matías, Sofía y Danilo que haciendo las clásicas preguntas, se ofrecen a armar la carpa.

Dudando del quilombo que se podía armar con los chiquilines intentando ayudar, les dijimos que sí, pero en cuestión de minutos la carpa se encontraba armada, en perfectas condiciones, y ellos felizmente recorriendo el parque de lado a lado con nuestras bicicletas. No tardamos mucho en toparnos con Diego, el bañero, que apenas luego de habernos conocido, ya nos invitaba a quedarnos hasta la fiesta que habría ese mismo fin de semana... De la misma manera, tampoco tuvo que pasar mucho tiempo para encontrarnos con Rossana, la esposa del intendente, que en cuestión de escasos minutos ya nos ofreció la pileta para todas las veces que quisiéramos y la entrada (gracias también a la insistencia de Diego) a la famosa Fiesta de la Familia Piamontesa.

Fue la excusa de una tormenta a la mañana siguiente la que utilizamos para quedarnos en Luque una noche... y dos noches... y tres, cuando finalmente la amenaza parecía hacerse real y, en la casa de Sofía, la familia nos insistía que nos quedáramos con ellos. Y así fue: tras un desarme express ayudado por todos los hermanos de la familia, metimos todo en el inmenso garage.

Al día siguiente no llovió, y lo mismo esa noche, en la que todo el pueblo se unía en la fiesta,  que simbólica y transatlánticamente unía dos pueblos: Luque, en Argentina y Piemonte, en Italia. Desde la bagna cauda hasta las empanadas, desde  el cuarteto hasta la tarantela, todo el pueblo parecía vibrar al son de la conservación de la identidad, pero también de la consciencia que subyace en la hermandad de nuestras diferencias... tal como nos lo mostraba la familia Rodriguez, que acompañándonos en tal celebración, nos hacían sentir suyos, olvidándonos de nuestras diferencias al ritmo que marcaba una ronda de mate.

Las dos noches siguientes decidimos compartirla con Diego, pero no sin antes abrazarnos con todas las fuerzas a la tan hermosa familia que todo nos había brindado: Sofía, Darío, Micaela, Alberto y Alicia, mi mamá cordobesa, que aún entre lágrimas nos insistía con su: “¿Seguros que no precisan nada más?”, pregunta que al pronunciarla, juro que se podía escuchar en sus ecos una voz conocida y segura, una voz que coincidía con la de mi propia madre.

Diego y su familia siguieron con esa hospitalidad de la que tanto nos habían hablado de los cordobeses. Entre tardes de piscina, bicicleteada por el pueblo, y charlas, Diego y su familia nos insistían en quedarnos, recordándonos el supuesto gualicho que una vez hicieron a la semana en la que se realizaba la fiesta. Según nos cuentan, en sus primeras celebraciones, un grupo de gitanos quiso participar, pero fueron echados rápidamente por la comunidad; entonces, enojados por tal actitud, hicieron una maldición al pueblo, y desde aquel momento, cada año sufría una nueva tormenta en sus albores.

Real o no, este año parecía no aflojar, y si bien todos los días parecía que iba a llover, aún continuaba sin caer una gota. Pero el séptimo día sería el decisivo. Luego de aplazar la partida en más de 3 ocasiones, los pobladores de Luque ya nos saludaban con un: “¡Hola!”, seguido de un “¿Todavía siguen por acá?”. Pero ya no más; tiramos una moneda: si salía cara, nos quedaríamos en Luque, de lo contrario, partiríamos. En la primera tirada, salió sol; en la segunda, sol; en la tercera, sol... ¡y en la cuarta, sol! Así que como la última vez, desafiando al gualicho que amenazante se aproximaba sobre nuestras cabezas, tomamos nuestras bicis y cargado más de emociones y de recuerdos que de equipaje, partimos rumbo a Córdoba Capital, con cada pedaleada como de nostalgia, con cada pedaleada como de alegría, con cada pedaleada como el primer día.


Espejo


Ya el camino a San Francisco supuso nuevos récords: el de la tirada más larga, el de la ruta más plana, el del calor más insoportable, el de la velocidad promedio más alta, y el de llegar a los 1.000 Km. Ninguno de ellos importante, si no fuera porque sabemos que ahora menos de nosotros mismos no podemos esperar.

Cuando el cuenta kilómetros arañaba ese simbólico numero, unos camioneros nos gritan desde una altura semejante a la del cielo: “¡Vamos, Uruguay!”, grito que a forma de reflexión nos daría la bienvenida de la mano de Chichi: “¡¿Qué onda con Uruguay?!”

Y es que no fue necesario siquiera llegar a San Francisco para saber que lo que venía sería estupendo. Una sola llamada al rayo del sol ya transmitía una voz amiga, una que bajo un: “¿Andan bien, chicos? ¿Cómo les trata el calor?” nos invitaba a pasar, refrescarnos, y formar parte de una familia tanto de sangre como de amigos, que en cuestión de horas organizaría una ronda de Chancho internacional.

Pero no fue curiosamente la llegada a la provincia del Fernet con Coca donde tuvimos nuestro recibimiento más profundo, sino en el patio de Josefina un pueblo que aún en Santa Fé, se fundía con el de Córdoba en una tríada de pueblos cuyas diferencias no eran visibles ni en el acento. Allí Gastón, nuestro principal anfitrión, nos contaría de sus ansias de viajar y sus ganas de conocer, identificándonos a nosotros mismos en el momento previo a la decisión.

No fue más que necesario una noche, unos cuantos mosquitos, y un cielo que explotaba de estrellas para comenzar a iluminar los recovecos de nuestras memorias, de nuestras pasiones, de nuestros sueños truncados, y de nuestros sueños vividos. Y fue en esa sinergia producida por quienes hablan el mismo idioma, que un espejo de historias parecía surgir como del manantial más puro, alimentando de forma directa nuestras personalidades, cuestionando nuestro pasado.

Y es sólo gracias a ese espejo, el simbólico y el real que nos regaló su tío, que aprendimos a ver hacia atrás, a cuidarnos a nosotros mismos y entre nosotros mismos, pero siempre mirando hacia adelante.


Arritmia

Al momento de escribir este post vamos 46 días de viaje, y jamás tuvimos que pagar alojamiento. Aún hoy ese dato me asombra, y discutiéndolo con el Danny decidimos que así debería ser, que a no ser por un caso de necesidad real, no pagaríamos hospedaje. ¿El motivo? Queremos mostrar que las cosas se pueden hacer de una manera distinta, en la que el dinero no es siempre el principal motor.
Y no se me ocurre mejor ejemplo de eso que Milva, que sin saberlo se convertiría en nuestra guía en esa materia. Ya nos lo había advertido, a las 19:00 tenía un partido de volleybol, por lo que debíamos intentar llegar antes a su casa. Con un “Adiós” ahogado en nuestras gargantas nos despedimos de Melisa en Paraná y de Diana, una amiga uruguaya que de pura ca(u)sualidad nos encontramos allá.

Llegamos 18:40, y Milva nos recibe con un gran abrazo y una sonrisa afable. Inmediatamente nos presenta su casa, la que compartirá con nosotros durante los próximos 4 días, y sin más, yéndose, nos dice:
- Aquí tienen la llave de ustedes, vuelvo en una hora y algo
En tan sólo un gesto logró representar lo que miles de guerras tratan de refutar.

Los días siguientes nos lo tomamos de descanso, por  primera vez en el viaje intentaríamos aprovechar para decantar todo lo que habíamos vivido, todo lo que habíamos aprendido. Nunca pensé que iba a ser tanto, y que tan poco sería el margen para escribir para el blog, para escuchar música, leer, o incluso y lo más importante, estar quieto... Claro, ¡pelotuda la conclusión mía teniéndose en cuenta que viajar trata de moverse! Pero más que eso, se trataba de asimilar todo lo que había sucedido: la gente que habíamos conocido, las dificultades que habíamos pasado, ¡y tan solo en 19 días de viaje!

Luego de habernos puesto un poco al día, con el misma calma que habíamos adquirido, recorrimos la ciudad de Santa Fé, que entre sus viejas ruinas dejadas por el paso de los Franciscanos, dejaba entrever fragmentos de historia contemporánea, dictadas entre mate y mate en una clase informal por el maestro Lalo, el novio de nuestra anfitriona.

Y así fue que, recordando nuestro paso en las últimas semanas, tejimos puentes de nuevo a Gualeguaychú, y de ahí a Uruguay, para que nuestra guía reencontrara en su futuro lo que nosotros en nuestro pasado: “ecos de candombe, de murga, de rock en el Teatro de Verano” ↗, para así conocer el carnaval de mi tierra, ese en el que el círculo se cierra una vez más, y una amiga, que comprende el concepto de que las cosas se pueden hacer de forma diferente, le devuelve el gesto alojándola en su próxima aventura.

A vos mismo

Todavía recuerdo, lejanas en el tiempo, mañanas de invierno en la Escuela Artigas de Las Piedras, la larga caminata por el pasillo hasta el salón que, en los días despejados, permitía visulmbrar el cerro de Montevideo. Me basta con cerrar los ojos para recordar mis compañeros de clase y mi maestra Liliana, la que en 4to año se esforzaba por recrear, utilizando a la historia y a la geografía como rehenes, nuestra identidad como Uruguayos. Recuerdo que tomaba un gran mapa de Sudamérica y esforzándose intentaba que nos ubiquemos en aquel rincón de cartón plastificado, en una marea de líneas curvas y rectas de todos los colores y grosores imaginables.
- Acá está el Río Uruguay, que le da nombre a nuestro país, que está de este lado; y del otro está Argentina. Este río se llama Paraná, y es también muy importante, porque cuando se junta con el Uruguay forman el Río de la Plata, este enorme que está acá abajo.

Y así fue; me bastó con abrir los ojos para encontrarme sumergido en aquel paisaje que directamente desde los empolvados rincones de mi memoria, tomaban la forma de un lugar majestuoso.

La Ciudad de Paraná nos recibía entre taxistas que curiosos se acercaban a nosotros haciéndonos las preguntas de rigor. Enseguida, llega Melisa, nuestra nueva maestra que, como ellas, abría las puertas de su casa y de su propia vida para compartirla con nosotros. Tuvieron que pasar sólo minutos, para sumergirnos en viejos cuentos de hadas, improvisados en la calle y terminados en una cena al lado del río; horas para ser uno más con sus amigos y sentirme como en casa, libre y niño a la vez, comiendo un asado, tomando mate y entrándole a las tortas fritas una tarde de lluvia; y sólo un día para conocer a su familia y formar parte de ella... Al final, la maestra tenía razón, y Paraná se fundía con Uruguay para formar una sola identidad, esa que más que separar, nos unía aún más.


8 feb 2012

Un mes


Ya pasó un mes desde aquella hermosa mañana cuando salimos, fueron más de mil los kilómetros que se han recorrido, pero infinitas las sensaciones vividas. 
No creo que se logren encontrar las palabras justas para describir todo esto, imagino que sólo quienes se animan a largar todo y pelear por sus sueños, son quienes lo lograrán entender. Es muy difícil tomar esa decisión, pero les aseguro que después que lo hacen, se lo agradecerán por siempre. 


En este mes hemos conocido mucha, pero mucha gente; varios de ellos, a pesar de haber estado muy poco tiempo juntos, marcaron muy fuertemente nuestros corazones y nos hicieron reconfirmar lo importante que es priorizar los sentimientos por encima de la razón. Hemos compartido con una gran variedad de personas, de diferentes estatus sociales, la gran mayoría sin conocernos previamente, pero casi todos nos abrieron sus puertas, muchos de ellos hasta las de su corazón y es indescriptible la conexión que se logra cuando uno se abre completamente y deja fluir libremente los sentimientos.


Este fué el primer mes de varios que vendrán, las diferencias culturales han sido muy pocas por el momento, pero el aprendizaje y el crecimiento igualmente ha sido muy grande; y el cariño recibido, imposible de transmitir con palabras.


A todos ustedes, a los que nos apoyan desde su casa por internet; a quienes nos brindaron un lugar para poner la carpa, un colchón en el piso, una cama, un plato de comida, esa recarga de agua fresca en una tarde con más de 35° de calor, esa breve charla en el medio de una calle, ese bocinazo o saludo en la ruta, esa sonrisa y bienvenida a cada pueblo, ese abrazo sincero; a todos los que aún no conocemos pero sabemos nos están esperando para mostrarnos sus diferencias, sus culturas, sus bellezas, sus costumbres, y también compartirnos su amor y cariño, les queremos dar las GRACIAS por ayudarnos y darle un mayor sentido a este sueño.


7 feb 2012

De Carnavales

Argentina nos recibió en ronda, como lo haría en cada pueblo en que paremos. Apenas bajamos las cosas del camión, el dueño de una panadería y unos cuantos empleados, se congregan a nuestro alrededor mientras armábamos las bicicletas. Nos preguntan quiénes somos, a dónde vamos, cuántos kilómetros hacemos por día, y todas las demás preguntas que de a poco vamos aprendiendo a responder.

Luego de despedirnos y almorzar, descubrimos la colorida rambla de Gualeguaychú, esa tan famosa por sus carnavales, su gente, su música y su alegría. No hacía falta que alguien viniera a hablarnos, el sólo hecho de estar sentado bajo la muy preciada sombra de un árbol ya nos decía que era un lugar donde lo que se respiraba era alegría.

Y así nos lo confirmó Cocoi, nuestro anfitrión que de brazos abiertos nos saluda en la mismísima rambla y nos invita a conocer las termas que descansan del otro lado del río.

Al llegar conocemos quienes compartirían el próximo día con nosotros: Emir y Carola junto a Nacor y Johanna, dos parejas que no dejarían de sorprendernos al dejarnos llevar por ese júbilo que inundaba la ciudad en plena época de carnavales, que nos sorprende, no en el corsódromo, sino en Solar del Este, playa plagada de arena mojada, espuma y sobre todo mucha música.

Fue en medio de tanta fiesta que los sueños encontraron su lugar, cuando Emir y Carola nos cuentan sobre su incipiente viaje a dedo desde Ushuaia hasta Perú, una aventura que venían anhelando hacía tiempo y que, enfrentando sus miedos, decidieron vivir: ahorraron unos meses, dejaron sus respectivos trabajos en España, y se tiraron al agua: esa misma que hoy transmitía una sinergia particular, en ese lenguaje que hablan quienes comparten sus sueños y saben que en algún momento se van a encontrar, sólo porque por ellos se guían.

No fuimos al Carnaval, no tiramos agua en un pomo ni bailamos por las calles de la ciudad, pero puedo asegurar que no fue necesario, que junto al río homónimo al lugar, entre mate y mate que compartíamos con Cocoi, pudimos vibrar al son de la música, esa que se dibuja en la risa contagiosa de cada Gualeguaychense.

Sin retorno

¿A dónde voy
con mi silencio?
¿A dónde voy?
Silbo y ya no pienso...

Ya ha pasado un mes y dos días desde que partimos a vivir este sueño, y de a poco comienzo a familiarizarme más y más con las inquietudes de muchos, que a su vez son las mías...

Es curioso como las preguntas se repiten, cómo las respuestas varían, y cómo uno muchas veces las responde con total seguridad, aunque en realidad no tenga la más pálida idea de lo que decir.

Una de esas preguntas difíciles de responder es "¿Hasta dónde van?" seguida de "¿Y cuánto tiempo tienen?" con su correspondiente aclamación "¡¿20 meses?!" como para asegurarse de que han escuchado bien.

Bueno... escucharon bien, 20 meses, pero la respuesta es en realidad más larga. Un viaje de este estilo te cambia todo; uno muchas veces sale por la mañana sin siquiera saber dónde dormirá esa noche, pero de alguna manera sabe que será en algún lugar tranquilo... Bajo esas condiciones mucho menos puede uno saber qué hará en 2 semanas, 1 año, o 20 meses, así que en realidad este es, en verdad, un viaje sólo de ida.

No digo con eso que uno no pueda volver, ni que no quiera hacerlo, en realidad dista mucho de eso. Sólo estoy diciendo que vivir un sueño (sea este o cualquier otro) es en verdad un evento que te cambia para siempre, un evento del que uno aprende a cada instante, incluso, de aquel de hace un año y medio, cuando decidió vivirlo... y es que justamente ése es el desafío: vivirlo.

Quién sabe... Quizá en 2 semanas me encuentre contando que me vuelvo a Uruguay, que en 10 meses me descubra contándoles que conocí a alguien y decidí quedarme en donde estoy, que en un año decida comenzar a trabajar y establecerme, o que en 20 meses me vea haciendo aquella carrera que dejé, retomando lo que hoy está a 1.300 Km de distancia... Y aún así, no fracasaría; aunque decida irme mañana de vuelta en monopatín a Uruguay, no fracasaría.

Fracasar sería no animarme a vivir lo que siempre soñé, dudar de mis propias ganas de hacerlo, temer a lo que soy o puedo llegar a ser, quedarme... pero nunca, jamás, volver.


5 feb 2012

Puentes


Un dolor de rodilla, la hermosa rambla de Mercedes y la amabilidad de su gente fueron los elementos que compusieron la última foto mental que tomaría de Uruguay. 10 días habían pasado desde aquel momento en que cortamos la cinta de largada: aquel papel higiénico que tembloroso se mecía con la brisa cálida de una mañana de verano, como dudando de nuestra capacidad de partir, reflejando en ella nuestras propias incertidumbres.

Pero aquel día la ruta se fue dibujando con el calor intenso de la tarde, con la llegada a Nueva Helvecia, con la calidez de la sonrisa de Silvana, con los pedaleos de los días siguientes: tardes de lluvia y guitarra con Isra, un viaje al pasado con César, una distancia cultural que nada tenía que ver con la geográfica en Pueblo Agraciada, y luego, la incertidumbre de la noche en Mercedes.

Mientras pedaleaba rumbo al Puente de Fray Bentos, no podía abandonar aquellas imágenes, aquellos gritos de alegría, aquellas tardes de sudor que empañaban los lentes de sol, la energía robada a la música que de a ratos sonaba por los auriculares, y la sonrisa enorme al informarnos en el club Praga de Mercedes que esa noche nos podíamos quedar en el velódromo municipal…

Cada loma, cada cerro, cada centímetro cúbico de viento en contra durante el trayecto formaba parte de un escenario que si bien era conocido, desarrollaba actuaciones sorprendentes. Las dunas móviles del Polonio, las tardes de mate y rambla en Montevideo, los litros de sidra tomados y desparramados por el piso del Mercado del Puerto un 24 o un 31, el viento juguetón de las sierras del Yerbal; todos ellos habían sido escenarios de una cultura, de una misma moneda, de un mismo lenguaje, de una misma identidad; y hoy, esa identidad, de a poco, se transformaba en el arte de levantar un pie tras otro, como en un ballet perfectamente sincronizado: adelante, siempre adelante, guiado por los ecos de un pasado no lejano de candombe, de murga, de rock en el Teatro de Verano, y últimamente, de Jazz a orillas del Río Negro.

Tras las distorsiones del calor, aparece esbelto y desafiante, el Puente General San Martín, el separador simbólico de una misma tierra, de una misma identidad más intrincada y profunda, un marcador más en un mapa. Pero no es cualquiera: es el primero de muchos.

Con la adrenalina inundando nuestro corazón y nublando mi capacidad de razonamiento, me bajo dubitativo de la bici y camino hacia Emigraciones, donde le explico mi situación y, dudando, me dice que no hagamos ninguna cola, que nos marcaría allí mismo la salida. Inmediatamente después del papeleo obligatorio, me dirijo a Inmigraciones de Argentina, donde nos indican que hasta no conseguir transporte no podrían sellarnos la entrada... Ahora sí era el momento de hacer dedo por primera vez.

Luego de preguntarle a cuanta camioneta argentina se apareciera si podía cruzarnos, y algo desmotivados por la constante negativa, el Danny observa un camión chico, con un conductor de pelo blanco y sonrisa amable que sin dudarlo nos dijo que con gusto nos llevaría hasta la mismísima ciudad de Gualeguaychú.

Una vez montados en nuestro medio de transporte temporal, mando mis últimos mensajes de texto, una especie de cometa remontado a la memoria. Saco la cámara por la ventana y observo el río Uruguay por primera vez desde una perspectiva diferente, y de a poco me sumerjo más profundamente en un sueño… uno que una vez tuve y que ahora podía contemplar con serenidad mientras el Danny conversaba con aquel conductor, uno de pelo blanco y que nos cruzaba de lado a lado, como la cinta de largada, uno de sonrisa amable, cuyo origen era Las Piedras.


 
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