24 ene 2012

Desvío

Observando un viejo mapa de ANCAP nos percatamos de un posible desvío hacia Dolores pasando por Pueblo Agraciada y evitando Nueva Palmira. Varias personas nos comentaron que la ruta se encontraba en buenas condiciones, así que decidimos jugárnosla y probar suerte.

Tras unos cuantos kilómetros y tomar unos pocos por un camino de tierra para llegar a Pueblo Agraciada, ningún cartel parecía indicar que Dolores quedaba cerca, así que resignados preguntamos en una panadería. El panadero nos dijo que no conocía la cortada que pretendíamos hacer, y que lo mejor sería ir hacia la ruta en dirección hacia atrás.

No contentos con la respuesta, nos sentamos bajo la sombra de unas cañas a mirar el mapa... y las referencias, las cuales indicaban que la ruta que pretendíamos hacer no era más que un camino vecinal de pedregullo. ¡40 Km de camino de pedregullo hasta Dolores y recién tomar la ruta hacia Mercedes!

Desmotivados y avergonzados por la falta de atención, tomamos lentamente el agua que nos quedaba. El pueblo parecía deshabitado: no habían ni vehículos ni gente en la calle. Claramente era la hora de la siesta, pero si queríamos sobrevivir a la tirada hacia Dolores, teníamos que pedir agua en algún lado, ya que conseguir comida sería una tarea imposible. Fue entonces cuando se acerca un camión. El muchacho se baja, saluda, y entra a una casa. Enseguida sale una mujer, presumiblemente su madre. Nos saluda y nos pregunta si precisábamos algo... seguramente había leído la necesidad de agua fresca en nuestros ojos.

La acompaño a la cocina en búsqueda del preciado líquido y comienza el ritual de las clásicas preguntas... pero no con nuestra salvadora, sino con su esposo, que desde el otro lado de la habitación y sin aparecerse en ningún momento, las formulaba pacientemente a grito pelado.

A los pocos minutos la curiosidad de conocer la cara de mi interlocutor me obliga a meterme en el living, y tendiéndole la mano le digo mi nombre. Nuevamente y como su mujer, debió de haber leído la necesidad en mis ojos:
- ¡Negra! ¡Decile a Juancito que sirva el cordero que sobró de hoy así comen los gurises!

Bajo una parra en el fondo del chalet, la mesa estaba dispuesta, y Juancito, a su incalculable edad, nos servía la comida como si fuésemos su propio empleador.

- El cordero ese es criado en mi campo, acá no má'... No hay placer más grande que ir y elegir el que querés comer -decía Cacho-. Llega un momento en el que uno tiene que disfrutar de la vida, ya vivió mucho y ahora es el turno de descansar... Yo me dedicaba a la política, fui diputado en el período de Jorge Battlle.
- ¿Ah sí?
- ¡Claro! Por Soriano... era una linda época, fuimos a varios países y uno conoce varios lugares. Para hacer campaña salíamos en camioneta por los pueblos. ¡Si vieras cómo te trataban al ver que eras político! Es que la gente del interior es distinta... Ahora tenemos a los tupamaros en el poder... Y así tienen el país. Mirá que Jorge se los dejó en bandeja, mirá...
Con Danny nos miramos. Claramente el terreno de la política podía ser escabroso, así que decidí preguntar por sus viajes.
- ¿Y a dónde viajó usted?
- ¡Pufff! Yo me recorrí todo el mundo, por suerte he podido conocer mucho. Además siempre conseguías minitas... íbamos en los autos que alquilábamos y aprovechábamos... una linda época
- ¿Pero hace mucho de eso?
- No, no, un par de años no má' -decía con una gran sonrisa mientras su mujer lo miraba y sonreía, aprobándolo- ¿Quieren postre? Tenemos unos higos en almíbar deliciosos.

Aquella escena era muy surrealista. Mientras Juancito lavaba los platos, Cacho nos contaba sobre sus cacerías en el exterior y su mujer nos sonreía amablemente. Yo, por mi parte, pensaba en que hay cosas que no puedo juzgar: aquel hombre se mostró muy amable con nosotros y nos dio una mano cuando la necesitábamos sin siquiera pedírselo. Quizá porque no se trataba más que de una diferencia cultural.


De mates y guitarras

Tras subir las Sierras de San Juan con viento en contra, descubrimos en Carmelo un oasis: una parada obligada donde el Danny tenía un viejo amigo que nos podía alojar y un lugar cuyas playas había sido tema de conversación en los últimos días.

Apelando a la memoria de su dueño, la bici del Danny se desliza entre las calles mal señalizadas, titubea un instante, y pregunta a una chica dónde vivía un tal Isra. Sin necesitar más detalles, la chica señala con el dedo una esquina y al allí dirigirnos, nos topamos con Isra recién bañadito y con sus mejores pilchas:
- ¡Gurises! ¿Cómo andan? ¡Me agarran yéndome! Me arreglé con mi chica hace un ratito y estoy arrancando pa' su casa. Dejen las cosas por acá, esta es la llave, vengo en un rato
A carcajada limpia lo despedimos y rápidamente nos acomodamos.

Como en una buena ciudad del interior, el tiempo parecía transcurrir lento, la siesta era respetada como si se tratara de un ritual religioso, y las tardes calurosas invitaban a lagartear a orillas del Río Uruguay, punto de encuentro obligado para gente de todas las edades. Se convirtió, de esa manera, en el oasis prometido... y como todo oasis, tuvo su ciclón.

Una tarde inesperada, desde la costa de Buenos Aires el clima no parecía rendirle honor a su nombre, y rápidamente el Río se torna tan negro como el cielo. Fuertes rachas de viento empujan nuestras bicis velozmente hacia la casa del Isra, augurando una noche placentera en el que el único ruido sería el de las gotas de lluvia sobre el pasto.

Al día siguiente la tormenta continuaba tal como la dinámica de ciudad del interior. La mañana, la tarde y la noche desfilaron lentamente por el frente de la casa, saborizadas por un buen mate amargo y musicalizadas por la guitarra del Isra que, ante tal clima, dejaban de lado las notas metaleras de costumbre ↗ y lentamente cantaban viejas canciones de fogón, las cuales continuaron resonando hasta el otro día, cuando temprano partimos hacia Mercedes.


16 ene 2012

Tourn

Partir de Nueva Helvecia fue un verdadero placer: no sólo por llevarnos hermosos recuerdos, sino también por un viento que desde el Este nos empujaba hacia nuestro nuevo destino: Colonia del Sacramento.

La ciudad se presentó tan turísticamente como la recordábamos, por lo que a ninguno de los dos nos invitó más que para estar por un rato mientras descansábamos del pedaleo. En la plaza principal del Barrio histórico, los turistas se paseaban al rayo del sol con sus cámaras, y cada tanto miraban las bicis y comentaban algo. Algunas parejas se refugiaban en la sombra de algún árbol y nosotros les imitábamos acompañados de un improvisado almuerzo.

Transcurrido un rato de modorra y tomando conciencia de que no teníamos lugar donde quedarnos, decidimos tomar las bicis rumbo al campo, donde nos sentiríamos más a gusto preguntándole a alguien si podíamos acampar en el frente de su casa. Fue entonces cuando, en una de esas paradas, me encuentro en el celular un mensaje de voz. Se trataba de César, un CouchSurfer que, a 15 Km de Colonia del Sacramento, nos invitaba a pasar unos días en su casa de San Pedro.

Nuevamente con el atardecer llegamos al lugar: 5 Km de camino de pedregullo y una hilera de pinos nos separaban de la afable sonrisa de César, quien inmediatamente nos ofrece una ducha y nos invita a pasar a su casa.

Al entrar, me sentí transportado en el tiempo: se trataba de un museo/taller/casa ↗ en un mismo gran galpón. En él, por la puerta principal, se encontraba un enorme museo de artículos antiguos, tanto domésticos como de mecánica agraria. Primus, mini fundidores de hierro, radios con válvulas al vacío (domésticas y de un DC-9), máquinas de escribir, piedras con fósiles de millones de años, boleadoras, botellas de todas las bebidas imaginables, pizarras de laja, documentos antiguos, y hasta inventos de un coloniense llamado "Toto" entre los que se encontraban máquinas de bobinados, radios que funcionaban a manivela, cercas eléctricas para ganado, y muchas cosas más. El museo era una suerte de túnel histórico de lo que supieron utilizar diariamente los bisabuelos en el campo, cuando llegando de las guerras de Europa, encontraron en la creatividad y en aquellos objetos, la seguridad de su pasado y la prominencia de un futuro brillante.

Inmediatamente atrás del museo estaba el taller de nuestro anfitrión. Seis mesas bien dispuestas con cuanto elemento de tornillería y fresería se les ocurra era todo lo que César necesitaba para trabajar... eso y su ingenio, el cual no parecía tener fin... Y no sólo en la mecánica. Aquel taller también servía como centro logístico de las movidas culturales y sociales de San Pedro ya que fue él junto con su padre quienes propusieron crear el museo que luego se fue llenando de colecciones que los vecinos de la zona proporcionaban, o quienes estaban organizando los actos de los 100 años del lugar. César no sólo era una suerte de enciclopedia con patas por su conocimiento, sino que también era un tipo cuya creatividad le emanaba hasta por los poros: con una vieja caldera de una maquinaria construyó una estufa que tenía hasta hornamentos y con la que planeaba realizar un muy práctico sistema de calefacción. Y su padre no lo era menos... Con sus conocimientos de herrería, aún mantenía un pequeño taller al costado de las mesas de su hijo, y más al fondo conservaba, en otro galpón y para el museo, dos calderas donde supieron realizar fundiciones.

Entre ladrillos refractarios, tierra húmeda, y los últimos rayos de sol reflejándose en los vidrios de una vieja cachila, aquel hombre se tomó el trabajo de llevarme consigo 50 años atrás, cuando en pleno invierno el lugar se transformaba en un horno no para calentarse, sino para fundir hierro a 1.500 oC. Así fue que aprendí a construir un molde para fundición, y me imaginé sin camisa y todo sudoroso al lado de la caldera chorreante con el rojo vivo del hierro fundido, donde hoy sólo quedaba la escoria gris y triste.

Y finalmente estaba la casa: cómoda, acogedora, y con las puertas abiertas a quien desee conocer la historia de la mano de estos dos artistas y compartir, junto con ellos, historias de viaje y de campo con una luna llena, enorme y blanca, como único testigo.


15 ene 2012

El Rey de la Chuleta


Dejar atrás la Ruta 5 implicaba el primer acercamiento a este sueño, era mojar la punta de los pies en el océano de experiencias que esperábamos vivir. El viento en contra nos sorprende en la Ruta 1 y nos obliga a dejar poco margen para apreciar la hermosura del Río Santa Lucía desde el puente, golpeándonos en la cara todo el camino. El calor era infernal, y el asfalto se pegaba obstinadamente a las ruedas de las bicicletas que en su primer día ya experimentaban condiciones extremas... como nosotros.

Guiados por la ansiedad pedaleamos toda la tarde al rayo del sol. Con relativamente poco entrenamiento y poca agua, encontrábamos en el saludo de la gente el aliento para llegar hasta nuestra meta: Nueva Helvecia. La primera gran parada la efectuamos en Libertad, y la segunda en La Boyada, donde por primera vez me animo a pedir agua a una señora que estaba en el frente de su casa. Amablemente no sólo me la ofrece, sino que además le agrega hielo, lo que nos brindó un breve respiro a nuestro cuerpo.

13 Horas más tarde y a 130 Km de nuestra partida, llegamos a Nueva Helvecia con el atardecer, pueblo que nos regaló ya desde su entrada en la ruta, una amena bienvenida disfrazada de dos ciclistas que nos acompañaron con buenas charlas hasta el pórtico que formalizaba la primera meta cumplida.

Con una sonrisa que apenas si cabía en nuestros rostros, nos dirijimos a la casa de Silvana, nuestra primera CouchSurfer. Al llegar, nos reciben Miriam, su madre, y Virginia, su prima, que como si nos estuvieran esperando, se encontraban tranquilamente bajo una parra descansando. Inmediatamente nos ofrecen una innegable ducha, y luego, ahora sí junto a Silvana, nos invitan a cenar.

Los dos días en Nueva Helvecia transcurrieron entre hermosos paisajes, gente amable, y excelentes charlas de la mano de Silvana, que con sus 19 años ya sabía lo que era cumplir un sueño.

Silvana, quien había sido criada en el campo a unos kilómetros de Nueva Helvecia, siempre había soñado en conocer Alemania, y no encontró mejor forma de acercarse a ese sueño que aprendiendo alemán como fuera: con música, libros, o cualquier otra cosa que estuviera en el idioma germánico. Al llegar al liceo se entera de una beca del gobierno Alemán para ir a estudiar durante un mes allí, y con mucho entusiasmo se anotó junto a otras 6 personas, llenando un formulario en su rudimentario alemán, ese que sin haberlo estudiado formalmente parecía brotarle directamente de sus propias ganas de viajar. Y fue la única que se inscribió en ese idioma. Y quedó. Y con 16 años, conoció Berlín. Desde entonces, Silvana ha luchado incansablemente por sus sueños, y con ese brillo inconfundible con que la pasión se transmite en la mirada, nos contaba que en Abril estaría volviendo por todo un año.

Con esa misma energía y entusiasmo nos mostraba su ciudad, compartíamos un almuerzo, o hablábamos de las excentricidades del vecino de enfrente, al que supuestamente hubo una época en la que le llamaban "El Rey de la Chuleta" por su pasado como carnicero, aunque en la actualidad se dedicara a la peluquería... O al menos eso aparentaba, ya que, según él, su profesión secreta era la de liderar un grupo interplanetario de cambios radicales.

Y fue así que la última noche me encontraba solo en el cordón de la vereda cuando se me acerca este personaje:
- ¿Qué hacés sentado ahí? ¡Sentate allá! -me ordena
- Es que acá agarro internet -le digo sin poder dejar mi vicio- ¿usted salió a caminar?
- Si, siempre salgo a esta hora, es el mejor momento para comunicarme. Porque yo soy de acá y de allá -me dice misteriosamente apuntando al cielo
- ¿Cómo es eso?
- Nosotros queremos que todos los planetas tengan un solo gobierno y una sola religión, porque ahora este mundo es gobernado por unos pocos, y lo están destruyendo. Los vamos a combatir; ya tenemos naves que viajan a 28 mil kilómetros por segundo, y también robots... Si mañana me ves por aquí y no te saludo es porque soy un robot
Hace una pausa, me examina con la mirada y continúa:
- Yo soy el jefe e ideólogo de este grupo; mi hermano es el Coronel en Jefe... Y de tarde soy peluquero. Bueno, no te molesto más -me dice y se retira tan abruptamente como apareció.
Al verlo partir, pienso en que éste debe ser el personaje del pueblo, y tentado a más no poder, intento concentrarme nuevamente en mi correo cuando vuelvo a ser interrumpido:
- Espero no haberte molestado
- No, no; no es molestia
- Sólo quiero decirte una cosa: Hay dos mundos: éste y el antimundo, que no se te olvide -me dice salomónicamente mientras camina hacia atrás apuntándome con el dedo índice.

Volví a la casa entre carcajadas a contarle mi episodio al Danny y a Silvana, pero ya acostado y repasando lo sucedido, sus palabras aún resonaban en mi mente y pienso en el cuento de los tres ratones ciegos que tocaban a un elefante y decían que eran elementos distintos, pero que al final sucedía que todos tenían una pequeña parte de una gran verdad.


6 ene 2012

"Camino La Redención"

Bien temprano en la mañana y obligándonos a levantarnos, la grabación de un gallo suena incansablemente en el trancado celular del Danny, indicándonos que el día había llegado y que teníamos que tener todo pronto antes que salieran los primeros rayos del sol.

En casa, todo el mundo estaba alborotado: mi vieja había preparado una torta de manzana y canela, que cortaba mientras la ponía sobre la mesa; mi hermana, aún negando la partida, sollozaba cada vez que nos veía pasar al Danny y a mí corriendo mientras ajustábamos los últimos detalles; mi abuela nos perseguía mientras continuaba preguntándonos si no nos olvidábamos de nada; y el novio de mi vieja, aún a último momento, continuaba encontrando mejoras a las bicicletas.

Cuando estuvo todo pronto, el café preparado y la mesa dispuesta, caen varios amigos, que tras brindar con café, nos regalan los mejores augurios para esta nueva etapa. Y así fue que, entre mucha cafeína, azúcar, torta casera, abrazos, y algún te amo fugitivo al orgullo,  mi hermana dispone una tira de papel higiénico que, de lado a lado, cruzaba el pórtico del frente de casa, marcando el inicio de esta aventura. Un apretón de manos al Danny, un abrazo, y un "Bienvenido" fue toda la preparación necesaria para romper esa barrera.

Tras tomar la Ruta 48 desde Las Piedras y luego la Ruta 5, aparecen en auto unos amigos que entre foto y foto nos alentaban con sus gritos y algarabía. Luego frenan dejándonos llevar por el silencio de la ruta en la mañana, mientras una agradable brisa nos invitaba a disfrutar sin aplicar esfuerzo.

Luego de unos pocos kilómetros, tomamos un desvío: Camino La Redención; donde, haciéndole honor a su nombre, una anciana recostada sobre el alambrado responde a nuestro "Buenos días" con un
¡Buen viaje!

 
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