Observando un viejo mapa de ANCAP nos percatamos de un posible desvío hacia Dolores pasando por Pueblo Agraciada y evitando Nueva Palmira. Varias personas nos comentaron que la ruta se encontraba en buenas condiciones, así que decidimos jugárnosla y probar suerte.
Tras unos cuantos kilómetros y tomar unos pocos por un camino de tierra para llegar a Pueblo Agraciada, ningún cartel parecía indicar que Dolores quedaba cerca, así que resignados preguntamos en una panadería. El panadero nos dijo que no conocía la cortada que pretendíamos hacer, y que lo mejor sería ir hacia la ruta en dirección hacia atrás.
No contentos con la respuesta, nos sentamos bajo la sombra de unas cañas a mirar el mapa... y las referencias, las cuales indicaban que la ruta que pretendíamos hacer no era más que un camino vecinal de pedregullo. ¡40 Km de camino de pedregullo hasta Dolores y recién tomar la ruta hacia Mercedes!
Desmotivados y avergonzados por la falta de atención, tomamos lentamente el agua que nos quedaba. El pueblo parecía deshabitado: no habían ni vehículos ni gente en la calle. Claramente era la hora de la siesta, pero si queríamos sobrevivir a la tirada hacia Dolores, teníamos que pedir agua en algún lado, ya que conseguir comida sería una tarea imposible. Fue entonces cuando se acerca un camión. El muchacho se baja, saluda, y entra a una casa. Enseguida sale una mujer, presumiblemente su madre. Nos saluda y nos pregunta si precisábamos algo... seguramente había leído la necesidad de agua fresca en nuestros ojos.
La acompaño a la cocina en búsqueda del preciado líquido y comienza el ritual de las clásicas preguntas... pero no con nuestra salvadora, sino con su esposo, que desde el otro lado de la habitación y sin aparecerse en ningún momento, las formulaba pacientemente a grito pelado.
A los pocos minutos la curiosidad de conocer la cara de mi interlocutor me obliga a meterme en el living, y tendiéndole la mano le digo mi nombre. Nuevamente y como su mujer, debió de haber leído la necesidad en mis ojos:
- ¡Negra! ¡Decile a Juancito que sirva el cordero que sobró de hoy así comen los gurises!
Bajo una parra en el fondo del chalet, la mesa estaba dispuesta, y Juancito, a su incalculable edad, nos servía la comida como si fuésemos su propio empleador.
- El cordero ese es criado en mi campo, acá no má'... No hay placer más grande que ir y elegir el que querés comer -decía Cacho-. Llega un momento en el que uno tiene que disfrutar de la vida, ya vivió mucho y ahora es el turno de descansar... Yo me dedicaba a la política, fui diputado en el período de Jorge Battlle.- ¿Ah sí?- ¡Claro! Por Soriano... era una linda época, fuimos a varios países y uno conoce varios lugares. Para hacer campaña salíamos en camioneta por los pueblos. ¡Si vieras cómo te trataban al ver que eras político! Es que la gente del interior es distinta... Ahora tenemos a los tupamaros en el poder... Y así tienen el país. Mirá que Jorge se los dejó en bandeja, mirá...
Con Danny nos miramos. Claramente el terreno de la política podía ser escabroso, así que decidí preguntar por sus viajes.
- ¿Y a dónde viajó usted?- ¡Pufff! Yo me recorrí todo el mundo, por suerte he podido conocer mucho. Además siempre conseguías minitas... íbamos en los autos que alquilábamos y aprovechábamos... una linda época- ¿Pero hace mucho de eso?- No, no, un par de años no má' -decía con una gran sonrisa mientras su mujer lo miraba y sonreía, aprobándolo- ¿Quieren postre? Tenemos unos higos en almíbar deliciosos.
Aquella escena era muy surrealista. Mientras Juancito lavaba los platos, Cacho nos contaba sobre sus cacerías en el exterior y su mujer nos sonreía amablemente. Yo, por mi parte, pensaba en que hay cosas que no puedo juzgar: aquel hombre se mostró muy amable con nosotros y nos dio una mano cuando la necesitábamos sin siquiera pedírselo. Quizá porque no se trataba más que de una diferencia cultural.