25 dic 2011

La Madre Kali

Buscar las alforjas en Uruguay no fue sencillo. En cuanto local preguntábamos no dábamos con las alforjas indicadas: o tenían muy chicas o simplemente no tenían.
- Somos muy pocos, acá no hay mercado -dijo un vendedor; y agrega- quizá encuentren en Buenos Aires
Así que investigamos en Mercado Libre qué tanta variedad había en la vecina orilla. Los resultados no eran demasiado alentadores, pero aún así eran mejores que acá, así que decidimos ir hasta allá. Ahora había que comprar los pasajes:
- No se preocupen, gurises, yo tengo dos pasajes y no creo que vaya a poder ir. Vayan el Danny y vos
- Pa, Germán -digo perplejo ante el generoso gesto de mi amigo-, te los pagamos, boludo, decime cuánto te salieron
- No, no, Diego, dejalo así
- Pero aunque sea uno, ¡es un abuso, bolas! -le digo sintiéndome el mayor aprovechador de la historia
- No jodas, boludo, consideralo mi aporte para el viaje
¡No podía creer que fuera a conocer Buenos Aires y encima gracias al regalo de un amigo! Toda mi vida había soñado en viajar, pero no sin antes recorrer todos los departamentos de Uruguay y haber visitado Buenos Aires. ¡Ésta era la oportunidad perfecta y sólo era posible gracias a la necesidad de buscar alforjas y la generosidad de mi amigo!


Así que en cuestión de sólo 3 días debíamos buscar alojamiento, casas de ciclismo y casas de camping para aprovechar la diferencia de precio y prepararnos para nuestro viaje. Fue entonces cuando me di cuenta que no tenía ni idea de cómo era allá, y en un acto de atrevimiento decido escribirle a Mauricio, un seguidor en Google+ con el que nunca me había cruzado palabra.

- ¿Vos sos de Buenos Aires? -le pregunto por mail sin esperar respuesta
- Si, ¿qué precisabas? -me responde a las horas muy predispuesto
- Mirá, yo iba a estar yendo a Buenos Aires y no conozco nada, quizá puedas ayudarme y aconsejarme qué Hostales hay y dónde puedo comprar artículos de Ciclismo y Camping
Su respuesta no se hizo esperar, y al día siguiente me encontraría con varios mapas de Google Maps con todos los locales, sus teléfonos y direcciones. Inmediatamente le respondo el mail contándole el por qué de mi atrevimiento y expresándole mi enorme gratitud, lo que luego fue derivando en un cruce de mails donde me cuenta que es un monje de un templo hindú llamado "Ramakrishna" y nos invita a almorzar el Domingo, ya que justo tendrían un festival de danzas étnicas. Evidentemente aceptamos.

Tras pisar suelo argentino y aprovechando que era nuestro único día hábil completo en la gran capital, recorrimos cuanto local Mauricio nos había indicado... Sin embargo, la noche nos encontraría muertos de cansancio y desanimados, ya que a pesar de haber recorrido medio Buenos Aires a pie, no encontramos ni una sola alforja, y todos nos decían que "estaba bravo". Así que ganados por el sueño decidimos apelar a nuestra última esperanza: una vendedora de Mercado Libre al que supuestamente le estarían llegando alforjas el Lunes por la mañana.

El día siguiente pasó entre compras y algo de las clásicas vueltas turísticas, hasta que llegó el Domingo, donde la ansiedad nos obligó a levantarnos temprano y tomarnos el tren rumbo al Centro Ramakrishna Vivekananda de Buenos Aires ↗.

En el centro nos recibe un hombre de piel mulata y pelo canoso. No precisaba hablar demasiado para que su amplia sonrisa denotara la falta de maldad y su saludo bonachón lo confirmara: "Soy Diego, de Uruguay, amigo de Mauricio, ¿él está?" le digo un tanto tímido.

Ricardo (como luego nos enteraríamos se llamaba), nos hace pasar e inmediatamente nos presenta ante las personas que pasaban de un lado a otro mientras que en un salón aledaño se escuchan los cánticos de una ceremonia. Mauricio no tarda en aparecer: flaco, con su túnica blanca y su mirada serena transmite una paz que al instante te hace pensar que no estábamos allí por casualidad.

- ¡Diego! Yo soy Mauricio, es un gusto conocerte. ¿Vos sos Danny? -pregunta saludando a mi amigo- ¿Cómo están? ¿Llegaron bien? ¡Siéntanse bienvenidos!
- ¡Ah! ¿Ustedes son los que se van a bicicletear por América? -dice Ricardo dejando ver que ya habíamos sido tema de charla en el lugar
- Si, si... Si Dios quiere nos vamos el 03 de Enero -dice el Danny
Ricardo sonríe e inmediatamente llama a un par de personas que andaban en la vuelta, y casi sin quererlo, se arma un interesante debate sobre el por qué hacer una travesía como esa. El Danny explica que se trata de ver la vida de otra forma y también de demostrar que las cosas pueden hacerse de otra manera, "escapando al sistema"... Y fueron esas las palabras mágicas para que el debate se avivara aún más, hablando sobre lo que se entiende por sistema y cuán subjetivo es ese sistema para cada uno. Después de todo, según Ricardo y Ezequiel (otro de los grandes debatientes), todos necesitamos algún tipo de esquema sobre el cual movernos.

Luego de largo rato, Mauricio nos indica que podíamos pasar a servinos el almuerzo, el cual constaba de varias comidas bastante exóticas dispuestos sobre una mesa para que vayamos eligiendo a gusto. Mientras lo hacemos, charlamos con Tomás, un muchacho de 24 años con el que me identifiqué bastante. Tomás nos contaba sobre su amor por viajar y cómo su carrera no era su vocación. Según él, nunca había tenido la valentía suficiente como para largar todo e irse en un viaje como el que pretendemos hacer, pero a la vez, nos contaba sobre sus innumerables experiencias que, siendo convencionalmente largas y subjetivamente cortas, mostraban una intensidad increíble, que acumuladas en el suelo fértil de sus pensamientos, daban grandes frutos de un rico mundo interior. Me llevó bastante tiempo darme cuenta de ello, pero no demasiado como un almuerzo para decírselo: no se trata de dejar todo por un buen tiempo, se trata solamente de la calidad de ese tiempo, y no hay que hacer más que decidirse a hacer lo que a uno le hace feliz, aunque eso no haga particularmente feliz a los demás.

Ya avanzada la tarde, damos una mano en la decoración del escenario donde un grupo de gurises de nuestra edad estarían haciendo distintos bailes hindúes, mientras el Danny descubre, por accidente, que un amigo de su adolescencia era primo de una de las bailarinas.


Cuando todo estuvo pronto, el Sol sentado en última fila mucho más atrás que nosotros, iluminaba los rostros felices de los artistas, que sin esperar nada a cambio, entregaban sus sentimientos a Kali, la madre, quien según ellos estaba en todos y en todo y era a quien le rendían homenaje. Sus bailes, sus voces, sus instrumentos y sus colores se mezclaban con el cantar de los pájaros, mientras una brisa apenas suave acariciaba sus largos atuendos. Tras cada actuación, el público estallaba en aplausos, agradecido del regalo que le hacían a Kali... y también a ellos...

Tras finalizar el espectáculo, decidimos irnos, pero la buena onda y la charla animada nos seducía hasta el último momento, por lo que nos quedamos hasta la cena, para luego volver junto a Mauricio y una pareja amiga, mientras ella, con su edad avanzada, se transformaba hasta su juventud para regalarnos en el brillo de sus ojos, sus momentos de mochilera por Perú...


¿Y sobre las alforjas? Bueno... Al Danny no se le ocurrió mejor idea que volver a preguntar si por esas casualidades les habían llegado alforjas donde ya habíamos estado:
- ¡Justo anoche entraron estas!
Las mismas que en Mercado Libre. Más baratas. Bien grandes. Impermeables. Y con Kali en ellas.

Bici-citudes

Mucha gente dice que cuando algo sale mal la primera vez luego es difícil de que salga bien. Para mí no hay mentira más grande. Si uno es lo suficientemente tenaz y perseverante, es posible aprender de los errores cometidos para que no vuelvan a suscitarse, y aún así, si sucede, uno ya conoce la forma más rápida y eficaz de actuar. Y luego... luego sólo queda la anécdota divertida. Ésta es una de ellas... O mejor dicho, dos.

Un tropezón es caída
Ya con el Danny en Uruguay, nuestra principal prioridad fue definir qué bici utilizar para el viaje. De los tres modelos que habíamos considerado, uno se vio rápidamente descartado por un tema de costos, ¿y qué mejor forma de decidirse entre los otros dos que probándolos? Es así que aquella tarde nos presentamos en el que luego se transformaría el local de cabecera, y tras hablar con la vendedora, partimos felizmente con la Specialized Crosstrail y la Specialized Hardrock, yo en la primera y el Danny en la segunda.

Al comienzo rumbeamos a la rambla de Carrasco, donde las probamos a más no poder. La experiencia era nueva para los dos, ya que se suponía nuestra primera vez pedaleando juntos como un equipo. Arrancamos hacia el Este, pasando por el viejo Hotel y llegando a Parque Miramar casi hasta el Parque Roosevelt. Allí tomamos calles de pedregullo con hermosas casas a sus costados, los cuales distraían la vista a la vez que permitían probar los derrapes; lo que lo transformó en el escenario ideal para después de un rato intercambiar las bicicletas.

La Crosstrail con su rodado 28 y su cubierta híbrida resultó responder bastante bien al valastro, aunque no tanto como la Hardrock, que al ser una bici de montaña rodado 29, ofrecía un excelente agarre; sin embargo, en ruta la otra se sentía más cómoda y ágil, por lo que la decisión resultaría basada más bien en la mayoría del terreno en el que andaremos (es decir, ruta).

Rumbo a la tienda que nos prestó las bicis, manejábamos nuevamente por la rambla de Carrasco intentando subir a la peatonal costera y así evitar el atestado tráfico. Dado que en ese momento veníamos en contramano, el Danny ágilmente salta el cordón de la vereda continuando el camino, mientras, yo, en un gran acto de iluminación deportiva, lentamente rozo el cordón de forma paralela, derrapando y saludando al suelo muy de cerca.

Lo primero que hago es examinar sin éxito la bici en búsqueda de rayones, y luego mi cuerpo, encontrando una rodilla totalmente ensangrentada. Tras lavarme en el Río de la Plata y dirigirme unos kilómetros, decido desinfectarme  en la casa de una conocida que, bajo su ausencia, hacía que sus integrantes me observaran desconfiados.

Llegando al local y disimulando el dolor que de a poco se hacía presente, entrego la bici y me retiro, riéndome de forma culposa frente al Danny mientras no dejábamos de observar el hecho de que siendo la primera vez que salíamos juntos yo ya estuviera metiendo la pata.

Cuando falta el aire
Luego de una no muy larga discusión, nos terminamos decidiendo por la Crosstrail, así que a los pocos días nos estaríamos reencontrando en el dichoso local. Una vez allí nos informan que sólo poseen un ejemplar de la bici, por lo que tendríamos que esperar una importación para tener la otra. Sin embargo, cuando ya me estaba desanimando, nos dicen que pueden prestarnos una para ir practicando.

Es así que una tarde de mucho calor y con el Danny disfrazado de ciclista y yo de gaucho, partimos desde Portones hacia Las Piedras: él con su flamante Crosstrail y yo en una Sirrus de préstamo. El tránsito era un infierno, pero no teníamos forma de esquivarlo hasta mi casa, así que entre ómnibus que nos apretaban y semáforos en rojo llegamos hasta Millán y Garzón, donde abrazados por el calor y empapados en sudor, decidimos detenernos a tomar agua fresca e intercambiar las bicis.

Retomar el polvoriento camino nos hacía sentir poderosos otra vez. Quizá no estuviéramos en las mejores condiciones (climáticas y físicas), pero la llevábamos muy bien y nada parecía indicarnos que Las Piedras estaba tan lejos como pensábamos... Hasta que faltó el aire, y no fue el nuestro, sino el de la rueda trasera de la Sirrus.

Pasando Colón, el Danny se percata de que algo no andaba bien y nos detenemos. La rueda trasera estaba completamente desinflada y no quedó otra que quedarme con la bici sin su rueda mientras el Danny rastrillaba el desconocido territorio de Colón en búsqueda de una gomería... Y antes que alguien pregunte lo mismo que el gomero: no, no teníamos herramientas.

Al llegar finalmente a nuestra meta, salta la ironía: la segunda vez que salíamos juntos y con problemas... pero inmediatamente la idea se eclipsa con la alegría: después de año y medio de planeación al fin estábamos pedaleando juntos.

29 nov 2011

¡Bienvenido!

Luego de mucho tiempo de gestación, hoy a pocas semanas de comenzar el pedaleo, le damos vida a nuestro blog, con el cual intentaremos reflejar y transmitir las vivencias y experiencias que iremos cosechando en esta maravillosa aventura que estamos por comenzar. Con él también queremos ayudar, incentivar y contagiar a cada uno de los visitantes a escuchar su corazón, reflotar y pelear por sus sueños, que se unan a los miles de viajeros y soñadores que viven en este mundo. No dejen apagar esa hermosa llama que todos tenemos en nuestro corazón, seamos más niños, más soñadores, más aventureros, vivamos y disfrutemos nuestro hermosísimo planeta Tierra, pero sin olvidarnos de cuidarlo y protegerlo.

Disfruten de nuestro blog, será nuestro contacto con familia, viejos y nuevos amigos, gente que conocemos y conoceremos, física o tal vez solo virtualmente. Participen, comenten, tiren ideas y viajen junto a nosotros. Este medio es para todos.

24 nov 2011

Circularidad II

No era la típica tarde de verano, pero la ansiedad no me permitía sentir el frío al refrescar. Con mis chancletas y remera de manga corta llegaba sobre el pucho a la Terminal de Buquebus a la hora que supuestamente estaría arribando mi compañero de aventuras. Por suerte no tuve que esperar demasiado, y adornado de bolsos como si fuera un árbol de Navidad, llega el Danny arrastrando sus sueños, los que claramente ya eran más grandes que él y apenas si podían entrar en su sonrisa y su voz apurada.

Al llegar a casa y convidando con diversas golosinas de la exótica Oceanía, apenas pudimos hablar del viaje, el que comenzaría a tomar real dimensión en los días siguientes. Durante la cena bosquejamos en el aire y a las apuradas, todo lo que nos restaba por hacer: comprar las bicis, ver si conseguimos algún descuento por ellas, liberar el blog, definir -aunque sea para el comienzo- una ruta, determinar lo que iríamos a llevar, hacer las pruebas... Era mucho y la ansiedad demasiada, por lo que decidimos no hacer más que tirar los titulares ese día. Luego de tanto tiempo hay mucho para hacer, mucha gente para ver y más aún luego de estar fuera del país por tantos meses...

Mirándolo en perspectiva, estamos como empezamos, sólo que con una pequeña pero muy importante diferencia: ya no se trata sólo de una idea.

23 nov 2011

Circularidad I

Aquella imagen de noche fría de invierno en la que mi cabeza parecía explotar, hoy parece tan lejana que apenas puedo, con mucho esfuerzo, reconstruir los ecos de mi voz repitiendo incansablemente "Estás loco" al escuchar la propuesta del Danny sobre este viaje.

He leído en incontables ocasiones que lo más difícil e importante es tomar la decisión, que el resto siempre viene solo. Y sea quizá por eso, o quizá por la ansiedad, estos últimos meses se han sucedido a un ritmo vertiginoso, y los días donde había que dejar la simple idea para pasar a hacerla una realidad habían llegado.

Primero fue comunicar mi renuncia, evento que solo unos muy pocos compañeros de trabajo conocían de antemano. Ya la noche anterior mi sonrisa era imborrable, y la sola idea de formalizar al día siguiente los hechos me llenaba de una alegría difícil de disimular.

Al llegar al trabajo, atravesar el largo pasillo hasta la oficina me daba el tiempo suficiente como para repasar en mi mente ese momento que tanto había esperado; me daba el tiempo de saborearlo y de sentir que estaba tomando acción en la primera decisión de impacto inmediato y real. Apenas saludo a mi supervisor, me indica que tengo que irme corriendo a realizar una tarea, la cual, evidentemente, no iba a realizar hasta cumplir mi cometido. Le informo de la urgencia de hablar con mi jefe y sin más, tan pronto como arribo, me despido y camino hacia su oficina.

Al darle la noticia su reacción me asombró... y para bien. Dados los problemas que se me habían presentado los últimos meses en mi relación con la empresa, nunca esperé una respuesta tan positiva y humana como la que obtuve.

Luego llegó el momento que sabía era inevitable:
- ¿Puedo saber por qué te vas? ¿Si es a otro lado?
- Claro... No me voy a ningún lado, me voy de viaje
- ¡Ah mirá! ¿A dónde?
- Por Sudamérica
- ¿De mochilero?
- Algo así...
- ¡Que lindo! ¡Siempre me gustó la idea de hacer algo así, pero...!
Las conversaciones con el resto de mis compañeros cada vez que les contaba que ése era mi último día hábil se desarrollaba de igual manera, solo que el pero final tenía una variedad de vertientes: "...ahora no puedo", "...siempre tenía que laburar o estudiar", o -en mi opinión la más honesta de todas y la menos frecuentemente pronunciada-, "...nunca me dieron las bolas".

Inmediatamente después de esas palabras se quedaban con la mirada baja, como examinando sus propias acciones pasadas, balanceándolas con las optadas y comparándolas con las presentes. Luego levantaban la cabeza, sonreían, y se fundían en un abrazo.

Nunca pensé que mi estadía relativamente corta de 2 años y medio terminara de aquella manera: llena de emociones, sorpresas, pero sobre todo con un final tan circular.

Recuerdo que mi primera entrevista para entrar en la empresa fue realizada por una chica llamada Lorena que, tras presentarse, me invitó a tomar asiento y comenzó con las típicas preguntas de una entrevista laboral:
- ¿Y por qué querés cambiar de trabajo?
- Primero porque mi actual trabajo no me presenta desafíos a nivel personal ni profesional, y segundo porque al ser un trabajo de 4 horas el sueldo no es muy alto y me gustaría ahorrar
- Claro... ¿Tenés alguna meta?
- Sí, irme de viaje
Su cara fue de asombro, tanto como la de mis compañeros 3 años después al despedirme, y tanto como la mía ahora, que recién puedo darme cuenta de cuán claro siempre tuve mi objetivo.

13 nov 2011

Hasta donde me lleve el viento

Toda mi vida fui de ir a la playa en Verano, por lo que el no ir aquel año lo hacía parecer eterno. Por suerte en ese entonces no trabajaba, y tampoco tenía exámenes, por lo que no tenía que preocuparme por nada más que disfrutar.

Hacía un par de meses había escuchado en la radio a un tal Eduardo Rejduch de la Mancha, un uruguayo que hacía 20 años viajaba alrededor del mundo en su velero, y ese día su libro parecía llamarme desde la vitrina de la única librería decente de Las Piedras. Así que en un acto de impulsividad inusitado, me gasto buena parte de los ahorros en él.

De tardecita, cuando el sol ya no molestaba, decidí desempolvar la vieja hamaca paraguaya y tenderla entre la Anacahuita y el cerco del fondo de casa. Acerco una silla donde dejo un vaso con agua, y me entrego a disfrutar de mi nueva adquisición.

Aquel verano viajé mucho más que todos los anteriores juntos.

Con él descubrí que nuevos mundos aún existían, que había una bailarina de ballet que le gustaba ensayar por las noches en las húmedas y oscuras calles de Barcelona, que en las Islas Galápagos aún vivían unas enormes tortugas, y que en el medio del Pacífico existían tres archipiélagos paradisíacos bajo el nombre de Tonga.

Viajar se convirtió en un vicio.

Unos meses más tarde, un gran amigo se estaría yendo a EEUU a vivir su propia experiencia como animador de niños en un campamento, y no se me ocurrió mejor idea que hacer viajar a mi imaginación materializada en aquel libro y utilizándolo a él como transporte. Desde entonces, mi amigo, mi libro, y mi imaginación no han parado de viajar.


Y el tiempo, como los kilómetros, pasaron sin darme cuenta, hasta que hoy ese libro se encuentra en algún lugar de Nueva Zelanda, y su actual dueño, el Danny, en algún lugar del mundo con dirección a Uruguay. Ya queda poco para finalizar una etapa y comenzar otra. Ya no será sólo mi imaginación la que viajará.

Locura y realidad

Y allí estaba, en la casa de un amigo hablando bajito mientras un inversionista sudafricano gritaba como loco desde el living porque le estaban reteniendo unos 23 millones de dólares. Mientras mi amigo me explicaba cómo llegó a esa situación, yo intentaba poner lo mejor de mí para entenderlo, pero a la vez intentaba no perderme de la curiosa situación que se desarrollaba a escasos metros. Ya había estado en reuniones de trabajo donde los gigantes de saco y corbata movían enormes cantidades de dinero como si se trataran de fichas de ajedrez, pero nunca había tenido la oportunidad de observar el mismo comportamiento de parte de un sudafricano de chancletas y una camisa mal lavada mientras otro, como si nada estuviera pasando, intentaba leer un libro en español (aunque luego me confesaría no entender ni la mitad de las palabras).

Cuando finalmente la conferencia se termina con las aguas apaciguadas, el sudafricano se levanta de la silla, bebe un sorbo de agua fría y mirándome fijamente como si me conociera de toda la vida, dice:
- So... this is your friend? Who's planning a bike trip around Southamerica?
Mi amigo le responde que sí, que yo soy aquel que iba a viajar por Sudamérica en bicicleta. Su cara fue de sorpresa, y como si nada hubiera pasado se sienta frente a mí y comienza el interrogatorio habitual: con quién voy, hasta dónde y por qué.

Luego de responder a sus inquietudes con un inglés bastante mediocre, esperaba el resto de las preguntas estándar, como cuál es nuestra ruta, o cómo pensamos vivir; sin embargo, el inversionista tendría otras inquietudes más "básicas":
- ¿Y tienen sponsors?
- En realidad no... veremos si algunas bicicletas las conseguimos más baratas por algún lado, pero no tenemos sponsors
- ¿Y no pensaste en filmar o hacer algún tipo de documental?
- Mmmm... más o menos, tengo un blog y pienso llevar una especie de registro, transmitir algo de lo que vivimos, pero no pensaba en construir un documental
- ¿Y por qué no? ¡Podrían venderlo a Discovery Channel!
Al juzgar por sus risas, mi cara debió de haber sido un poema... Siendo sincero, no es que alguna vez no haya volado con la idea de hacer algo más "armado", más "profesional", pero ciertamente nunca pensé en hacerlo por dinero (como dice el amigo Barragán). Era claro que nuestras visiones eran bastante diferentes. Sin embargo, la conversación se fue tornando de a poco en algo más normal, en esas en la que todos tienen algo que aportar, todos tienen algún conocido en algún lado o alguna sugerencia de lugares para visitar, de esas que luego es probable que en el camino ni te acuerdes:
- Está bueno que hagas esas cosas, a mí siempre me encantaron... una vez sólo porque quise me fui desde Australia hasta Praga, y luego al otro día decidí irme a Brasil. A los tres días estaba en Londres
Claramente nuestras diferencias se volvían a notar, y por más que intenté poner lo mejor de mí, no pude explicarle por qué no era lo mismo su propuesta a la mía.

No estoy diciendo que una esté mal y otra bien, sino que simplemente son cosas diferentes, y como tales no pueden ser comparadas. Aquel hombre pensaba que las locuras consistían en simplemente ir tachando las ciudades visitadas en un mapa, cuando desde mi posición se trataba de estar charlando con él: hacer algo bien diferente a lo que estamos acostumbrados.

Cuando le expliqué eso me preguntó por qué viajaba entonces, y la simpleza de mi respuesta lo descolocó: "Porque me gusta". El sudafricano (cuyo nombre nunca supe), sonrió, me deseó suerte y se fue a hablar por Skype nuevamente. Mi amigo reía:
- Estás loco, Die, estás bien loco...
Me decía mientras pensaba en que el loco era él, por estar en una situación tan extraña como esa. Una vez ya lo habíamos discutido con el Danny:
El mayor viaje puede hacerse yendo al supermercado

19 oct 2011

Círculos

En una publicación descubría lo importante que era seguir alimentando las relaciones que teníamos aunque uno supiera que pronto dejaría de verles por un tiempo eventualmente indefinido; también, incluso, lo importante que era el crear nuevas... ¿Pero qué pasa con aquellas que quedaron truncadas? ¿Que pasa con aquellas que se vieron detenidas en el tiempo tras una absurda pelea? Si el saber que luego de determinada fecha la posibilidad de verles -aunque sea por casualidad- dejará de existir, ¿qué hacer?

Esto se me presentó de forma inesperada, cuando sin tener en cuenta que me iba, decidí juntarme con una de aquellas personas que el orgullo se empeñaba en castigar con la ignorancia. Esa tarde de Diciembre decidí llamarla:
- ¡Hola! ¿Cómo estás?
- ¿Diego? -me pregunta una voz conocida desde el otro lado del tubo
- Si, soy yo
- ¡Que alegría escucharte! ¿Cómo estás?
- Bien, bien, llamaba para saber si querías que te visitara
- ¡Claro que sí! ¡Lo sabés! -me dice con una alegría contagiosa.
Una semana más tarde ese encuentro se transformaría en una tierna reconciliación con parte de mi pasado. Ese fue mi primer viaje.

El segundo vendría de la mano de un conocido que casualmente me crucé por la calle:
- ¿Diego? -me pregunta inseguro. Me doy vuelta y saludo.
- ¡Hey! ¿Qué hacés tanto tiempo?
- Bien, acá, ¿vos cómo andás? Hace tiempo que no te veo por casa
- Si, si, he tenido unos problemas con aquel y decidí mejor no volver a pasar...
El resto de la charla continuó sobre las nimiedades de siempre; sin embargo, esas breves palabras quedarían resonando en mi cabeza durante todo el día. Esa semana me preguntaba qué sucedería si me volviera a encontrar con mi amigo en la calle, si nos saludaríamos o si nos haríamos los boludos, como si no nos hubiésemos visto. No, la idea no me gustaba, y en un acto de honestidad brutal me siento frente a la computadora y redacto uno de mis mails más sinceros. En él explicaba la importancia que había tenido el tiempo que fuimos amigos y cómo no me gustaría un final cuyo escenario sea el que me había imaginado. La respuesta fue inmediata:
¡No sabés cuánto me alegra recibir este correo!
decía al comienzo de su extenso mensaje.

Cuando me decidí a no dejar pasar las oportunidades que se me presentaban, me había olvidado de algo igual de importante: crear nuevas. Tuve que decidirme a viajar en bicicleta por Sudamérica (o hasta donde lleguemos) para reconciliarme con aquellas personas que formaban parte de mi pasado. ¿Qué era lo que me lo impedía hasta ahora, entonces? La respuesta era más fácil de lo que parecía: el orgullo.

No pienso que tener orgullo sea algo negativo per se, sino la forma en que lo manejamos es lo que puede transformarlo en algo tan grave como una amnesia selectiva. Fue con estos y otros casos que me dí cuenta de las veces que dejamos de lado las vivencias que en algún momento nos fueron tan importantes, que en algún momento nos llenaron tanto y que, por egoísmo disfrazado de amor propio, decidimos olvidarlas. Éstas, tanto más como las negativas, no deben olvidarse jamás. No tiene que ser necesario el saber que la posibilidad de reconciliación pueda no existir para que ésta finalmente cobre vida, sólo tiene que ser necesario el querer reconciliarnos con nosotros mismos.

Pablo ↗ ya me lo había advertido:
Vas a ver que empezarás a cerrar círculos

18 oct 2011

Hoy

Como a todos nos pasa, hay días que nos sentimos invencibles, que podemos comernos el mundo y aún así no quedar satisfechos... y hay otros que creemos que es el mundo el que puede comernos a nosotros, y con tan sólo mostrarnos los dientes nuestras piernas tiemblan casi inconscientemente. Hoy es una mezcla extraña de los dos.

A medida que pasan los días y veo el reloj de la cuenta regresiva disminuir sus cifras, comienzo a cuestionarme más y más el motivo de lanzarse en esta aventura. Es natural, supongo. Pienso en todas aquellas relaciones que quedan "truncadas", pienso en la facultad y cómo en algún momento me gustaría terminarla, pienso en mi familia, pienso en mi trabajo... Hoy, sobre todo, pienso en mi trabajo.

Y es que en exactamente un mes tengo planeado renunciar. Se que no he estado demasiado tiempo en la empresa (casi 2 años y medio), pero sí el suficiente como para conocer gente maravillosa, tener mis broncas, mis logros, y mis momentos de cebo. Pero también pienso en la seguridad que te brinda el saber que la máquina ésta que te consume es también la que te habilita a funcionar, es también la que todos los meses hace que con una simple tarjeta magnética tus problemas básicos desaparezcan tras el beep de un cajero. Pronto no será así, y ese beep sonará casi igual que el electrocardiógrafo de quien sabe que tiene el tiempo contado. Es allí que mis piernas comienzan a temblar.

Sin embargo, al llegar y hacer las mismas cosas que todos los días, bajo los mismos parámetros los cuales conozco de memoria y puedo recitar de ojos cerrados, me comencé a sentir mejor. Comencé a recordar distintos momentos en los que mi relación con la empresa se vio defraudada, y de apoco comenzó a deteriorarse hasta llegar a la actualidad, esa en la que, como en algunas parejas, seguimos juntos sólo por la costumbre. Recuerdo un día que hablando con un compañero discutíamos esta misma situación; me dijo:
Cuando suceden esas cosas sólo hay dos caminos posibles: cambiar de actitud, o cambiar de trabajo.
Por fuera sonreí, pero por dentro reía a carcajadas mientras pensaba en que lo mío sería un híbrido de ambas. Fue allí que pude comerme el mundo.

Un mes, tan sólo exactamente un mes. Todo ya está planeado, las cartas ya fueron repartidas, el plan ya fue trazado; y si bien el miedo ha ido aumentando, también lo han hecho las ganas. No será éste un paso más que el que inevitablemente se iba a dar.

9 oct 2011

Lo esencial

Hacía un tiempo le había dicho al Danny que si quería podía armar una lista de cosas a llevar, pero siempre lo venía postergando... un día porque no tenía tiempo, otro porque tenía otras cosas para hacer, pero en el fondo lo que no tenía eran ganas. Estoy demasiado acostumbrado a usar lo que se me place y es muy difícil comenzar a acotar las cosas que uno usa hasta lo verdaderamente esencial.

Algún fundamentalista me dirá que lo esencial no es más que lo que tengo puesto y algo de comida, pero lo cierto es que, acostumbrado a un montón de comodidades, comenzar a limitarse puede llegar a ser una aventura, y como tal, puede infundar algo de miedo. Pero ese día llegó. Tener libre en el trabajo y que afuera lloviera torrencialmente sin intenciones de amainar, ayudó a obligarme a pensar en lo verdaderamente importante.


Ya lo había hecho con algunas cosas, me había pasado de conocer una banda que me encantara, ver el CD y tener todas las ganas de comprármelo, pero aún así mirarlo y pensar: "¿Para qué? Si en poco tiempo me voy y no lo voy a poder llevar...". Es con esos pequeños gestos que uno se va dando cuenta (o va tomando más conciencia de la que ya tenía) de que invertimos mucho en cosas que no son tan importantes como pensábamos... Y al comenzar a pensar en que cada objeto tiene un peso que no podía despreciar, uno se ve empujado aún más a los límites, donde debe elegir muy bien.

Fue así que separé la lista en grandes áreas: Tecnología, Higiene, Camping, Tecnología, Herramientas, Botiquín... y comencé a llenar la lista sin escatimar, poniendo los pesos de cada uno de los objetos al costado. Tras toda la tarde analizando cada pieza del rompecabezas, terminé con una lista tentativa, una lista que, según lo calculado, haría que cada uno llevara una carga algo menor a 25 Kg. En principio no está nada mal, y era lo que más o menos pensaba, pero ahora, pasados unos días, la vuelvo a mirar y me pregunto: "¿Son realmente necesarias tantas cosas?"

25 sept 2011

Prueba de campo

Luego de decidir la fecha, nos empezamos a meter de lleno en los detalles, y aquella etapa tan lejana de tomar decisiones comenzó a quedar atrás; y en el horizonte, junto con la Primavera, se comenzaba a oler un aroma de cambios... y también a responsabilidades. Un aroma a incertidumbre, a ganas de comenzar algo nuevo... un aroma que, en definitiva, invita a cambiar.

Lo que ahora teníamos que definir era la bicicleta que utilizaríamos. Ya hacía un tiempo que el Danny había investigado un par de cosas y yo otras tantas, y ambos nos habíamos aventurados a pedir ayuda en varias casas de bicicletas, donde nos orientaron un poco mejor y nos recomendaron distintos modelos.

Recuerdo la primera tarde que me fui hasta Specialized... Me sentí tremendamente desubicado. Al entrar, el punchi punchi a todo volumen me hacía pensar que estaba ingresando a un gimnasio, mientras una rubia tetona muy bien formada me preguntaba qué estaba precisando. Con la voz baja y algo tímida le cuento que estaba por hacer una travesía de varios meses y por varios países y que quería saber qué me podían recomendar. La chica, cargada de curiosidad e insegura de su respuesta, me dice que lo mejor es que me atendiera un compañero suyo. Tras llamarlo, un flaco cancherito de camisa apretada me saluda y me escucha repetir la historia. Sin dudarlo, me lleva hasta uno de los modelos y me comienza a contar de sus bondades:
- Fijate que el manubrio tiene 9 grados de inclinación, y que el asiento es de tal altura, por lo que la columna va a ir en determinado ángulo respecto del suelo, lo que te permite estar en una posición que es entre un tren de paseo y competencia y que gGheSuISoovNRQsGcLOu
(Si, si, literalmente eso fue lo siguiente que le pude entender).

Al explicarle sobre mi poca experiencia, se sentó en unos sillones y me comenzó a contar un poco más de lo anterior versión pro-mortales. Fue ahí que le comencé a entender un poco. Tras algo así como media hora de clases, aparece otro flaco cliente del local que se prende a la charla y me tira algunos piques sobre una travesía de estas características aunque -luego me confesarían- ninguno de los dos hizo algo similar.

- Si querés podés probarla
Me dice finalmente, y guiado por el mareo producido por el exceso de información, niego la oferta y le digo que simplemente estoy investigando; le agradezco y me voy.

A la semana siguiente visité otras tantas bicicleterías: Giant, Zenith, Trek y Motociclo... Aunque sin dudas en ninguna me pudieron brindar tan buena información con tanta buena onda y paciencia como en Specialized. Fue así que decidí volver, y esta vuelta, ya no con un interés intelectualoide, sino para la prueba de campo.

***

La siguiente vez que me presenté, el cancherito era yo:
- Hola, vengo a probar la Specialized Crosstrail Sport Disc -dije con mi mejor acento de inglés sobreactuado
La chica (otra, esta vuelta morochita de las mismas proporciones físicas) levanta la vista de las hojas que parecía leer concentrada y me dice:
- Si, claro, como no
Desconcertado por la rápida respuesta, la miro mientras va a buscar la bicicleta, y flamante, me la entrega junto con un casco.
- Firmame acá no más
- ¿No querés que te deje la cédula?
- No, no... si querés dejá la mochila, pero por comodidad tuya no más
Asombrado por el exceso de confianza, firmo los papeles y le informo que volveré en algo así como media hora. Tomo la bici y camino hasta Avenida Italia.

Una vez en la calle, me sentía poderoso... Hacía algo así como 2 meses que no me subía a una bicicleta ya que había estado complicado por otros temas, y todavía se sentía como aquella primera vez que me aventuré a practicar; por lo que me subo con determinación y comienzo a pedalear.

Al principio tomé un parquecito para probarlo en pasto, luego un camino de pedregullo, y finalmente me fui hasta la rambla de Punta gorda, donde pedaleé hasta el Hotel Carrasco. Durante esas pruebas me sentía un niño, gozaba de ir a toda velocidad y subir y bajar cunetas, de pasar de asfalto a pasto y de dar pequeños saltos con la bici. Me sentía tal cual un niño que dejan solo en una pista de motocross con su bici y toda su energía.

Disfrutaba de saltar, de cambiar rápido de tipo de suelo, de ver cómo respondía en arena y hasta de la facilidad que tenía para cargarla (ya que era muy liviana). Y lo mejor de todo: ir bien rápido en la rambla y clavar los dos frenos de una... Al momento de hacerlo me agarré bien fuerte pensando en que me iría de cabeza y terminaría llevando la bici entera, pero mi cuerpo hecho pedazos, sin embargo, mi asombro fue mayúsculo cuando, al hacerlo, la suspensión delantera absorbió toda mi velocidad, dejándome parado, quietito y asombrado, sintiéndome como un buen boludo.

El camino de retorno lo hice tranqui y sin tantas pruebas, disfrutando del gusto olvidado de la libertad que sólo este simple aparato de dos ruedas parece otorgar.

Una vez cerca del local, estiro y me dedico a examinar la bici: los frenos, las horquillas, los platos, los cambios... para mí, era como subirse a una bici por primera vez, y trataba de entender lo más que pudiera de aquella simple pero compleja mecánica.

Ahora sí, una hora y media más tarde, estaría devolviendo la bestia a su recinto, y al llegar a mi casa, me encontraría escribiéndole un informe al Danny mientras esperaba su veredicto sobre otras pruebas.

18 sept 2011

"...vida nueva"

Una de las grandes dudas desde que comenzamos con este proyecto era cuándo partiríamos. Ambos sabíamos que eso sucedería a finales de este año, pero jamás tuvimos en claro en qué momento, sólo nos manejábamos en términos de meses.

Cuando aún faltaba más de un año para que el momento de otras grandes decisiones llegaran, no nos preocupaba no tener claro cuándo arrancábamos. En parte, porque no había mucho que hacer, ya que lo que básicamente nos retenía eran algunas cuestiones legales en Nueva Zelanda.

El Danny siempre había tenido en claro que para mediados de Noviembre ya iban a estar esas cuestiones solucionadas, aunque en principio el procedimiento indicara que podía llevar hasta Febrero. Fue así que se compró un pasaje para llegar a Uruguay a mediados de aquel mes. Y se ve que tanto fue así que a las pocas semanas le estarían confirmando que el gobierno de Nueva Zelanda dejaría de ser un inconveniente.

Cuando esa noticia me llegó vía telefónica y de primera mano (esto es, el Danny emocionadísimo en una llamada transoceánica con unos cuantos segundos de defasaje), estaba claro que a partir de ese momento ya poco se trataría de jugar a irse, y esa segunda etapa de toma de decisiones era inminente, haciendo que ahora sea el momento de desempolvar todas aquellas preguntas que olvidadas en un cajón aguardaban en un sueño profundo sus respuestas.

Todo era nuevo para nosotros, y dos preguntas parecían imperantes de responder: cuándo partiríamos y cómo prepararíamos nuestro transporte.

Inmediatamente comenzamos a buscarle solución a ambas, y nos concentramos en las bicicletas: qué tipo de bicicleta usar, cuáles eran las que más nos facilitaban hallar repuestos a lo largo de Sudamérica, cuál sería el mejor precio, qué cosas teníamos que hacer y qué cosas no, y otro gran torrente de interrogantes aparentemente insolubles para nosotros, a quienes una bicicleta no se les presentaba más que como un caño con dos ruedas.

Así que decidimos por comenzar con lo más sencillo: ¿cuándo nos iríamos? Yo sabía que no quería hacerlo antes de Diciembre, pero por otro lado la idea de comenzar año nuevo en la ruta me era muy atractiva. Muchas personas me dijeron que no tenía sentido irse antes de año nuevo estando éste tan cerca, ya que era un momento para estar con la familia y que  era una época que simbolizaba muchas cosas. Para mí, no era más que un numero como cualquier otro, y de hecho la misma idea de no hacer lo que estoy acostumbrado a hacer me parecía más atractiva: ¿qué mejor que no pasar las fiestas con la familia y los amigos? No me lo preguntaba de malo, sino que era una necesidad de empujarme hasta los límites, de llevarme lo antes posible hasta el borde para saber si era, antes de partir, lo que yo creía que era... y no me refería a mí mismo, sino al viaje, a sus aventuras, pero también a sus soledades.

En mi casa se ofendieron. Todos me decían que estaba haciendo mal y que, sencillamente "le erraba al bizcochazo". Fue ahí cuando el Danny entró en escena:
Yo hace tiempo no veo a mi vieja... Me gustaría pasar las fiestas con ella -me dijo- ¿Y si arrancamos luego? -agregó.
La idea no me convencía, pero de a poco me fui dando cuenta... otra vez, con ese afán de hacer las cosas, me estaba olvidando de las que tenía en este mismo momento, que después de todo eran tan importantes como las que estarían por venir.

Dale... -le respondo dubitativo-. ¿Pero cuándo nos vamos? -pregunto.
Tras breves instantes, ambos respondemos lo mismo al mismo tiempo (como ya hace tiempo nos sucede):
¿Y si salimos el primero de Enero? ¡De esa forma empezamos el año con todo!
Ya no había más que discutir, y la sabiduría popular me lo recordaba: "Año nuevo..."

11 sept 2011

Túnel

Siempre existen aquellas personas con las que parece que tenemos alguna conexión superior, alguna conexión especial guiada por algún túnel secreto que en el momento nos hace sentir una especie de inquietud, indicándonos que algo ha sucedido. Esas conexiones pueden darse a cualquier nivel y en cualquier momento. Puede que suceda cuando pensamos mucho en una persona que no vemos hace tiempo y justo nos llama, o puede que suceda con una persona que apenas conocemos y sin embargo parece que lo hiciéramos de toda la vida... Y esto da lugar a varios tipos de relaciones. Esas que quizá escapan a lo común y se basan en una esencia totalmente distinta a las tradicionales.

En estas relaciones, las cosas se suceden de forma mística: uno puede no tener comunicación por largos períodos de tiempo (o incluso siquiera haberse conocido aún) y así con todo, cada encuentro se transforma en un festejo, cada momento en un deleite, cada sueño personal en una meta compartida, y cada charla en efímeras horas hasta la madrugada.

Fue así que meses habían pasado desde que a Pablo le había visto por última vez. Había pasado, incluso, mi cumpleaños, pero aún así no tenía señales de vida. Sin embargo esa mañana me había levantado con la sensación de que tenía que comunicarme; sensación que se vio frenada por la necedad del egoísmo que perduró hasta la noche, cuando el mensaje se hizo más fuerte:
- Hola
- ¿Natalia?
- ¡Diego! ¿Qué hacés? ¿Llamás para despedir a tu amigo?
- ¡¿Eh?! ¿Qué despedir?
- ¿Qué? ¿No sabés? ¡Se va para España!
Ese mecanismo había funcionado una vez más.

Inmediatamente arreglé un encuentro para el día siguiente, donde me enteraría de todos los detalles. Pablo siempre se había sentido limitado por las posibilidades que mi país  le ofrecía para su carrera, y gracias a una beca completa para un posgrado en España parecía que su suerte estaba a punto de cambiar. Esa tarde, cerveza en mano y tirado en la playa de Pocitos, me enteraría de todas las ilusiones y los deseos invertidos para hacer realidad un sueño. Le escuchaba hablar con la misma emoción con la que yo tantas veces hablé de mi viaje. La pasión por cumplir un objetivo se transmitía y expandía a lo largo de toda la costa. Sentía, casi, que yo mismo era el que estaba por partir del continente en tan sólo unos días.

- ¿Y cuándo volvés?
- En Diciembre, pero aún no es seguro... capaz que me voy a Honduras
- ¡¿A Honduras?! ¿A qué?
- A hacer algo de trabajo humanitario
- Entonces... esta puede ser la última vez que nos veamos...
Fue al pronunciar esas palabras que me dí cuenta que estaba teniendo mi primera despedida, y todas aquellas imágenes que había imaginado de recuerdos y palabras duramente me abofeteaban en la cara obligándome a retener todos los gestos, todas las frases y todas las emociones en el único acto del abrazo.

Se que iré en unos días a acompañar a mi amigo al aeropuerto, pero no será esa mi despedida, será ese tan sólo el gesto que le recordará que este tipo de conexión no conoce de tiempos ni distancias.

21 ago 2011

La única diferencia

Una vez me preguntaron:
¿Qué harías si el mundo se acabara mañana?
e inmediatamente un torrente de ideas y actividades emergió ferozmente de mi cabeza. Largo rato estuvimos discutiendo sobre a quiénes veríamos, las cosas que haríamos o las actividades que realizaríamos, pero todo quedó en una idea, loca y suelta, tirada en un momento de ilusión colectiva.

Años tuvieron que pasar para que alguien me cambiara ligeramente la pregunta y me hiciera ver las cosas un poco diferente:
¿Y si salimos y hacemos esas cosas como si el mundo se acabara mañana?
Se que la pregunta suena un tanto fantasiosa, podríamos decir que haríamos esto o aquello, y que la pasaríamos fenómeno porque, ¿qué sentido tiene desperdiciar el poco tiempo que nos queda? Bueno, ahí es cuando me puse benevolente y dije: "Bueno, este viaje no tiene fecha aún, pero será sin dudas antes de fin de año. Muchas cosas dejaste de lado por disfrutar ahora, así que ¿por qué no hacerlo?".

Fue así que casi comencé a comprimir todas esas vivencias memorables sólo porque había una fecha fijada, sólo porque sabía que había caducidad... Claro, sabía que esa era una fecha determinada, pero tuvo justamente que suceder que existiera una fecha para que comenzara a hacer todas esas cosas, pese a que de antemano sabía que ese tiempo se iba a acabar. Y aquí es cuando el paralelismo más peligroso se me vino a la mente: ¿No es acaso la vida misma de igual manera? Es decir, si nos aseguran que nos queda determinado tiempo de vida, ¿no intentaríamos hacer todas esas cosas que dejamos pendientes?

Claro, esto no es más que un caso hipotético, en la realidad pocas -muy pocas, por suerte- veces eso sucede, ¿pero no es eso peor? Si no sabemos a priori cuál es ese -nunca mejor dicho- deadline, ¿por qué no ir haciendo esas cosas de a poco? ¡Pero sin postergarlas!

En mi caso, sin embargo, ese deadline existe, porque en un viaje de estas características uno nunca sabe qué es lo que sucederá siquiera en una semana, ¡mucho menos cuando acabe! (¿o debería escribir cuándo acabe?), y esto comienza a accionar una especie de alarma sobre las cosas que uno no quiere dejar pendiente. Es ahí cuando se decide a pasar más tiempo con su familia, con sus amigos, con la gente en general, disfrutando de cada instante así sea de enojo... Y con esa misma idea en la cabeza una tarde me enfrenté a un concepto mucho más profundo.


¿Qué tal si por profundizar en todas esas relaciones no termino dañando a otros o a mí mismo? Si yo se que me quedan algo así como 4 meses en Uruguay, ¿tiene sentido alimentar las relaciones, hacerlas más profundas y significativas? Al hacerlo, estoy gestando un gran dolor que nacerá al momento de irme, estaré haciendo que aquellas personas que se hayan encariñado (de la nada o más) conmigo sufran en cierta forma por la partida... y yo también. Comenzaron a surgir preguntas como: "¿Convendría mejorar mi relación con tal o cual sabiendo que es sólo por unos meses?", "¿Convendría sentir que más personas son mis hermanos si se que no les veré por un período de tiempo indefinido?", "¿Convendría incluso enamorarse?".

Luego de quedar unos instantes en blanco mirando un punto muerto, recordé mis propias palabras, aquellas que indicaban que esto es como la vida misma y que la única diferencia es que yo se cuándo voy a partir, pero que en ambos casos irremediablemente eso sucedería. Y la pregunta se transformó en ¿de qué sirve entonces en la vida misma alimentar cualquier relación? Me asusté:
- ¡Necio! ¡No podés ser tan necio! -me decía a mí mismo y me dí un golpe seco en la frente con la palma de la mano-. ¡¿Cómo voy a preguntarme una cosa de esas?! ¡Si justamente sirven porque forman parte de la esencia misma de la vida! ¡Los vínculos son vida: ellos nacen, crecen y a veces mueren, pero siempre te harán sentir que es vida lo corre por tu sangre! ¡Claro que hay que alimentar las relaciones, claro que hay que disfrutarlas, vivirlas y aprender de ellas! Y llegado el momento... sólo llegado el momento, abrazarlas bien fuertes en la partida

Ahora ya podía ver por la positiva ese paralelismo entre la vida y este período de tiempo, ese paralelismo entre saber y no saber una fecha pero estar seguro de que ese momento, más tarde o más temprano, inesperado o no, vendrá... y que cuando lo haga será implacable.

Una vez lo había leído, pero recién ahora lo entendía:
La única diferencia entre un sueño y un objetivo es una fecha

Detrás de la curva

De chiquito los sueños más disparatados siempre parecen alcanzables. Recuerdo que cerca de mi casa, en la quinta, pasaba una vía de tren que guiaba mis sueños hasta la próxima curva y que, una vez alcanzada, me invitaba a continuar recorriéndola. Fue así que muchísimas tardes y ya cerca del atardecer (y la supervisión del adulto de turno, por supuesto) llegaba a un lugar nuevo, me apartaba de la vía e investigaba el lugar. Luego, y al grito de "¡Retirada!", aplazaría mis exploraciones hasta la próxima expedición.

Sin embargo, lo que nunca se hacía esperar eran mis maratónicas corridas desde el frente de casa hasta la vía cuando escuchaba a un tren silvar a lo lejos. Agitado y con las piernas todas rasguñadas de tropezar con cuanta rama había en el camino, llegaba hasta aquel monstruo metálico y le saludaba alegremente, mientras pensaba que de grande alguna vez llegaría a dominarlo y así recorrer todas aquellas curvas misteriosas hasta que no quedara ninguna.

Pocos años después vería mi sueño hecho realidad, cuando en la Estación Grl. Artigas (actual "Estación en decadencia Grl. Artigas") me estaba aprontando para subir al tren y mi viejo se encuentra con un antiguo compañero de la escula. Yo no prestaba atención a aquella charla y aunque lo hubiese hecho, seguramente no recordaría los pormenores, porque todo lo que importaba era que ese señor se transformaría en breves instantes en mi reflejo cuando le dijo a mi viejo que él era el chofer de ese tren y, guiñando un ojo, me haría la irresistible oferta de acompañarlo en la locomotora durante todo el viaje.

Una vez finalizado el recorrido ya en la estación y con los pies temblando de emoción me di cuenta que quería un poco más, y a partir de entonces mi sueño sería recorrer los 19 departamentos del país.

Muchos años pasaron sin que me diera cuenta de que de a poco estaba cumpliendo ese sueño y que ahora sólo dos departamentos eran los que me quedaban en la lista. La primera vez que me percaté de eso fue este año cuando, organizando mi último viaje por el interior con mi hermana, nos diéramos cuenta de que Rivera y Cerro Largo quedaban bien cerquita. Así que aprontamos las mochilas y nos trazamos el recorrido bajo la consigna de que nada debe apurarse y que si se daban las cosas, quizá podríamos conocer la Laguna Merín.

Al principio rumbeamos a Tacuarembó, donde unos amigos que habíamos conocido el año pasado nos ofrecieron su casa y su compañía. Con ellos recorrimos algunos pendientes, festejando el encuentro con un asado sobre el Chorro de Agua Fría y su posterior escalada al Batoví como postre. Más tarde, nos meteríamos de lleno al Departamento de Rivera, conociendo el Valle del Lunarejo desde la cima de uno de sus cerros y bajo un paraguas.

El resto del viaje lo hicimos solos, en ómnibus, a pie, y hasta en una camioneta de bomberos que apiadados de nuestra situación (quedar varados en Cuñapirú) nos aventaron hasta la ciudad de Rivera. Y luego sí... cuando vimos que sólo quedaba Vichadero, decidimos tomarnos un ómnibus y así conocer Cerro Largo.

En Melo nos sorprende la casa de Juana de Irbarborou, donde la famosa higuera se encontraba muerta pero gestando desde sus entrañas su futura descendencia. Luego de recorrer la posta del Chuy y Río Branco, decidimos desembarcar en lo que sería la última parada... aquella no propuesta y aún así más grande: La Laguna Merín.

La Laguna Merín nos guardaría un montón de sorpresas entre sus grandes lenguas de arena que permitían apreciar el paisaje desde lejos, los windsurfers y la tortuga "Popeye" que mi hermana descubriera caminando en un área protegida privada. Pero la mejor de todas, vendría al día siguiente.

Gracias a la "Guambia" (otra fiel compañera de viajes), mi hermana descubre la mejor manera de dar por finalizada una travesía como ésta señalando con el dedo una página bastante dañada.
¿Te da para recorrer en avioneta? -preguntó
Horas más tarde y desde lo alto terminaríamos de desnudar al Uruguay a través de un espejo de agua azul.

Bajo nuestros pies, los canales de agua y las siembras de arroz nos harían recordar a Treinta y Tres, los bañados a Rocha, el campo verde a Colonia, la playa a Canelones, el cielo abierto a Durazno y, a esta escala, el pueblo a Montevideo...

Pocas fueron las fotos que sacamos, porque ambos coincidíamos que lo importante era disfrutar ese momento, y el piloto parecía así respetarlo en su silencio hasta que levantando la voz y apuntando con el dedo índice nos dice:
- Allí es la Punta Muñiz, el punto más Oriental de la Patria
Yo sólo podía concentrarme en qué habría detrás de esa curva.

14 ago 2011

Oh, the people you'll meet!

Los siguientes paseos con Andrés no serían quizá tan pintorescos como el primero que le recibió en nuestras tierras, pero sin dudas me haría conocerlo mucho mejor. Andrés no era un personaje como cualquier otro, y su vida estaba llena de inflexiones. Según me contó mientras recorríamos las antiguas calles de Colonia, había estudiado porque había que hacerlo, pero no porque realmente le gustara. Se había recibido de Abogado y había trabajado en el Banco Santander allá en Colombia. Había recibido su título y había actuado según se esperaba de él, ascendiendo en la empresa de forma tal que terminaría conociendo lugares como New York. Sin embargo, él quería conocer la vida de una forma más simple, tener una acercamiento distinto que le permitiera estar más en contacto con lo que realmente somos.

Bajo esa idea poco definida, un día decidió que no iba más, renunció a su cómodo puesto en el banco, y decidió irse a vivir a un pueblito llamado Barichara, curiosamente ubicado en la provincia de Santander. Allí se compró una casa de 200 años que se dedicó a restaurar y que le serviría como centro logístico para su nueva y principal afición: contemplar la naturaleza acompañado de un buen libro.

Cuando la curiosidad pudo más, Google Earth nos ayudó a ubicar el lugar y mirar algunas fotos:
- ¿Ves? Por acá queda mi casa... Y acá está la iglesia. Es muy bonita -nos decía mientras señalaba el mapa y nos contaba de la gran cantidad de turistas que visitaba el pueblo-. Es un pueblo muy particular, muy bohemio, está lleno de artesanos y aunque no lo creas... -me dice riéndose- ...van muchos ciclistas que recorren América. Están más que bienvenidos cuando quieran visitarme" nos dice dejando la invitación abierta.

Mientras observaba las fotos de su casa me percato de que la cocina no tiene pared.
- Es que allá no hace frío, entonces no pasa nada con que no tenga pared. De hecho, la ducha queda afuera. Yo me baño mirando el cielo -me dice
La siguiente pregunta era inevitable:
-¿Entonces por qué venís para acá? ¡Es tan lindo allá!
- Es que aquí me gusta mucho cómo es la gente. Es muy simpática y muy sana. Tienen un país muy tranquilo y no se... pero quizá me compre algún campito y haga algo por aquí en algún pueblito del interior... ¿Sabes? Admiro mucho lo que ustedes van a hacer. Allá en Barichara tengo un amigo que tiene 18 años y lo admiro mucho también, él hizo de su vida lo que realmente deseaba, y ahora hace artesanías. Quizá yo también haga algún curso de cerámica aquí...


El silencio se transformó en algo prolongado mientras observábamos las fotos. Con mi amiga presente nos miramos y pensamos, sin decirnos nada, que la vida para Andrés era simple, sin ataduras, sin grandes aspiraciones materiales, quizá, justo tal como debería ser...

7 ago 2011

Avô Fogo

Es increíble cómo uno camina por las calles de su ciudad como si se tratara de una danza perfectamente sincronizada que ejecutamos de memoria. En Montevideo me es común pasar por la Ciudad Vieja sin prestarle atención a nada más que los transeúntes para no chocarme con ellos. A la Facultad de Arquitectura me es fácil entrar sin prestarle más atención que a la cantidad de escaleras que tengo que subir. Ir del Parque Rodó a la Rambla no me es más complicado que esperar el momento justo para cruzar una infernal carretera a plena hora de la tarde. Caminar por el Centro o por Bulevar Artigas nunca me demandó más que prestarle atención a los semáforos.

Sin embargo, la llegada de Andrés me haría ver con ojos diferentes todos esos detalles. Ya me había pasado en realidad el levantar la vista y observar tal o cual detalle y quedarme un rato impactado por habérseme pasado desapercibido tanto tiempo, pero de todas formas nunca me había dedicado realmente a observar: abstraerme un rato de todas aquellas personas y presionar por un momento mi cronómetro mental que los eliminaba de la escena, dejando visible solamente las esencias que forman parte de nuestra identidad: la arquitectura acariciada por una rama de un árbol que a su vez era acariciada por el viento y me hacía recordar a un tema de Drexler en el que me susurraba que todo se transforma; un mate invisible que se paseaba por la calle mientras que un termo, suspendido en el aire, cada tanto le daba aliento cuando éste se sentía vacío; una pelota de fútbol, que rebotaba de lado a lado en la calle; y una cuerda de tambores, allá a lo lejos, que resonaba en los ecos de los pasillos del Barrio Palermo.

El primer día, un dos de Febrero, era un día aún más particular, pues, se realizaban las ofrendas a Iemanjá. Luego de acompañar a Andrés a su futuro hogar por los próximos dos meses, le dejé para asentarse luego de proponerle ir en la tarde a la Rambla Presidente Wilson para así presenciar tal evento.

Al llegar, con el sol despidiéndose tras el agua como de costumbre, Andrés no dejaba de transmitir júbilo y asombro por nuestro legado. La escena parecía sacada de un documental de la National Geographic: hombres y mujeres reunidos en cantos de frente al mar confiaban sus oraciones, mientras otros hablaban con el Pae de turno, quien les adivinaba el futuro y les informaban de diferentes presagios. La historia que yo conocía era poca, y era sólo de lo que escuchaba de rebote aquí o allá, por lo que me acerco a un hombre quien me explica más o menos de qué se trataba todo. Le conté sobre la visita que me acompañaba y más entusiasmado aún, comenzó a contarnos sobre los rituales, las ofrendas y los bailes.

- ¿Ves allí que están bailando? -le preguntaba a Andrés-, Bueno, esa que tiene la cabeza hacia abajo y la cara tapada por los pelos está poseída por un espíritu. La cuerda que está alrededor es para que no se escape, y el hombre es el que la guía en sus bailes. Hay gente que no cree en todo esto, yo la verdá que no se, pero sí se que cuando precisé ayuda, Iemanjá estuvo. ¿Sabés quién es?
- No
- Iemanjá viene de todas esas leyendas de los esclavos africanos, los mismos que nos dieron el candombe. Ellos cuentan que es la diosa del Agua, que se le apareció a unos marineros cuando estaban naufragando y los salvó. Vos podés rezarle y pedirle diferentes cosas, no significa que te las vaya a cumplir, pero si lo hace lo mejor es que le des una ofrenda. Ella es muy coqueta, le encantan los vestidos, las joyas... como toda mujer, ¿viste? Y a mí me ayudó... bueno, a mi hija en realidá, ella tenía problemas para caminar y ahora está mucho mejor, entonces lo que hacemo es unos pozos en la arena, ponemos velas y le damos nuestras ofrendas al mar en barquitos hechos de papel o de espuma plast. Si la ofrenda vuelve, no fue aceptada, pero si no lo hace, entonces podés estar tranquilo

Una vez llegada la noche, el ambiente era mágico: la playa estaba minada de pequeños y grandes pozos con velas encendidas, que iluminaban la arena tornándola brillante como el oro. En el agua, se veían un montón de pequeñas luces perderse en el horizonte, mientras las olas, tranquilas y suaves, musicalizaban el ambiente que se tornaba serio y solemne, pese a la cantidad de curiosos como nosotros que andaban en la vuelta. Y es que sin dudas, todos al final nos terminábamos identificando... quizá, vinculados por aquel lazo antiguo a lo desconocido y lo místico, lo mismo que en su momento nos unió al fuego en alguna cueva y ese día nos unía a las velas en alguna playa.

Pintando

Todavía recuerdo la primera vez que me puse a escribir. Tendría unos 17 años y fue a raíz de lo que nosotros llamábamos una "Oración". En aquel entonces todavía creía en Dios y bajo su nombre con unos amigos estábamos intentando comenzar un nuevo Oratorio en Las Piedras. Al principio era un caos porque no teníamos nada definido más que la infraestructura de la capilla, por lo que a veces las reuniones eran largas y tediosas terminando en lo que, a mí parecer, era el momento más interesante: la Oración. En ella cada uno proponía una reflexión y la vinculaba con la creencia que nos movía. Fue así que un día me tocó armarla a mí y, pensando en hacer algo diferente y no una de las tantas "reflexiones predefinidas" que ya conocíamos de memoria, fue que escribí un cuento... A partir de entonces no paré.

La experiencia de plasmar en palabras lo que pensaba o sentía me ayudaba a armarme de conceptos, a vincularlos y darle vida al ponerlos tras una secuencia. No demoré mucho en abrir mi primer blog, Al filozafando ↗, el cual mantuve activamente por algo más de tres años. Escribía (tanto antes como ahora) para mí y lo publicaba por si a alguien le interesaba, por si a alguien le servía de algo... Nunca esperé la respuesta que tuve. No pasó demasiado tiempo que varios comentarios de personas que no conocía aparecían en mi correo, algunos que incluso me asombraban, dándole lecturas diferentes pero igualmente válidas a las historias, o que me emocionaban, al contarme que vivieron momentos similares y se sentían identificados con los personajes que yo inventaba.

Tiempo después, acorde a procesos personales naturales, decidí dejar de escribir historias ficticias y comenzar a escribir historias reales teniendo como inspiración los recientes viajes al interior del país. Así nació Pintando pájaros ↗, un blog anecdotario del Uruguay. Sin tanto éxito popular como Al filozafando, el concepto de Pintando pájaros me atraía mucho más, por lo que le ponía más y más empeño... después de todo, lo escribía para mí... O al menos eso creía, porque ese blog me guardaría muchas más sorpresas de la que podría imaginar.

La primera de ellas era, viéndolo en perspectiva, que sería un trampolín para Buscando el Norte, pero más importante aún, un trampolín para la aventura que tanto ansío vivir. Y la primera manifestación de esto vino de la mano del Danny que tras la lectura de ese mismo blog fue que supuso que yo sería la persona indicada para un viaje como éste y decidiera así proponérmelo hace ya algo más de un año. Otra de las sorpresas llegaría desde Colombia.

Mi primer contacto con Andrés fue un comentario a una publicación sobre Cabo Polonio ↗, post clave que marca un antes y un después tanto en esto de los blogs como en mi propia vida. Andrés me comentaba que planeaba un viaje a Uruguay aunque no sabía cuándo ni cómo, pero que tenía muchas ganas de establecerse y armar un ranchito sencillo donde dedicarse a la contemplación y la lectura.

Varios correos siguieron a aquel primer contacto en los que discutimos sobre facilidades y consejos de viaje en Uruguay, hasta que un buen día me encuentro con un último mensaje que me llenaría de orgullo y responsabilidad:
Hey Diego...quería compartir contigo que -entre mi propia motivación y la que encontré leyendo tus crónicas de viaje- aproveché una oferta de LAN y me compré el billete para Montevideo donde estaré instalado el próximo febrero por un periodo de dos meses!! En serio te digo que tu blog entre otras fuentes me inspiró resto. Aparte de un paseito por la Patagonia argentina seguro que visitaré alguno o algunos de los destinos que has reseñado. Me pondré en contacto contigo pues dudas no me faltarán, pero espero no convetirme en un amigo virtual muy molesto jejejeje. Saludos, Andres
Al principio ese mensaje también me dio un poco de miedo, ya que lo que yo escribía era mi propia visión de la vida que bien podría diferir de la de los demás. Pero más sorpresas me estaría llevando la mañana que sin conocerle fui a buscarle al aeropuerto. 

24 jul 2011

El momento de la liberación

Escribo tranquilo y sin nervios mi identificación y contraseña en la página de Bedelía de Facultad. Mi nombre apareció inmediatamente al lado de la asignatura que había dado y un "Aprobado" trataba de alentarme. "Bien" me dije, cerré el navegador y me fui a trabajar. En el camino recordaba todas aquellas veces que había estado frente a una situación similar: los nervios, los miedos, y luego, el "Aprobado" aquel que me hacía saltar de la silla como si hubiese accionado en ella un resorte. Pero esa vertiginosidad se había ido, y hacía un tiempo ya que el salvar un examen no se sentía más que un trámite.

En el último tiempo me había estado yendo bastante bien, sobre todo en la materia anterior, la cual había hecho que retomara un poco el gusto por lo que estaba haciendo. Pero ahora, ahora sentía que la idea no me aportaba demasiado, y de a poco la propuesta de no continuar me parecía más atractiva. "No, no, es una locura", decía como cuando el Danny me había propuesto la aventura de recorrer Sudamérica.

Los pocos días siguientes, había intentado estudiar... era la última materia que me quedaba que no era de mi agrado, pero trataba de hacer lo mejor. Y casi sin quererlo, aparecieron esas  preguntas que de forma diabólica intentan de que cambies todo: "¿Pero a vos te gusta? ¿Qué querés hacer sino? ¿Vale la pena? ¿Te das cuenta que si perdés una ya no llegás al objetivo que te habías propuesto y todo el tiempo que pasaste fue al pedo? Más aún, ¿te das cuenta de que eso es probable?". Esas dos últimas me inquietaban demasiado y me hacían pensar en todas aquellas pequeñas cosas que era ahora el momento de vivir porque quizá luego, una vez en la ruta, sea demasiado tarde.

Sin embargo, como buen obstinado, decidí intentarlo aunque sea una vez más aunque no tuviera claro por qué; y los dos días anteriores a este examen, decidí pasarlos fuera de casa, donde pudiera concentrarme mejor.

Esos dos días me dejaron exhausto. Sentía que estaba entre la espada y la pared, pero no tenía claro de qué lado estaba cada cual. No fue hasta que dí el examen que pude darme cuenta de lo que realmente buscaba y que nada tenía que ver con el salvarlo para estar un paso más cerca del título intermedio antes de irme, y mucho menos con el certificado para justificar mis días libres en el laburo. Tenía que ver en realidad con estar en esas paredes otra vez. Tenía que ver con volver a aquel cubo de cemento frío y húmedo que es la facultad, tenía que ver con caminar en los pasillos, con ver las caras de la nueva generación, con cruzarme con algún conocido que ahora es referente del Curso Introductorio, con pisar el camino embarrado hasta el aulario y finalmente, sentarme en una silla de plástico poco cómoda para enfrentarme a una hoja en blanco, mientras un amigo (sí, un amigo que conocía de antes que empezara facultad) me saludara y me pidiera la cédula... ¡para corroborar que yo era yo y no un impostor que se sentaba en esa silla a hacer ese examen bajo mi nombre! Ahí me di cuenta... él no, y por lo tanto me dejó hacer el examen, pero yo sí me di cuenta: el que estaba en ese salón no era yo, el que estaba en ese salón era otra persona que se esperaba que estuviera, que todos esperaban que estuviera: en el laburo, en mi casa, ¡hasta en la facultad, donde ahora mi amigo estaba tan ciego que si no fuera por la cédula no podía siquiera reconocerme!

Y luego llegó... el momento de la liberación: entregar las hojas, atravesar ese salón en silencio (como si de un funeral se tratara) y salir hacia la calle... mirar tras los árboles el cubo de cemento y respirar profundo. Se acabó. Afuera sí era yo, y a eso me dedicaría los meses siguientes.

3 jul 2011

Aquellas pequeñas cosas

Son aquellas pequeñas cosas, que nos dejó un tiempo de rosas en un rincón, en un papel o en un cajón.
Era el segundo verano en mi vida que no pisaba la playa, y verlo pasar por la ventana de mi cuarto mientras me zambullía en libros en lugar de las cándidas aguas del Atlántico Sur, me hacía sentir cada vez un poco más cerca de la locura. De mi vieja no sabía demasiado, sólo que estaría llegando en dos días de su ansiado viaje a Brasil, y, como si eso le hubiese sido poco, iba a ir directo a Los Titanes por unas semanas.

Durante ese tiempo, cuando me dí cuenta que pasaba más horas pensando si debía ir a recibirla o si debía quedarme estudiando ya que al día siguiente tendría un examen, decidí que lo mejor sería concentrarme definitivamente en una de las dos cosas, y decidí quedarme.

La mañana de su arribo, me levanté temprano y prendí la radio. Abrí la ventana y miré el azul profundo del cielo que inmediatamente me llenaba de energías para comenzar el día. Fue ahí cuando escuché a Serrat susurrarme a través de la radio su lamento por aquellas cosas que una vez tuvo la oportunidad de vivir y que sin embargo las dejó pasar. Miré mi mochila vacía, y sin pensarlo, puse todo lo indispensable, y con la sensación de que estaba dejando algo olvidado, cerré la puerta y corrí hasta la parada de ómnibus. Si me apuraba, tal vez (y sólo tal vez) podría llegar al mismo tiempo que ella y darle la sorpresa.

Una vez en el ómnibus hacia Montevideo, me escribe mi hermana comentándome que mamá se iba a atrasar. Parecía ser que si bien se había bajado en Los Titanes, no lo hizo con su maleta, y por lo tanto debía ir a la Terminal de Tres Cruces, regularizar la situación, y nuevamente tomarse un ómnibus para atrás.

Al enterarme de esto supuse que sería probable que nos cruzáramos, por lo que si quería darle una verdadera sorpresa, no debería dejarme ver. Por suerte había llegado con el tiempo justo, lo suficiente como para sacarme el pasaje sin muchas demoras y sin esperar demasiado a que el ómnibus partiera. Una vez arriba, me acomodo cerca de una ventanilla y comienzo a dejarme llevar por la música de Eddie Vedder cuando nuevamente suena el celular con un mensaje de mi hermana:
Mirá que mamá se subió al ómnibus
Listo, tenía que ser el mismo ómnibus. Miro para todos lados y la veo, pero prefiero no saludar, agacharme un poco y esperar a que partamos.

Luego de recorrer una cantidad prudente de kilómetros y sin saber exactamente dónde quedaba el destino, no dejo de observarla: si ella se bajaba, yo debía hacerlo también. Y cuando finalmente ese momento llegó, se acerca a la bodega para buscar la tan dichosa maleta cuando, de costado y arrebatándosela, le pregunto:
- ¿Y dónde queda la casa?

***

Ya de tarde y luego de compartir un día de anécdotas y fotos, me sumerjo en las aguas del Río de la Plata (no llegué tan lejos como al Atlántico, pero tampoco me puedo quejar) y me dejo llevar... "Ésta es una de aquellas pequeñas cosas..." pensaba y me alegraba de darme cuenta que aquella sensación de que había dejado algo olvidado había desaparecido.

 
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