Escribir
sobre la Pasión es una de las cosas más difíciles que he tenido que hacer.
Implica la transmisión en palabras, el encajonamiento de algo tan complejo como
es un sentimiento, tan irracional como lo es su intensidad y a la vez tan
simple como es el vivirlo. Y de hecho, creo que el tan sólo hecho de intentarlo
es un acto de soberbia, y el tan sólo hecho de llegar a hacerlo, un insulto.
Así que no puedo más que contar unas historias relacionadas a la Pasión, historias
tan simples, que a la mente más abierta y al corazón más cerrado, puedan
resultarles aburridas.
Haz
el bien…
Como nos
pasaría en toda provincia de Córdoba, las llegadas y partidas de cada lugar
vendrían acompañadas de lluvia… o al menos de la amenaza de ellas. Y así fue
que llegamos a Alta Gracia, ciudad de gran riqueza histórica que supo ser sede
de los primeros centros Jesuitas del continente y cuyas huellas se erigían
majestuosas, desafiantes al tiempo, desde el mismo centro de la ciudad, donde
un tajamar de dimensiones cuantiosas hoy servía de recuerdo del primer sistema
de abastecimiento de agua.
Mientras
buscábamos hospedaje, decidimos probar por primera vez con los bomberos luego
de fracasar en nuestro intento de quedarnos en un Polideportivo. No fue más que
necesario acercarse a Laura, la bombero de turno, y explicar nuestra situación
para que nos invitara a pasar y nos mostrara las instalaciones abriéndonos las
puertas en un acto de sencillez y honestidad, como si de su propia casa se
tratara.
Tras una recorrida por el cuartel (y observar el clásico caño con el que se
tiran los bomberos), nos cuenta que el año anterior supo pasar por allí un
mexicano en las mismas condiciones… Historia que por momentos me retrotrae a
viejas imágenes en las que Pablo, nuestro mentor al momento de nacer esta idea,
pedía hospedaje a los bomberos en México. El círculo parecía cerrarse otra vez.
Lo que Laura nos había advertido era que solamente por esa noche podíamos
quedarnos allí, ya que había alerta meteorológica para los días siguientes y el
dormitorio estaría lleno. Sin embargo, al día siguiente un cielo azul nos
recuerda que la meteorología no son más que probabilidades, y tras un gran
abrazo de agradecimiento, decidimos partir rumbo a Villa General Belgrano con
otro contacto de los bomberos bajo el brazo.
El trayecto, que atravesaba las sierras de Córdoba, no se
comparaba con el de Altas Cumbres, aunque sus paisajes, si bien diferentes,
mostraban la majestuosidad de una naturaleza que, más allá de las sierras, se
tranquilizaba en un llano de tierras fértiles. Sin embargo, aquí los lagos, las
curvas sinuosas, los diques, y las pequeñas poblaciones afloraban como los
turistas que venían a visitarlas desde todos los rincones del país.
Y como no podía ser de otra manera, esquivando curvas y tormentas,
llegamos a Villa General Belgrano, una colonia de origen alemán ubicada en el
centro de las depresiones de varios cerros, lo que facilitaba imaginarse en una
Alemania de antaño sin siquiera cerrar los ojos.
…sin
mirar…
Sin pensarlo, decidimos dirigirnos al cuartel de bomberos, donde hablamos
con un chico nuevo que poco nos podía ayudar. Así que, ante el panorama
potencialmente desfavorable, tomamos nuestras cosas y decidimos ir en búsqueda
de nuestro contacto, cuando de una camioneta a toda velocidad, se bajan 5 o 6
bomberos que, como si fuésemos sus propios colegas, nos saludan efusivamente.
Soto, el bombero más veterano del cuartel, nos pregunta qué estábamos
necesitando. Le contamos nuestra situación y sin dudarlo nos ofrece la ducha
mientras él mismo hablaba con nuestro contacto, ese que nunca conocimos pero
que se hizo presente tras el tan ansiado “Sí”.
En la noche, una tormenta de grandes dimensiones se desata sobre
la región, y junto al bombero de guardia, pretendía seguir los eventos por la
radio, a través de los teléfonos, y a través de internet, donde las imágenes
satelitales proyectaban el advenimiento de una gran tormenta que ya se
escuchaba rugir desde la ventana.
Esa noche llovió; llovió mucho, pero por suerte no hubieron
incidentes graves en el lugar, aunque sí en las zonas aledañas, donde los
arroyos crecieron y algunas personas quedaron atrapadas a su vera. Nosotros nos
íbamos al día siguiente, pero la tradición cordobesa de la lluvia y la ruta,
nos obligó a quedarnos tres días más.
En esos tres días aprendimos mucho. Aprendimos sobre el dolor de
un grupo de personas que les une la vocación, y sobre la vocación en sí. Hacía
6 meses más o menos, un descuido hizo que un tanque con combustible explotara
en el cuartel… todos se salvaron por lo que algunos considerarían un milagro…
todos excepto uno, que a los meses de estar en el hospital y cuando le iban a
dar el alta, contrae una enfermedad infecciosa que derivó en eso que nadie
quería escuchar… En eso que, al mostrarnos el lugar del incidente y sus
secuelas, no podían ocultar en su corazón que aún les pesaba en cada latido.
Uno de quienes estuvo presente fue Santiago, un bombero de tan
sólo 12 años que en su madurez de hablar nos hacía notar una chispa particular,
una que hacía muchos años no veía siquiera asomarse en el rostro de otra persona,
uno que me recordaba que los sueños, como éste, también son alcanzables. Cuando
tenía 5 años, Santiago vio por primera vez un camión de bomberos, y a partir de
entonces quiso ser uno de aquellos seres que con sus trajes negros y cascos
amarillos, combatían llamas y salvaban a las personas. Su madre pensó que era
una locura pasajera, pero el tiempo le demostraría lo contrario. Hoy, Santiago
aún estudia como cualquier niño, pero en sus ratos libres prefiere ir al
cuartel, donde de verdad trabaja, y aporta su grano de arena para ayudar al
resto de las personas. Aún dudo si esa chispa que veía se llamaba vocación o simplemente bondad.
…a
quién
Finalmente,
aunque nublado, el último día no llovió, y con un viento que al principio sería
a favor, nos dirigimos a toda máquina rumbo a Río Cuarto sorteando los últimos
lagos que las sierras de Córdoba nos ofrecerían. Y por supuesto, no tuvo que
pasar demasiado tiempo para que aquella maldición que parecíamos haber
adquirido en Luque se posara sobre nosotros, y a 40 Km de nuestra meta, tuvimos
que detenernos ante la eventualidad de la lluvia en un pueblito llamado Alcira
Gigesa.
Entusiasmados
con nuestras experiencias con los bomberos, decidimos intentarlo nuevamente
allí. Sin embargo, tras una charla impersonal con el jefe de bomberos efectuado
desde su lujoso local a su oficina, obtendríamos una negativa que por momentos
me hizo pensar que el que más tiene es el que menos da, y por momentos me
recordaba que en verdad habíamos sido afortunados hasta entonces, pues, en
realidad nadie tenía la obligación de ayudarnos.
Así que
por tercera vez intentamos ir a una iglesia, con la esperanza de que no
tuviéramos la negativa aquella que nos haría quedar, por primera vez, a la
deriva.
Golpeamos
la puerta y enseguida sale un hombre mayor al que le explicamos nuestra
situación. Sólo nos dijo:
- Acá les puedo dar alojamiento… es en el salón de catequesis, tienen ducha con agua caliente y colchones. Sólo lo necesito desde las 9 hasta las 10 de la noche, luego hagan lo que quieran
No nos
preguntó nada. Ni siquiera cuáles eran nuestros nombres, o nuestras edades, o
cuántos kilómetros hacíamos por día… aquel cura no nos preguntó nada,
absolutamente nada.
Luego de
dejar las cosas salimos en búsqueda de la cena y el desayuno, teniendo éxito en
la primera y fracasando en la segunda. Y no se si fue telepatía o qué, pero
cuando volvimos al salón, una bolsa de criollitos nos estaba esperando; entrega de la mano generosa del hombre
que aún no nos preguntaba nada.
Al día siguiente, nos
despedimos, y fue recién entonces que mientras nos terminábamos de preparar
quiso saber algo más de nosotros y nos contó que hacía tan solo un mes, por
allí había pasado un muchacho de Mar del Plata que pretendía llegar a Jujuy con
su bicicleta. Él le hizo el mismo ofrecimiento
y se despidió de nosotros como de él, con la misma transparencia de quien no
diferencia entre personas más que por su propia condición.
0 comentarios:
Publicar un comentario