- Me desperté tarde en la noche, pensé que ya pasaba, pero cada vez era más fuerte... así que bajé y agarré cuanto pude para que no se cayera, y me puse abajo del marco de la puerta del frente
- Yo estaba sola en la casa, todo tembló y no supe bien qué hacer. Llamé a mi hermano y salimos para afuera mientras veíamos los transformadores explotar, eran como fuegos artificiales- Me acababan de operar y tuve mucho miedo. El edificio temblaba de lado a lado...- Como me demoré en salir afuera porque estaba mirando algunas cosas dentro de la casa, mi hija entró corriendo por el pasillo y nos dimos de frente. Los dos caímos de culo sobre el piso que todavía temblaba- Mi suegra gritaba y gritaba... así que miré el Diazepán, la miré a ella, y le mandé uno entero- Fue espantoso, yo estaba parada en mi cuarto y sentía que el edificio iba de lado a lado, y yo rebotaba entre paredes como pelotita de ping pong
Vivir una experiencia como aquella marcó toda una generación, una que, salvando las grandes distancias, pudimos vivir en tan solo dos días.
Todo comenzó una noche a las 04:20, cuando todos dormíamos. Al principio sentía una de mis piernas temblar, y no pude entender bien qué sucedía. Abro los ojos, y todavía sumergido en la oscuridad escucho la puerta golpearse fuertemente contra el marco. Era claro: estaba en un temblor. Inmediatamente cesó, pese a que aún se escuchaba a la puerta que a golpes lo despedía.
Al día siguiente, cuando el comentario estaba aún en la boca de todo el mundo, a las 19:30 nos encontrábamos caminando cerca de Talca, cuando siento el piso temblar. Al principio y dada nuestra proximidad con la autopista, pensé que se trataba de un camión que con una carga muy pesada se desplazaba a alta velocidad; sin embargo, al ir aumentando mi inestabilidad, miro a mi anfitrión, que sin dudarlo me dice: "¡Terremoto! ¡Afuera!" y nos hace salir corriendo desde la garita donde estábamos.
Una vez finalizado, nos subimos al auto y encendemos la radio. Los noticieros ya hablaban de un terremoto de entre 6,2 y 7,4 grados mientras que con más cuidado que nunca, todos conducían por la autopista.
Mientras tanto, aún atónito por lo que acababa de vivir, miraba por la ventana el increíble atardecer, con el sol ocultándose tras la Cordillera de la Costa y que suavemente pintaba de rojos y rosados la Cordillera de los Andes. Ante aquel tan magnífico paisaje y con la adrenalina del momento que me había tocado vivir, sólo podía pensar en las enormes cantidades de energía que la naturaleza literalmente imprimía para dibujar en aquel lienzo azul aquellas majestuosas montañas. Aún habiendo sido testigo de lo que podrían haber sido las heridas de hoy, las cicatrices de ayer se veían hermosas...
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