26 jun 2011

El lenguaje de los sueños

No tengo claro por qué será, pero compartir nuestros sueños se me ha mostrado como algo realmente poderoso. Quizá sea porque cuando lo hacemos nos recordamos a nosotros mismos el valor y la importancia que éstos tienen y, a su vez, una transmisión de tal pasión, genera en las otras personas las mismas ganas de vivir ese estado pero con sus propios sueños, lo que les lleva a pensar en ellos y redefinirse.

Cuando la idea fue tomando forma tenía ganas de contárselo a todo el mundo, el fervor era tal, que si fuera por mí, salía con un megáfono por la calle para que toda la ciudad se enterara lo lindo que es tomar la decisión de animarse. Pero no lo hice, me contuve y fui largándolo de a poco. Una de las primeras personas a quienes les conté fue mi hermana, gran compañera de viajes y aventuras; su apoyo fue inmediato. Lo difícil sería comentarle a mi vieja, quien se vería envuelta, sin dudas, en un manto de tristeza.

Mi vieja, con sus cincuenta y algo de años y tras pasar por diversos problemas, pensaba que actos tan simples y significativos como conocer Bariloche o Florianópolis, o incluso las Cataratas del Iguazú o El Caribe iban a ser simples ilusiones inalcanzables, y que la única posibilidad que tendría de verlos sería a través de fotos o de documentales de la National Geographic.

No voy a mentirles, yo también pensaba lo mismo, y eso me daba pena... No podía hacerme responsable de sus sueños rotos, pero tampoco entendía cómo alguien podía entregarlos tan fácilmente. Es cierto... una cosa es decir eso a los veinte y pocos años, cuando uno no está cansado de lucharla y cuando comenzó a vivir hace relativamente poco tiempo, y otra muy diferente es cuando ya pasó mucha agua bajo el puente... pero aún así no podía entenderlo; sencillamente, para mí, no tenía sentido.

Como mi cumpleaños se acercaba, mi hermana pensaba en darme un regalo para el viaje... si, claro, eso era obvio. Así que no se le ocurrió mejor idea que comentarle del emprendimiento a mi vieja antes de que yo lo hiciera, lo cual, por un lado, me quitaba el peso de ser el que respondiera las primeras preguntas, pero por otro me otorgaba la responsabilidad de decirle cuanto antes. Así que, una tarde de primavera, le comenté que ya sabía que estaba enterada sobre esta travesía, y que si quería, le respondería todas sus preguntas aunque muchas ni yo conociera aún las respuestas.

Al comienzo esperaba que me dijera lo que se supone que todos deben decir: que es una locura, que no lo haga, que cómo iba a hacer con la facultad, que qué iba a hacer con el trabajo... Sin embargo, sus primeras palabras no fueron interrogativas, sino melancólicas cuasi-festivas:
- Siempre te gustó viajar... así que entiendo... yo te apoyo, cuídate mucho. Te voy a extrañar
Quedé totalmente sorprendido.

Con mi mochila cargada de sueños, se acercaba la Navidad que, si bien no soy católico, es la excusa perfecta para estar en familia. Por otro lado, mi hermana, también con su propia mochila cargada de sueños, me llama una tarde y me propone entregar cada uno un pedazo de ellos. Inmediatamente acepté, y tras diversas averiguaciones, llegamos a una idea para el mejor regalo que alguien puede hacerle a otra persona, que es el de dar vida...

Y así fue que, la noche de un 25 de Diciembre, con mi hermana matamos los fantasmas de la Navidad de mi vieja cuando, abriendo muchas cajas una dentro de otra, se encontró con un papelito cuyo texto le decía bajo la frase de "Vale por un viaje a Florianópolis" que los sueños no conocen de edades ni dificultades, sólo fuerza de voluntad.


19 jun 2011

Utopías

Una vez más miro las caras de duda de mis conocidos ante mi respuesta... pero aún así pretendo ahorrarme mi discurso con un "¿Conocés?". Ante la irrefutable negativa me veo obligado a explicar. Casi siempre usaba dos discursos diferentes: uno para las personas con mente más abierta y otro para las no tanto... sin embargo, he descubierto que puede ser muy divertido zamparle de una la historia a ambos, al mejor estilo titular de un periódico amarillista:
- Es una red social para viajeros... o no. La idea es que se puedan conocer, recorrer lugares, pero sobre todo, quedarse a dormir en la casa de otros miembros aunque no se hayan conocido antes.

Las reacciones son variadas: a veces se echan a reír, otras no dicen nada por temor a parecer ignorantes o quizá para que yo continúe con mi explicación y así saciar sus curiosidades de corte antropológico. Pero sea cual sea el caso, abandono el sensacionalismo y trato de explicarles de manera más terrenal:
- El nombre significa surfear sofás. En la red, el concepto 'sofá' hace referencia a un lugar donde quedarse a dormir, y surfear hace referencia a bueno... eso... 'surfear', ir de un lado a otro. Si vos, supongamos, sos una persona que va a determinado lugar y quiere conocer mejor la cultura, entonces podés ponerte en contacto con un local y pedirle que te aloje, o ir con él a determinados lugares como bares o boliches
La mayoría ya cambia la mirada, y ahora muestran real interés. Sin embargo, la siguiente pregunta de rigor es sobre la seguridad. Y aquí es cuando más divertido se pone.

La seguridad no es más que la inhibición de ciertas opciones, o el poseer planes de contingencia en caso de que estas opciones indeseadas prosperen; así que con sólo esa definición ya puedo decir que la seguridad es lo opuesto a la libertad, ya que libertad no se trata de hacer lo que uno quiere (como se supone que dicta el estándar), sino de tener todas las opciones disponibles y así poder optar por cualquiera de ellas. Sin embargo, cuanto más seguros estamos, menos podemos optar, y por consiguiente, menos libres somos.

Si, claro, podría pasar que sin pretenderlo me quede en casa de un asesino serial o me vea más vulnerable durmiendo en el cuarto de al lado de un psicópata... ¿Pero que no es, acaso, semejante la probabilidad de que ese psicópata esté también al lado mío en el ómnibus? O mejor, ¿no es más probable, de hecho, que ese psicópata esté parado junto a mí en la cola de un banco que en una red social de hospitalidad? Bueno, está bien... admito que lo anterior es una visión bastante optimista... ¿pero es tan imposible?

En principio, yo era uno de los que también pensaba que sí, pero no me dejé llevar por eso y decidí investigar, y los números me asombraron: Más de 5:500.000 de encuentros con un total de 3:000.000 miembros, de los cuales, a lo largo de los algo así como 5 años, sólo uno terminó de forma grave, y se trató de una aparente violación por parte de un inglés a su huésped china. Bien... en mi país somos 3:500.000 personas, y me encuentro con violaciones todas las semanas... Nunca me destaqué en matemáticas, pero después de todo, parece ser que las probabilidades del psicópata en la cola del banco sea mayor que la del psicópata que participa activamente en esta red social de hospitalidad. Y esto me vuelve a la pregunta anterior: ¿Es tan imposible?


La mayoría de las grandes ideas nunca fueron comprendidas en su época, siempre fueron consideradas utópicas, justamente por ser impracticables. Claro... impracticables en ese contexto. Sin embargo, sin esas grandes ideas no hubiésemos sido capaces de avanzar, no hubiesen habido motores que propulsaran el desarrollo creativo, que perdieran en el proceso para ganar en experiencia y aprendizaje, para ir perfeccionándose de a poco, al punto tal en que dejan de ser ideas para pasar a ser realidades, al punto tal en que dejan de ser utopías para pasar a ser practicables.

Es así que el sentido de incredibilidad de que esta red social funcione no es que sea, después de todo, improbable, sino que sea demasiado libre, y de que se trate de una comunidad que, en términos generales, así lo entiende y lo practica, convirtiéndolo en una realidad.

¿Dejará de ser, entonces, una utopía para ser algo practicable? No puedo esperar a verlo, pero mientras tanto, prefiero emprender una aventura como esta (la del viaje en bicicleta) y la de ser partícipe en CouchSurfing ↗ para ganar experiencia y aprendizaje y de esta forma ir haciéndolo practicable.


12 jun 2011

...y la primera caída

Luego de aquel recorrido en fase experimental decidí comenzar de a poco y no hacer demasiados kilómetros por día. Es así que el primer mes no hice más de 6 km todos los días en la única senda de bicicletas que había en Las Piedras, pero era más que suficiente... ya que siempre me encontraba llegando a casa con la lengua para afuera como si hubiese estado corriendo muchos kilómetros sin parar.

Tiempo después me fui dando cuenta que podía hacer más, y que mi cuerpo así lo pedía. Así que me aventuré y sumé unos pocos kilómetros recorriendo en círculo una parte de la ciudad, pasando por caminos de pedregullo en la mayoría del trayecto.

Un día, calculando los kilómetros que estaba haciendo y cansado de pedalear en la tierra, decido ver cuál es el equivalente en distancia en la ruta, y me armo de valor para aventurarme en ella. Mientras me acercaba a la intersección, iba sintiendo un poco de miedo por la velocidad de los autos y el ruido excesivo, pero estaba decidido a hacerlo, "total, luego tendría que hacerlo de todas maneras, mejor ir practicando desde ahora" pensaba.

Y crucé. Prestando atención a las señales, me paro al lado de un vehículo, y cuando no vino nada desde el Sur, ¡zas! Me dirigí al Norte. Manejando por la orilla, luchaba contra el viento en contra mientras los camiones con sus ruidos infernales pasaban a toda velocidad por mi costado, así como los ómnibus, los autos y hasta algunas motos.

Todo aquello era muy nuevo, y teniendo en cuenta que no hacía demasiado que había comenzado a salir, la adrenalina se apoderaba de mi cuerpo, y me hacía observar a cada instante para todos lados sin apartar nunca los ojos del camino. A mi derecha, algunos grupos locales jugaban al fútbol, a la izquierda, con toda su majestuosidad, se encontraba la cancha de tenis, y luego de unos cuantos metros y nuevamente a mi derecha "Sex and city", uno de los prostíbulos más viejos de la zona. Más adelante, allí estaba, la rotonda que me servía como indicador de que mi estado físico algo estaba mejorando. Doy la vuelta con cuidado, y por el carril adyacente, continúo avanzando, aunque esta vez en sentido contrario.

Varias mañanas cumplía con ese ritual, aunque no siempre a la misma hora. De a poco fui observando los secretos de aquel baile sincronizado: el ómnibus de las 11:30 con destino a Canelones, el señor de canas que corría su buena parte de kilómetros, los camiones llenos de granos que volaban y se te metían peligrosamente en los ojos, la señora con su hija adolescente que caminaba los tres kilómetros de la senda para bicicletas... ya poco me iba llamando la atención, y fui aprendiendo a apreciar la solemnidad del silencio de una ruta desierta en los efímeros instantes en los que el baile parecía detenerse.

Una mañana de esas, en las que el viento en contra soplaba un poco más de lo  normal (lo cual se convertía en una bendición al emprender la retirada), unos muchachos caminaban al costado de la ruta. Al acercármele, ellos cambian de carril y continúan en dirección contraria, mientras yo, contra viento y subida, intentaba trepar una de las dos colinas que me separaban de mi meta temporal.

Cuando los pasé, algo en ellos me llamó la atención, pero con mis ojos puestos hacia adelante, no me di cuenta de que habían vuelto a cruzar de carril, para seguirme corriendo desde mi derecha. Sólo me percato del peligro cuando siento que uno atrás me toma de la remera y me empuja hacia la carretera, donde los autos transitaban como si de bólidos espaciales se tratara. Me detengo por el peligro de ser atropellado por un auto y uno de ellos saca una navaja amenazándome, mientras el otro me empuja fuera del vehículo.

Indignado me bajo de la bicicleta y mientras el otro se sube, el niño que empuñaba la navaja me hostigaba a retirarme. Mucho más enojado que con miedo empiezo a caminar para atrás, mientras veía mis sueños alejarse tras un campo tan amarillo como la sabana.

En la ruta, insultando y tirando el gorro al suelo, voy sintiendo cómo el calor me lastima la piel. El viento en contra ahora soplaba a mi favor... aunque sólo fuera como una brisa. Fue casi inmediatamente que veo un patrullero. Me paro en el medio de la ruta y el policía se detiene, preguntándome qué sucedía. Le explico la situación y, al mejor estilo de una película policial de bajo presupuesto, me subo al patrullero para adentrarnos en el campo en búsqueda de mis atacantes.

Cuando los divisamos sobre una de las colinas, al oficial no se le ocurre mejor idea que encender la sirena, notificándolos de nuestra existencia y haciéndolos perder de mi vista para siempre. Me subo al techo del patrullero pero no logro volver a verlos. Buscamos entre los montes y las praderas, pero ni rastro de ellos... ni de mis sueños. Resignado, el oficial ofrece llevarme a casa.

Toco el timbre y me abren la puerta:
- ¿Y la bicicleta?
- Me robaron...
- ¿Otra vez?
- Gracias por la ironía -les recordé
Camino hasta el fondo de mi casa y me siento en una silla abajo de un árbol con la mente en blanco. Sólo el recuerdo de unas palabras lograron sacarme de ese trance: "No quiero ser mala leche, pero me da miedo de que todavía te afanen, porque esas bicis son muy tentadoras, y no se cómo estan los 'nenes' en Las Piedras, pero..." "¡¿Pero qué?!" me pregunto a viva voz dentro de mi cabeza; y orgulloso hago mi proclama: "¡Esto no me va a detener!". Una hora más tarde estaba montado sobre mi nueva bicicleta; al día siguiente estaba aumentando mis kilómetros.

11 jun 2011

La primera pedaleada...

Cuando fui tomando real conciencia de lo que era un viaje de esta naturaleza y recordando mis lamentables habilidades para el deporte, decidí comenzar a hacer algo de ejercicio. La vida del estudiante de ingeniería ya de por sí es sedentaria, cuando le sumamos el desagrado por el deporte en general y que la mitad del día me la pasaba encima de un ómnibus, la combinación resultaba desastrosa; así que decidí no ser tan vago y comenzar a ejercitar. Primero debí informarme sobre qué deportes convenía practicar, cómo y con qué frecuencia. Pensé en ir a un gimnasio, ya que la natación era lo único que siempre me gustó, pero los tiempos y los costos me hicieron desistir de la idea. Así que decidí empezar a salir a correr, mientras analizaba si debía comprarme una bicicleta o rescatar la vieja que estaba en el garage.

Luego de unos días en los que además de correr por hacer ejercicio lo hacía por huir a la expedición al garage de mi casa, me armé de valor lo suficiente como para rescatar la vieja bicicleta. El garage no era muy grande, pero tenía tantas cosas que bien podría haberlo sido. Trepado sobre una garrafa vacía, con un pie en una estantería de metal, apoyándome en un ropero y agarrándome de una cuerda -floja- que se usaba para colgar la ropa, logro divisar un cacho de bicicleta en un rincón oscuro. Así que intento acercarme lo más cuidadosamente posible, trepándome a juegos enteros de mesa-comedor, almohadones, sábanas, latas de pintura vacías, diarios viejos, bollones, partes de autos, y otros tantos objetos más que podrían ser temática de otro blog. Cuando estuve lo suficientemente cerca, intento con todas mis fuerzas correr los objetos que lo atascaban de su olvidada libertad, tarea que me hizo hacer ejercicio por más de dos horas.

Una vez afuera los rayos del sol me revelaban la cruda verdad: las ruedas pinchadas, el cuadro oxidado, el sillín roto, la cadena hecha paté, la pintura cayéndose a pedazos... bueno, sin dudas que era hora de comprarse una nueva bicicleta, lo cual me llevaba a otro dilema: ¿Debía comprarme la misma que llevaría al viaje o una cualquiera para practicar?

Esa pregunta se mantuvo abierta un buen tiempo mientras corría y corría todas las mañanas al rayo del sol al costado de la ruta que atraviesa mi ciudad. Charlando con el Danny luego de contarle mis ganas de comprarme una buena bici (la definitiva para el viaje) y buscando un consejo, me dijo: "no quiero ser mala leche, pero me da miedo de que todavía te afanen, porque esas bicis son muy tentadoras, y no se cómo estan los 'nenes' en Las Piedras, pero...". No conforme con su respuesta, acudí a Pablo, mi relativamente nuevo gurú en el tema: "No te prepares porque será mucho el peso, dejá que las cosas fluyan y con unas básicas herramientas y unos parches salí, dale la oportunidad a la gente de que te ayude, de que te muestren de lo que realmente está hecho el mundo, hermano. Si vas tan preparado y entrenado no necesitarás golpear la puerta de ningún rancho".

Evidentemente esas eran las dos cosas que no quería escuchar. La ansiedad del momento me empujaba violentamente hasta la computadora para aprender cuántos tipos de frenos y bicicletas habían y hasta qué era el cuadro de una bicicleta (si, si, bien en el horno estaba), y en los peores días, hasta la puerta de alguna bicicletería, con la tarjeta de crédito en la mano, pensando en qué hacer... 

Y un día fui débil. Llegué esa mañana a una sucursal de una cadena de bicicletas en Las Piedras, y miré modelos, y miré, y miré... "Voy a llevar esa" le digo decidido a la vendedora. ¿Mi criterio? La más barata y con cambios; esa misma mañana también fui fuerte.

Esa tarde no me aguanté las ganas, y sintiéndome libre salí a dar mi primera vuelta para ver hasta dónde llegaba. Arranqué manejando hacia el Oeste, cruzando la Ruta 5 (la más transitada de mi país); y huyendo del tránsito me metí en unos caminos vecinales de pedregullo.

Varias veces había andado por esas zonas, pero sentía como si ésa fuese la primera vez. Rodeado de suaves subidas y bajadas, viñedos a mis costados, clima agradable, y grandes árboles que me sonreían desde lo alto, era fácil confundir la realidad con la fantasía, e imaginar que ya me encontraba en viaje, en algún lugar de Sudamérica. Si bien hacía mucho tiempo que no andaba en bicicleta, no me sentía cansado a medida que avanzaba; pues, las simples ganas de hacerlo podían mucho más... más incluso que el calor del sol en plena tarde de verano, o más incluso que las curvas de pedregullo suelto que subían y bajaban entre colina y colina.

Y de repente me topé con ella... la curva que más alto trepaba en ese recorrido. Con todas mis energías comienzo a pedalear con el cambio más pesado para darme cuenta de su dificultad (recuérdese mi inexperiencia) y lo cambio al más liviano. Aún así la subida (que a esta altura ustedes se podrán imaginar que era apenas de unos escasos metros) no me daba tregua, por lo que me paro en los pedales. Inhalando y exhalando pedaleo una, dos, tres... ¡Clanc! Freno. No sólo se me había salido el manillar del lugar, sino que además uno de los pedales se encontraba roto, destrozado... "¡Por algo era tan barata!" dije riéndome a carcajadas en el medio del camino, con los pájaros como los únicos espectadores de tan lamentable espectáculo.

Comienzo a caminar calculando cuántos kilómetros habré avanzado para saber por lo tanto cuán lejos estaba de mi casa. Luego de un rato me encuentro con un almacén por el que había pasado hacía instantes tan felizmente sobre mi nueva y flamante bicicleta:
- Hola... mire... no se si usted me podrá ayudar... -le digo con mi mejor cara de pollito mojado a la presunta dueña del local- ...pero se me rompió el manillar y un pedal de mi bicicleta. ¿Usted no tendrá alguna herramienta que me pueda prestar?
La mujer mira compasiva -a la bicicleta, por supuesto- y me responde:
- No, mijo... disculpá pero mi marido se fue con el camión al pueblo y ahí es donde tenemo las herramientas...
- Bueno, no se preocupe, muchas gracias -le dije tirando una bomba de humo y saliendo rápidamente del improvisado almacén.

Camino por la calle desierta y no paro de reírme de la situación cuando unos cuantos metros más adelante observo otro ranchito... jugado, entro y golpeo las manos bien fuerte. De adentro sale un hombre cuya edad era delatada por sus canas y su piel quemada. Con termo y mate en la mano me da las buenas tardes:
- Hola, mire, se me rompió la bicicleta y no tengo herramientas. ¿Tendrá usted alguna con la que pueda ayudarme?
- Si, claro, esperame un segundo... -dijo entrando al rancho y saliendo enseguida.
- Acá tenés -me dijo alcanzándome una llave inglesa que calzaba justito.

Mientras reparo la bicicleta (o al menos lo intento), me pregunta qué es lo que ando haciendo. Le cuento que había salido a recorrer sólo porque tenía ganas y que esa zona me era la más tranquila y bonita de los alrededores. Es entonces cuando me convida con un mate y me cuenta que él por muchos años iba y venía en bicicleta a los campos en los que trabajaba; me contó que hacía más o menos unos 40 km por día en total y que salía con cualquier clima: invierno bajo lluvia o verano bajo sol; "como hoy" me dice con una sonrisa un tanto pícara.

No se si reparar la bicicleta me llevó mucho tiempo por mi ignorancia o por las pocas ganas de abandonar aquella refrescante charla, pero lo cierto es que no fue hasta unas cuantas anécdotas después que me estaría despidiendo de mi interlocutor, cuyo nombre nunca supe, pero cuya amabilidad se sentía sincera. Ya subido a mi bicicleta y a toda velocidad por la bajada de su casa me despido por última vez agitando la mano y una vez más me echo a reír... Al final Pablo tenía razón:
Si vas tan preparado y entrenado no necesitarás golpear la puerta de ningún rancho

1 jun 2011

Máquina de sueños

Decidirse a hacerlo fue sin dudas lo más difícil, pero cómo hacerlo no sería mucho más fácil. Al principio evaluamos todo tipo de situaciones: hacerlo a dedo, en moto, en bici, en camioneta... cada una ofrecía su belleza particular, y cada una su desventaja. En lo particular, mis experiencias a dedo no eran demasiadas, en moto eran nulas, camioneta no sabía manejar y bici... bueno... la última vez que me había subido a una tenía un par de rueditas adosadas atrás. Así que por mi parte la experiencia no iba a jugar un papel demasiado importante.

El Danny, en cambio, con muchas más habilidades en el manejo de los medios de transporte que yo, sugirió en broma que al final lo íbamos a terminar haciendo en bicicleta. Mientras tanto, durante unas semanas recibía en mi correo electrónico algún link sobre algún híbrido de camioneta con casa rodante, algún otro sobre blogs de gente recorriendo en moto, y así me volvía un ávido lector de esas recomendaciones. Sin embargo, la idea de la bicicleta tenía algo atrayente... se me presentaba como una oportunidad más desafiante, en la que uno mismo era el propulsor de sus sueños, en el que uno mismo podía tener un contacto más directo, sentir el viento en la cara sin dejar de escuchar lo que el paisaje quisiera ofrecerle.

Pero no dije nada... Un día se me dio por investigar en Google si alguna otra persona ya lo había hecho: "Bicicleta por Sudamérica" escribí, y el segundo resultado me llevaría a lo que sería una de las primeras grandes casualidades. El sitio se llamaba "Namasté" ↗ y se trataba de unos flacos que recorrían Sudamérica en bicicleta, obvio, pero lo que más me llamó la atención era que uno de ellos era uruguayo... ¡Mejor no podría haberme salido! En pocas horas ya estaba totalmente metido en la lectura de un viaje épico que comenzó a pocas cuadras de donde caminaba todos los días.

El tan sólo hecho de leer esquinas, ciudades y pueblos conocidos me resultaba tremendamente mágico. Hacía no demasiado tiempo había tenido la oportunidad de vivir uno de los episodios más lindos de mi viaje por Uruguay, y éste sería en Valle Edén ↗, que se me figuraba fresco, luminoso y alegre en una foto que los tres viajeros se tomaron en una escuela... frente a la cual caminé durante deliciosas mañanas entre mate amargo y rosquilla dulce. No lo dudé, tenía que comunicarme con el autor. Tenía que escribirle a Pablo.

La vez siguiente que hablé con el Danny ya no podía evitar que fuera yo el que sacara el tema, y como tantas otras veces nos pasara en las decisiones más importantes, estábamos de acuerdo casi al unísono, aunque no nos arriesgamos a decidirlo hasta pasado más de un mes. Y es que en ese momento todo apuntaba a que no viajaríamos por más de un año, y que por eso nuestras intenciones de llegar a Centroamérica se veían comprometidas. Sin embargo, tras discutir y discutir, decidimos que efectivamente ése era el medio más flexible, el que te permitía moverte por cuenta propia, el que te permitía tener un contacto más directo con la gente local, con la naturaleza, el medio más sano, e incluso te permitía hacer dedo o hasta tomarte un ómnibus si la situación así lo apremiaba. Ya no había mucho más que decidir.

"Lo mejor es que salió como por joda y desde ese momento creo que andamos los dos maquinando..." me dijo mi -ya no tan futuro- compañero de viaje; y agregó: "...hasta llegar a este momento donde creo que ya debemos de oficializarlo. Vamos en bici definitivamente, ¿no?". Al leer esas líneas una sonrisa se dibujó en mi rostro y una alegría que pocas veces había experimentado llenó mi cuerpo de un hormigueo particular, como si él estuviera de a cuerdo y me lo hiciera saber estallando en hervor su sangre. Frente al monitor y con cara de estúpido me reía como un niño: a carcajadas. No paraba de imaginarme las escenas de lo que eso significaba, y no paraba de emocionarme de saber que estábamos tomando la primera decisión del viaje propiamente dicho.

Solamente tiempo después -y ahora sospechando que no tanto por casualidad-, el destino me haría una guiñada, cuando uno de los personajes que sonreía feliz en aquella foto, me sugiriera ver un video como susurrándome un secreto...

 
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