24 jul 2011

El momento de la liberación

Escribo tranquilo y sin nervios mi identificación y contraseña en la página de Bedelía de Facultad. Mi nombre apareció inmediatamente al lado de la asignatura que había dado y un "Aprobado" trataba de alentarme. "Bien" me dije, cerré el navegador y me fui a trabajar. En el camino recordaba todas aquellas veces que había estado frente a una situación similar: los nervios, los miedos, y luego, el "Aprobado" aquel que me hacía saltar de la silla como si hubiese accionado en ella un resorte. Pero esa vertiginosidad se había ido, y hacía un tiempo ya que el salvar un examen no se sentía más que un trámite.

En el último tiempo me había estado yendo bastante bien, sobre todo en la materia anterior, la cual había hecho que retomara un poco el gusto por lo que estaba haciendo. Pero ahora, ahora sentía que la idea no me aportaba demasiado, y de a poco la propuesta de no continuar me parecía más atractiva. "No, no, es una locura", decía como cuando el Danny me había propuesto la aventura de recorrer Sudamérica.

Los pocos días siguientes, había intentado estudiar... era la última materia que me quedaba que no era de mi agrado, pero trataba de hacer lo mejor. Y casi sin quererlo, aparecieron esas  preguntas que de forma diabólica intentan de que cambies todo: "¿Pero a vos te gusta? ¿Qué querés hacer sino? ¿Vale la pena? ¿Te das cuenta que si perdés una ya no llegás al objetivo que te habías propuesto y todo el tiempo que pasaste fue al pedo? Más aún, ¿te das cuenta de que eso es probable?". Esas dos últimas me inquietaban demasiado y me hacían pensar en todas aquellas pequeñas cosas que era ahora el momento de vivir porque quizá luego, una vez en la ruta, sea demasiado tarde.

Sin embargo, como buen obstinado, decidí intentarlo aunque sea una vez más aunque no tuviera claro por qué; y los dos días anteriores a este examen, decidí pasarlos fuera de casa, donde pudiera concentrarme mejor.

Esos dos días me dejaron exhausto. Sentía que estaba entre la espada y la pared, pero no tenía claro de qué lado estaba cada cual. No fue hasta que dí el examen que pude darme cuenta de lo que realmente buscaba y que nada tenía que ver con el salvarlo para estar un paso más cerca del título intermedio antes de irme, y mucho menos con el certificado para justificar mis días libres en el laburo. Tenía que ver en realidad con estar en esas paredes otra vez. Tenía que ver con volver a aquel cubo de cemento frío y húmedo que es la facultad, tenía que ver con caminar en los pasillos, con ver las caras de la nueva generación, con cruzarme con algún conocido que ahora es referente del Curso Introductorio, con pisar el camino embarrado hasta el aulario y finalmente, sentarme en una silla de plástico poco cómoda para enfrentarme a una hoja en blanco, mientras un amigo (sí, un amigo que conocía de antes que empezara facultad) me saludara y me pidiera la cédula... ¡para corroborar que yo era yo y no un impostor que se sentaba en esa silla a hacer ese examen bajo mi nombre! Ahí me di cuenta... él no, y por lo tanto me dejó hacer el examen, pero yo sí me di cuenta: el que estaba en ese salón no era yo, el que estaba en ese salón era otra persona que se esperaba que estuviera, que todos esperaban que estuviera: en el laburo, en mi casa, ¡hasta en la facultad, donde ahora mi amigo estaba tan ciego que si no fuera por la cédula no podía siquiera reconocerme!

Y luego llegó... el momento de la liberación: entregar las hojas, atravesar ese salón en silencio (como si de un funeral se tratara) y salir hacia la calle... mirar tras los árboles el cubo de cemento y respirar profundo. Se acabó. Afuera sí era yo, y a eso me dedicaría los meses siguientes.

3 jul 2011

Aquellas pequeñas cosas

Son aquellas pequeñas cosas, que nos dejó un tiempo de rosas en un rincón, en un papel o en un cajón.
Era el segundo verano en mi vida que no pisaba la playa, y verlo pasar por la ventana de mi cuarto mientras me zambullía en libros en lugar de las cándidas aguas del Atlántico Sur, me hacía sentir cada vez un poco más cerca de la locura. De mi vieja no sabía demasiado, sólo que estaría llegando en dos días de su ansiado viaje a Brasil, y, como si eso le hubiese sido poco, iba a ir directo a Los Titanes por unas semanas.

Durante ese tiempo, cuando me dí cuenta que pasaba más horas pensando si debía ir a recibirla o si debía quedarme estudiando ya que al día siguiente tendría un examen, decidí que lo mejor sería concentrarme definitivamente en una de las dos cosas, y decidí quedarme.

La mañana de su arribo, me levanté temprano y prendí la radio. Abrí la ventana y miré el azul profundo del cielo que inmediatamente me llenaba de energías para comenzar el día. Fue ahí cuando escuché a Serrat susurrarme a través de la radio su lamento por aquellas cosas que una vez tuvo la oportunidad de vivir y que sin embargo las dejó pasar. Miré mi mochila vacía, y sin pensarlo, puse todo lo indispensable, y con la sensación de que estaba dejando algo olvidado, cerré la puerta y corrí hasta la parada de ómnibus. Si me apuraba, tal vez (y sólo tal vez) podría llegar al mismo tiempo que ella y darle la sorpresa.

Una vez en el ómnibus hacia Montevideo, me escribe mi hermana comentándome que mamá se iba a atrasar. Parecía ser que si bien se había bajado en Los Titanes, no lo hizo con su maleta, y por lo tanto debía ir a la Terminal de Tres Cruces, regularizar la situación, y nuevamente tomarse un ómnibus para atrás.

Al enterarme de esto supuse que sería probable que nos cruzáramos, por lo que si quería darle una verdadera sorpresa, no debería dejarme ver. Por suerte había llegado con el tiempo justo, lo suficiente como para sacarme el pasaje sin muchas demoras y sin esperar demasiado a que el ómnibus partiera. Una vez arriba, me acomodo cerca de una ventanilla y comienzo a dejarme llevar por la música de Eddie Vedder cuando nuevamente suena el celular con un mensaje de mi hermana:
Mirá que mamá se subió al ómnibus
Listo, tenía que ser el mismo ómnibus. Miro para todos lados y la veo, pero prefiero no saludar, agacharme un poco y esperar a que partamos.

Luego de recorrer una cantidad prudente de kilómetros y sin saber exactamente dónde quedaba el destino, no dejo de observarla: si ella se bajaba, yo debía hacerlo también. Y cuando finalmente ese momento llegó, se acerca a la bodega para buscar la tan dichosa maleta cuando, de costado y arrebatándosela, le pregunto:
- ¿Y dónde queda la casa?

***

Ya de tarde y luego de compartir un día de anécdotas y fotos, me sumerjo en las aguas del Río de la Plata (no llegué tan lejos como al Atlántico, pero tampoco me puedo quejar) y me dejo llevar... "Ésta es una de aquellas pequeñas cosas..." pensaba y me alegraba de darme cuenta que aquella sensación de que había dejado algo olvidado había desaparecido.

 
Design by Free WordPress Themes | Bloggerized by Lasantha - Premium Blogger Themes | Macys Printable Coupons