3 jul 2011

Aquellas pequeñas cosas

Son aquellas pequeñas cosas, que nos dejó un tiempo de rosas en un rincón, en un papel o en un cajón.
Era el segundo verano en mi vida que no pisaba la playa, y verlo pasar por la ventana de mi cuarto mientras me zambullía en libros en lugar de las cándidas aguas del Atlántico Sur, me hacía sentir cada vez un poco más cerca de la locura. De mi vieja no sabía demasiado, sólo que estaría llegando en dos días de su ansiado viaje a Brasil, y, como si eso le hubiese sido poco, iba a ir directo a Los Titanes por unas semanas.

Durante ese tiempo, cuando me dí cuenta que pasaba más horas pensando si debía ir a recibirla o si debía quedarme estudiando ya que al día siguiente tendría un examen, decidí que lo mejor sería concentrarme definitivamente en una de las dos cosas, y decidí quedarme.

La mañana de su arribo, me levanté temprano y prendí la radio. Abrí la ventana y miré el azul profundo del cielo que inmediatamente me llenaba de energías para comenzar el día. Fue ahí cuando escuché a Serrat susurrarme a través de la radio su lamento por aquellas cosas que una vez tuvo la oportunidad de vivir y que sin embargo las dejó pasar. Miré mi mochila vacía, y sin pensarlo, puse todo lo indispensable, y con la sensación de que estaba dejando algo olvidado, cerré la puerta y corrí hasta la parada de ómnibus. Si me apuraba, tal vez (y sólo tal vez) podría llegar al mismo tiempo que ella y darle la sorpresa.

Una vez en el ómnibus hacia Montevideo, me escribe mi hermana comentándome que mamá se iba a atrasar. Parecía ser que si bien se había bajado en Los Titanes, no lo hizo con su maleta, y por lo tanto debía ir a la Terminal de Tres Cruces, regularizar la situación, y nuevamente tomarse un ómnibus para atrás.

Al enterarme de esto supuse que sería probable que nos cruzáramos, por lo que si quería darle una verdadera sorpresa, no debería dejarme ver. Por suerte había llegado con el tiempo justo, lo suficiente como para sacarme el pasaje sin muchas demoras y sin esperar demasiado a que el ómnibus partiera. Una vez arriba, me acomodo cerca de una ventanilla y comienzo a dejarme llevar por la música de Eddie Vedder cuando nuevamente suena el celular con un mensaje de mi hermana:
Mirá que mamá se subió al ómnibus
Listo, tenía que ser el mismo ómnibus. Miro para todos lados y la veo, pero prefiero no saludar, agacharme un poco y esperar a que partamos.

Luego de recorrer una cantidad prudente de kilómetros y sin saber exactamente dónde quedaba el destino, no dejo de observarla: si ella se bajaba, yo debía hacerlo también. Y cuando finalmente ese momento llegó, se acerca a la bodega para buscar la tan dichosa maleta cuando, de costado y arrebatándosela, le pregunto:
- ¿Y dónde queda la casa?

***

Ya de tarde y luego de compartir un día de anécdotas y fotos, me sumerjo en las aguas del Río de la Plata (no llegué tan lejos como al Atlántico, pero tampoco me puedo quejar) y me dejo llevar... "Ésta es una de aquellas pequeñas cosas..." pensaba y me alegraba de darme cuenta que aquella sensación de que había dejado algo olvidado había desaparecido.

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