21 ago 2011

Detrás de la curva

De chiquito los sueños más disparatados siempre parecen alcanzables. Recuerdo que cerca de mi casa, en la quinta, pasaba una vía de tren que guiaba mis sueños hasta la próxima curva y que, una vez alcanzada, me invitaba a continuar recorriéndola. Fue así que muchísimas tardes y ya cerca del atardecer (y la supervisión del adulto de turno, por supuesto) llegaba a un lugar nuevo, me apartaba de la vía e investigaba el lugar. Luego, y al grito de "¡Retirada!", aplazaría mis exploraciones hasta la próxima expedición.

Sin embargo, lo que nunca se hacía esperar eran mis maratónicas corridas desde el frente de casa hasta la vía cuando escuchaba a un tren silvar a lo lejos. Agitado y con las piernas todas rasguñadas de tropezar con cuanta rama había en el camino, llegaba hasta aquel monstruo metálico y le saludaba alegremente, mientras pensaba que de grande alguna vez llegaría a dominarlo y así recorrer todas aquellas curvas misteriosas hasta que no quedara ninguna.

Pocos años después vería mi sueño hecho realidad, cuando en la Estación Grl. Artigas (actual "Estación en decadencia Grl. Artigas") me estaba aprontando para subir al tren y mi viejo se encuentra con un antiguo compañero de la escula. Yo no prestaba atención a aquella charla y aunque lo hubiese hecho, seguramente no recordaría los pormenores, porque todo lo que importaba era que ese señor se transformaría en breves instantes en mi reflejo cuando le dijo a mi viejo que él era el chofer de ese tren y, guiñando un ojo, me haría la irresistible oferta de acompañarlo en la locomotora durante todo el viaje.

Una vez finalizado el recorrido ya en la estación y con los pies temblando de emoción me di cuenta que quería un poco más, y a partir de entonces mi sueño sería recorrer los 19 departamentos del país.

Muchos años pasaron sin que me diera cuenta de que de a poco estaba cumpliendo ese sueño y que ahora sólo dos departamentos eran los que me quedaban en la lista. La primera vez que me percaté de eso fue este año cuando, organizando mi último viaje por el interior con mi hermana, nos diéramos cuenta de que Rivera y Cerro Largo quedaban bien cerquita. Así que aprontamos las mochilas y nos trazamos el recorrido bajo la consigna de que nada debe apurarse y que si se daban las cosas, quizá podríamos conocer la Laguna Merín.

Al principio rumbeamos a Tacuarembó, donde unos amigos que habíamos conocido el año pasado nos ofrecieron su casa y su compañía. Con ellos recorrimos algunos pendientes, festejando el encuentro con un asado sobre el Chorro de Agua Fría y su posterior escalada al Batoví como postre. Más tarde, nos meteríamos de lleno al Departamento de Rivera, conociendo el Valle del Lunarejo desde la cima de uno de sus cerros y bajo un paraguas.

El resto del viaje lo hicimos solos, en ómnibus, a pie, y hasta en una camioneta de bomberos que apiadados de nuestra situación (quedar varados en Cuñapirú) nos aventaron hasta la ciudad de Rivera. Y luego sí... cuando vimos que sólo quedaba Vichadero, decidimos tomarnos un ómnibus y así conocer Cerro Largo.

En Melo nos sorprende la casa de Juana de Irbarborou, donde la famosa higuera se encontraba muerta pero gestando desde sus entrañas su futura descendencia. Luego de recorrer la posta del Chuy y Río Branco, decidimos desembarcar en lo que sería la última parada... aquella no propuesta y aún así más grande: La Laguna Merín.

La Laguna Merín nos guardaría un montón de sorpresas entre sus grandes lenguas de arena que permitían apreciar el paisaje desde lejos, los windsurfers y la tortuga "Popeye" que mi hermana descubriera caminando en un área protegida privada. Pero la mejor de todas, vendría al día siguiente.

Gracias a la "Guambia" (otra fiel compañera de viajes), mi hermana descubre la mejor manera de dar por finalizada una travesía como ésta señalando con el dedo una página bastante dañada.
¿Te da para recorrer en avioneta? -preguntó
Horas más tarde y desde lo alto terminaríamos de desnudar al Uruguay a través de un espejo de agua azul.

Bajo nuestros pies, los canales de agua y las siembras de arroz nos harían recordar a Treinta y Tres, los bañados a Rocha, el campo verde a Colonia, la playa a Canelones, el cielo abierto a Durazno y, a esta escala, el pueblo a Montevideo...

Pocas fueron las fotos que sacamos, porque ambos coincidíamos que lo importante era disfrutar ese momento, y el piloto parecía así respetarlo en su silencio hasta que levantando la voz y apuntando con el dedo índice nos dice:
- Allí es la Punta Muñiz, el punto más Oriental de la Patria
Yo sólo podía concentrarme en qué habría detrás de esa curva.

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