Descolgate del cielo como lluvia de enero
dale vida a la gente y siente.
Aunque tú no lo veas mojale las ideas
que broten nuevos sueños siempre
Más de 1.100 Km tuvieron que pasar para tener la primera vez de las adversidades más básicas... y las alegrÃas menos buscadas. Con un dolor de estómago punzante, escapamos de Las Varas con la lluvia pisándonos los talones. Las noticias continuaban llegando de todos lados: cortes de luz, árboles caÃdos, y Córdoba Capital inundada. No era alentador, pero querÃamos aprovechar las eventuales ausencias de sol para hacer la mayor cantidad de kilómetros posible; asà que temprano en la mañana, nos montamos en nuestros vehÃculos para un dÃa más en la ruta, una noche más en un pueblo, y llegar al otro dÃa a la tarde a la ciudad de Córdoba.

Pero el camino nos sorprendió: unos kilómetros más adelante sucede nuestro primer pinchazo. Tras una rápida reparación (o sea, cambiar la cámara y listo), continuamos nuestro camino, cada vez más rápido, mientras observábamos una cortina de lluvia que de a poco tapaba las antenas del pueblo más cercano. La intención era ganarle, el viento estaba a favor, la ruta era plana, nuestras piernas se movÃan lo más rápido que podÃamos... y por todo eso tuvimos que parar en una fábrica porque ya nos estábamos mojando.
El resto del camino, entre pueblo y pueblo, no nos dio tregua, y la guerra contra el clima era continua. Ya cansados nos detenemos en CalchÃn, donde un cartel nos invitaba a continuar unos 12 Km más hasta Luque. Paramos. El Danny me mira y dice que harÃa lo que yo decidiera. Dudo. Continuamos.
Apenas llegamos a Luque, buscamos alojamiento en la Iglesia que, con su cura de vacaciones, nos invita a ir a la pileta municipal: el agua hervÃa de niños y jóvenes que entraban, salÃan, se volvÃan a meter, jugaban a la pelota, gritaban... y no fue necesario esperar mucho, que apenas estacionadas nuestras bicicletas, se aparecen tres de ellos: MatÃas, SofÃa y Danilo que haciendo las clásicas preguntas, se ofrecen a armar la carpa.

Dudando del quilombo que se podÃa armar con los chiquilines intentando ayudar, les dijimos que sÃ, pero en cuestión de minutos la carpa se encontraba armada, en perfectas condiciones, y ellos felizmente recorriendo el parque de lado a lado con nuestras bicicletas. No tardamos mucho en toparnos con Diego, el bañero, que apenas luego de habernos conocido, ya nos invitaba a quedarnos hasta la fiesta que habrÃa ese mismo fin de semana... De la misma manera, tampoco tuvo que pasar mucho tiempo para encontrarnos con Rossana, la esposa del intendente, que en cuestión de escasos minutos ya nos ofreció la pileta para todas las veces que quisiéramos y la entrada (gracias también a la insistencia de Diego) a la famosa Fiesta de la Familia Piamontesa.
Fue la excusa de una tormenta a la mañana siguiente la que utilizamos para quedarnos en Luque una noche... y dos noches... y tres, cuando finalmente la amenaza parecÃa hacerse real y, en la casa de SofÃa, la familia nos insistÃa que nos quedáramos con ellos. Y asà fue: tras un desarme express ayudado por todos los hermanos de la familia, metimos todo en el inmenso garage.

Al dÃa siguiente no llovió, y lo mismo esa noche, en la que todo el pueblo se unÃa en la fiesta, que simbólica y transatlánticamente unÃa dos pueblos: Luque, en Argentina y Piemonte, en Italia. Desde la bagna cauda hasta las empanadas, desde el cuarteto hasta la tarantela, todo el pueblo parecÃa vibrar al son de la conservación de la identidad, pero también de la consciencia que subyace en la hermandad de nuestras diferencias... tal como nos lo mostraba la familia Rodriguez, que acompañándonos en tal celebración, nos hacÃan sentir suyos, olvidándonos de nuestras diferencias al ritmo que marcaba una ronda de mate.
Las dos noches siguientes decidimos compartirla con Diego, pero no sin antes abrazarnos con todas las fuerzas a la tan hermosa familia que todo nos habÃa brindado: SofÃa, DarÃo, Micaela, Alberto y Alicia, mi mamá cordobesa, que aún entre lágrimas nos insistÃa con su: “¿Seguros que no precisan nada más?”, pregunta que al pronunciarla, juro que se podÃa escuchar en sus ecos una voz conocida y segura, una voz que coincidÃa con la de mi propia madre.

Diego y su familia siguieron con esa hospitalidad de la que tanto nos habÃan hablado de los cordobeses. Entre tardes de piscina, bicicleteada por el pueblo, y charlas, Diego y su familia nos insistÃan en quedarnos, recordándonos el supuesto gualicho que una vez hicieron a la semana en la que se realizaba la fiesta. Según nos cuentan, en sus primeras celebraciones, un grupo de gitanos quiso participar, pero fueron echados rápidamente por la comunidad; entonces, enojados por tal actitud, hicieron una maldición al pueblo, y desde aquel momento, cada año sufrÃa una nueva tormenta en sus albores.
Real o no, este año parecÃa no aflojar, y si bien todos los dÃas parecÃa que iba a llover, aún continuaba sin caer una gota. Pero el séptimo dÃa serÃa el decisivo. Luego de aplazar la partida en más de 3 ocasiones, los pobladores de Luque ya nos saludaban con un: “¡Hola!”, seguido de un “¿TodavÃa siguen por acá?”. Pero ya no más; tiramos una moneda: si salÃa cara, nos quedarÃamos en Luque, de lo contrario, partirÃamos. En la primera tirada, salió sol; en la segunda, sol; en la tercera, sol... ¡y en la cuarta, sol! Asà que como la última vez, desafiando al gualicho que amenazante se aproximaba sobre nuestras cabezas, tomamos nuestras bicis y cargado más de emociones y de recuerdos que de equipaje, partimos rumbo a Córdoba Capital, con cada pedaleada como de nostalgia, con cada pedaleada como de alegrÃa, con cada pedaleada como el primer dÃa.