Argentina nos recibió en ronda, como lo haría en cada pueblo en que paremos. Apenas bajamos las cosas del camión, el dueño de una panadería y unos cuantos empleados, se congregan a nuestro alrededor mientras armábamos las bicicletas. Nos preguntan quiénes somos, a dónde vamos, cuántos kilómetros hacemos por día, y todas las demás preguntas que de a poco vamos aprendiendo a responder.
Luego de despedirnos y almorzar, descubrimos la colorida rambla de Gualeguaychú, esa tan famosa por sus carnavales, su gente, su música y su alegría. No hacía falta que alguien viniera a hablarnos, el sólo hecho de estar sentado bajo la muy preciada sombra de un árbol ya nos decía que era un lugar donde lo que se respiraba era alegría.
Y así nos lo confirmó Cocoi, nuestro anfitrión que de brazos abiertos nos saluda en la mismísima rambla y nos invita a conocer las termas que descansan del otro lado del río.
No fuimos al Carnaval, no tiramos agua en un pomo ni bailamos por las calles de la ciudad, pero puedo asegurar que no fue necesario, que junto al río homónimo al lugar, entre mate y mate que compartíamos con Cocoi, pudimos vibrar al son de la música, esa que se dibuja en la risa contagiosa de cada Gualeguaychense.
2 comentarios:
Excelente relato. Anhelo leer ese libro titulado "de Cicloturista a Gran Burgues" que quizas algun dia sea escrito... jajajaja
Continuen adelante, y me parece bien que luego de tanta "parranda" esten haciendo ahora un "retiro espiritual" en Cordoba.
Abrazos fuertes a los dos!
Jajaja, exacto, estamos de "retiro espiritual", jajaja
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