Como a todos nos pasa, hay días que nos sentimos invencibles, que podemos comernos el mundo y aún así no quedar satisfechos... y hay otros que creemos que es el mundo el que puede comernos a nosotros, y con tan sólo mostrarnos los dientes nuestras piernas tiemblan casi inconscientemente. Hoy es una mezcla extraña de los dos.
A medida que pasan los días y veo el reloj de la cuenta regresiva disminuir sus cifras, comienzo a cuestionarme más y más el motivo de lanzarse en esta aventura. Es natural, supongo. Pienso en todas aquellas relaciones que quedan "truncadas", pienso en la facultad y cómo en algún momento me gustaría terminarla, pienso en mi familia, pienso en mi trabajo... Hoy, sobre todo, pienso en mi trabajo.
Sin embargo, al llegar y hacer las mismas cosas que todos los días, bajo los mismos parámetros los cuales conozco de memoria y puedo recitar de ojos cerrados, me comencé a sentir mejor. Comencé a recordar distintos momentos en los que mi relación con la empresa se vio defraudada, y de apoco comenzó a deteriorarse hasta llegar a la actualidad, esa en la que, como en algunas parejas, seguimos juntos sólo por la costumbre. Recuerdo un día que hablando con un compañero discutíamos esta misma situación; me dijo:
Cuando suceden esas cosas sólo hay dos caminos posibles: cambiar de actitud, o cambiar de trabajo.Por fuera sonreí, pero por dentro reía a carcajadas mientras pensaba en que lo mío sería un híbrido de ambas. Fue allí que pude comerme el mundo.
Un mes, tan sólo exactamente un mes. Todo ya está planeado, las cartas ya fueron repartidas, el plan ya fue trazado; y si bien el miedo ha ido aumentando, también lo han hecho las ganas. No será éste un paso más que el que inevitablemente se iba a dar.
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