25 dic 2011

La Madre Kali

Buscar las alforjas en Uruguay no fue sencillo. En cuanto local preguntábamos no dábamos con las alforjas indicadas: o tenían muy chicas o simplemente no tenían.
- Somos muy pocos, acá no hay mercado -dijo un vendedor; y agrega- quizá encuentren en Buenos Aires
Así que investigamos en Mercado Libre qué tanta variedad había en la vecina orilla. Los resultados no eran demasiado alentadores, pero aún así eran mejores que acá, así que decidimos ir hasta allá. Ahora había que comprar los pasajes:
- No se preocupen, gurises, yo tengo dos pasajes y no creo que vaya a poder ir. Vayan el Danny y vos
- Pa, Germán -digo perplejo ante el generoso gesto de mi amigo-, te los pagamos, boludo, decime cuánto te salieron
- No, no, Diego, dejalo así
- Pero aunque sea uno, ¡es un abuso, bolas! -le digo sintiéndome el mayor aprovechador de la historia
- No jodas, boludo, consideralo mi aporte para el viaje
¡No podía creer que fuera a conocer Buenos Aires y encima gracias al regalo de un amigo! Toda mi vida había soñado en viajar, pero no sin antes recorrer todos los departamentos de Uruguay y haber visitado Buenos Aires. ¡Ésta era la oportunidad perfecta y sólo era posible gracias a la necesidad de buscar alforjas y la generosidad de mi amigo!


Así que en cuestión de sólo 3 días debíamos buscar alojamiento, casas de ciclismo y casas de camping para aprovechar la diferencia de precio y prepararnos para nuestro viaje. Fue entonces cuando me di cuenta que no tenía ni idea de cómo era allá, y en un acto de atrevimiento decido escribirle a Mauricio, un seguidor en Google+ con el que nunca me había cruzado palabra.

- ¿Vos sos de Buenos Aires? -le pregunto por mail sin esperar respuesta
- Si, ¿qué precisabas? -me responde a las horas muy predispuesto
- Mirá, yo iba a estar yendo a Buenos Aires y no conozco nada, quizá puedas ayudarme y aconsejarme qué Hostales hay y dónde puedo comprar artículos de Ciclismo y Camping
Su respuesta no se hizo esperar, y al día siguiente me encontraría con varios mapas de Google Maps con todos los locales, sus teléfonos y direcciones. Inmediatamente le respondo el mail contándole el por qué de mi atrevimiento y expresándole mi enorme gratitud, lo que luego fue derivando en un cruce de mails donde me cuenta que es un monje de un templo hindú llamado "Ramakrishna" y nos invita a almorzar el Domingo, ya que justo tendrían un festival de danzas étnicas. Evidentemente aceptamos.

Tras pisar suelo argentino y aprovechando que era nuestro único día hábil completo en la gran capital, recorrimos cuanto local Mauricio nos había indicado... Sin embargo, la noche nos encontraría muertos de cansancio y desanimados, ya que a pesar de haber recorrido medio Buenos Aires a pie, no encontramos ni una sola alforja, y todos nos decían que "estaba bravo". Así que ganados por el sueño decidimos apelar a nuestra última esperanza: una vendedora de Mercado Libre al que supuestamente le estarían llegando alforjas el Lunes por la mañana.

El día siguiente pasó entre compras y algo de las clásicas vueltas turísticas, hasta que llegó el Domingo, donde la ansiedad nos obligó a levantarnos temprano y tomarnos el tren rumbo al Centro Ramakrishna Vivekananda de Buenos Aires ↗.

En el centro nos recibe un hombre de piel mulata y pelo canoso. No precisaba hablar demasiado para que su amplia sonrisa denotara la falta de maldad y su saludo bonachón lo confirmara: "Soy Diego, de Uruguay, amigo de Mauricio, ¿él está?" le digo un tanto tímido.

Ricardo (como luego nos enteraríamos se llamaba), nos hace pasar e inmediatamente nos presenta ante las personas que pasaban de un lado a otro mientras que en un salón aledaño se escuchan los cánticos de una ceremonia. Mauricio no tarda en aparecer: flaco, con su túnica blanca y su mirada serena transmite una paz que al instante te hace pensar que no estábamos allí por casualidad.

- ¡Diego! Yo soy Mauricio, es un gusto conocerte. ¿Vos sos Danny? -pregunta saludando a mi amigo- ¿Cómo están? ¿Llegaron bien? ¡Siéntanse bienvenidos!
- ¡Ah! ¿Ustedes son los que se van a bicicletear por América? -dice Ricardo dejando ver que ya habíamos sido tema de charla en el lugar
- Si, si... Si Dios quiere nos vamos el 03 de Enero -dice el Danny
Ricardo sonríe e inmediatamente llama a un par de personas que andaban en la vuelta, y casi sin quererlo, se arma un interesante debate sobre el por qué hacer una travesía como esa. El Danny explica que se trata de ver la vida de otra forma y también de demostrar que las cosas pueden hacerse de otra manera, "escapando al sistema"... Y fueron esas las palabras mágicas para que el debate se avivara aún más, hablando sobre lo que se entiende por sistema y cuán subjetivo es ese sistema para cada uno. Después de todo, según Ricardo y Ezequiel (otro de los grandes debatientes), todos necesitamos algún tipo de esquema sobre el cual movernos.

Luego de largo rato, Mauricio nos indica que podíamos pasar a servinos el almuerzo, el cual constaba de varias comidas bastante exóticas dispuestos sobre una mesa para que vayamos eligiendo a gusto. Mientras lo hacemos, charlamos con Tomás, un muchacho de 24 años con el que me identifiqué bastante. Tomás nos contaba sobre su amor por viajar y cómo su carrera no era su vocación. Según él, nunca había tenido la valentía suficiente como para largar todo e irse en un viaje como el que pretendemos hacer, pero a la vez, nos contaba sobre sus innumerables experiencias que, siendo convencionalmente largas y subjetivamente cortas, mostraban una intensidad increíble, que acumuladas en el suelo fértil de sus pensamientos, daban grandes frutos de un rico mundo interior. Me llevó bastante tiempo darme cuenta de ello, pero no demasiado como un almuerzo para decírselo: no se trata de dejar todo por un buen tiempo, se trata solamente de la calidad de ese tiempo, y no hay que hacer más que decidirse a hacer lo que a uno le hace feliz, aunque eso no haga particularmente feliz a los demás.

Ya avanzada la tarde, damos una mano en la decoración del escenario donde un grupo de gurises de nuestra edad estarían haciendo distintos bailes hindúes, mientras el Danny descubre, por accidente, que un amigo de su adolescencia era primo de una de las bailarinas.


Cuando todo estuvo pronto, el Sol sentado en última fila mucho más atrás que nosotros, iluminaba los rostros felices de los artistas, que sin esperar nada a cambio, entregaban sus sentimientos a Kali, la madre, quien según ellos estaba en todos y en todo y era a quien le rendían homenaje. Sus bailes, sus voces, sus instrumentos y sus colores se mezclaban con el cantar de los pájaros, mientras una brisa apenas suave acariciaba sus largos atuendos. Tras cada actuación, el público estallaba en aplausos, agradecido del regalo que le hacían a Kali... y también a ellos...

Tras finalizar el espectáculo, decidimos irnos, pero la buena onda y la charla animada nos seducía hasta el último momento, por lo que nos quedamos hasta la cena, para luego volver junto a Mauricio y una pareja amiga, mientras ella, con su edad avanzada, se transformaba hasta su juventud para regalarnos en el brillo de sus ojos, sus momentos de mochilera por Perú...


¿Y sobre las alforjas? Bueno... Al Danny no se le ocurrió mejor idea que volver a preguntar si por esas casualidades les habían llegado alforjas donde ya habíamos estado:
- ¡Justo anoche entraron estas!
Las mismas que en Mercado Libre. Más baratas. Bien grandes. Impermeables. Y con Kali en ellas.

Bici-citudes

Mucha gente dice que cuando algo sale mal la primera vez luego es difícil de que salga bien. Para mí no hay mentira más grande. Si uno es lo suficientemente tenaz y perseverante, es posible aprender de los errores cometidos para que no vuelvan a suscitarse, y aún así, si sucede, uno ya conoce la forma más rápida y eficaz de actuar. Y luego... luego sólo queda la anécdota divertida. Ésta es una de ellas... O mejor dicho, dos.

Un tropezón es caída
Ya con el Danny en Uruguay, nuestra principal prioridad fue definir qué bici utilizar para el viaje. De los tres modelos que habíamos considerado, uno se vio rápidamente descartado por un tema de costos, ¿y qué mejor forma de decidirse entre los otros dos que probándolos? Es así que aquella tarde nos presentamos en el que luego se transformaría el local de cabecera, y tras hablar con la vendedora, partimos felizmente con la Specialized Crosstrail y la Specialized Hardrock, yo en la primera y el Danny en la segunda.

Al comienzo rumbeamos a la rambla de Carrasco, donde las probamos a más no poder. La experiencia era nueva para los dos, ya que se suponía nuestra primera vez pedaleando juntos como un equipo. Arrancamos hacia el Este, pasando por el viejo Hotel y llegando a Parque Miramar casi hasta el Parque Roosevelt. Allí tomamos calles de pedregullo con hermosas casas a sus costados, los cuales distraían la vista a la vez que permitían probar los derrapes; lo que lo transformó en el escenario ideal para después de un rato intercambiar las bicicletas.

La Crosstrail con su rodado 28 y su cubierta híbrida resultó responder bastante bien al valastro, aunque no tanto como la Hardrock, que al ser una bici de montaña rodado 29, ofrecía un excelente agarre; sin embargo, en ruta la otra se sentía más cómoda y ágil, por lo que la decisión resultaría basada más bien en la mayoría del terreno en el que andaremos (es decir, ruta).

Rumbo a la tienda que nos prestó las bicis, manejábamos nuevamente por la rambla de Carrasco intentando subir a la peatonal costera y así evitar el atestado tráfico. Dado que en ese momento veníamos en contramano, el Danny ágilmente salta el cordón de la vereda continuando el camino, mientras, yo, en un gran acto de iluminación deportiva, lentamente rozo el cordón de forma paralela, derrapando y saludando al suelo muy de cerca.

Lo primero que hago es examinar sin éxito la bici en búsqueda de rayones, y luego mi cuerpo, encontrando una rodilla totalmente ensangrentada. Tras lavarme en el Río de la Plata y dirigirme unos kilómetros, decido desinfectarme  en la casa de una conocida que, bajo su ausencia, hacía que sus integrantes me observaran desconfiados.

Llegando al local y disimulando el dolor que de a poco se hacía presente, entrego la bici y me retiro, riéndome de forma culposa frente al Danny mientras no dejábamos de observar el hecho de que siendo la primera vez que salíamos juntos yo ya estuviera metiendo la pata.

Cuando falta el aire
Luego de una no muy larga discusión, nos terminamos decidiendo por la Crosstrail, así que a los pocos días nos estaríamos reencontrando en el dichoso local. Una vez allí nos informan que sólo poseen un ejemplar de la bici, por lo que tendríamos que esperar una importación para tener la otra. Sin embargo, cuando ya me estaba desanimando, nos dicen que pueden prestarnos una para ir practicando.

Es así que una tarde de mucho calor y con el Danny disfrazado de ciclista y yo de gaucho, partimos desde Portones hacia Las Piedras: él con su flamante Crosstrail y yo en una Sirrus de préstamo. El tránsito era un infierno, pero no teníamos forma de esquivarlo hasta mi casa, así que entre ómnibus que nos apretaban y semáforos en rojo llegamos hasta Millán y Garzón, donde abrazados por el calor y empapados en sudor, decidimos detenernos a tomar agua fresca e intercambiar las bicis.

Retomar el polvoriento camino nos hacía sentir poderosos otra vez. Quizá no estuviéramos en las mejores condiciones (climáticas y físicas), pero la llevábamos muy bien y nada parecía indicarnos que Las Piedras estaba tan lejos como pensábamos... Hasta que faltó el aire, y no fue el nuestro, sino el de la rueda trasera de la Sirrus.

Pasando Colón, el Danny se percata de que algo no andaba bien y nos detenemos. La rueda trasera estaba completamente desinflada y no quedó otra que quedarme con la bici sin su rueda mientras el Danny rastrillaba el desconocido territorio de Colón en búsqueda de una gomería... Y antes que alguien pregunte lo mismo que el gomero: no, no teníamos herramientas.

Al llegar finalmente a nuestra meta, salta la ironía: la segunda vez que salíamos juntos y con problemas... pero inmediatamente la idea se eclipsa con la alegría: después de año y medio de planeación al fin estábamos pedaleando juntos.

 
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