21 ago 2011

La única diferencia

Una vez me preguntaron:
¿Qué harías si el mundo se acabara mañana?
e inmediatamente un torrente de ideas y actividades emergió ferozmente de mi cabeza. Largo rato estuvimos discutiendo sobre a quiénes veríamos, las cosas que haríamos o las actividades que realizaríamos, pero todo quedó en una idea, loca y suelta, tirada en un momento de ilusión colectiva.

Años tuvieron que pasar para que alguien me cambiara ligeramente la pregunta y me hiciera ver las cosas un poco diferente:
¿Y si salimos y hacemos esas cosas como si el mundo se acabara mañana?
Se que la pregunta suena un tanto fantasiosa, podríamos decir que haríamos esto o aquello, y que la pasaríamos fenómeno porque, ¿qué sentido tiene desperdiciar el poco tiempo que nos queda? Bueno, ahí es cuando me puse benevolente y dije: "Bueno, este viaje no tiene fecha aún, pero será sin dudas antes de fin de año. Muchas cosas dejaste de lado por disfrutar ahora, así que ¿por qué no hacerlo?".

Fue así que casi comencé a comprimir todas esas vivencias memorables sólo porque había una fecha fijada, sólo porque sabía que había caducidad... Claro, sabía que esa era una fecha determinada, pero tuvo justamente que suceder que existiera una fecha para que comenzara a hacer todas esas cosas, pese a que de antemano sabía que ese tiempo se iba a acabar. Y aquí es cuando el paralelismo más peligroso se me vino a la mente: ¿No es acaso la vida misma de igual manera? Es decir, si nos aseguran que nos queda determinado tiempo de vida, ¿no intentaríamos hacer todas esas cosas que dejamos pendientes?

Claro, esto no es más que un caso hipotético, en la realidad pocas -muy pocas, por suerte- veces eso sucede, ¿pero no es eso peor? Si no sabemos a priori cuál es ese -nunca mejor dicho- deadline, ¿por qué no ir haciendo esas cosas de a poco? ¡Pero sin postergarlas!

En mi caso, sin embargo, ese deadline existe, porque en un viaje de estas características uno nunca sabe qué es lo que sucederá siquiera en una semana, ¡mucho menos cuando acabe! (¿o debería escribir cuándo acabe?), y esto comienza a accionar una especie de alarma sobre las cosas que uno no quiere dejar pendiente. Es ahí cuando se decide a pasar más tiempo con su familia, con sus amigos, con la gente en general, disfrutando de cada instante así sea de enojo... Y con esa misma idea en la cabeza una tarde me enfrenté a un concepto mucho más profundo.


¿Qué tal si por profundizar en todas esas relaciones no termino dañando a otros o a mí mismo? Si yo se que me quedan algo así como 4 meses en Uruguay, ¿tiene sentido alimentar las relaciones, hacerlas más profundas y significativas? Al hacerlo, estoy gestando un gran dolor que nacerá al momento de irme, estaré haciendo que aquellas personas que se hayan encariñado (de la nada o más) conmigo sufran en cierta forma por la partida... y yo también. Comenzaron a surgir preguntas como: "¿Convendría mejorar mi relación con tal o cual sabiendo que es sólo por unos meses?", "¿Convendría sentir que más personas son mis hermanos si se que no les veré por un período de tiempo indefinido?", "¿Convendría incluso enamorarse?".

Luego de quedar unos instantes en blanco mirando un punto muerto, recordé mis propias palabras, aquellas que indicaban que esto es como la vida misma y que la única diferencia es que yo se cuándo voy a partir, pero que en ambos casos irremediablemente eso sucedería. Y la pregunta se transformó en ¿de qué sirve entonces en la vida misma alimentar cualquier relación? Me asusté:
- ¡Necio! ¡No podés ser tan necio! -me decía a mí mismo y me dí un golpe seco en la frente con la palma de la mano-. ¡¿Cómo voy a preguntarme una cosa de esas?! ¡Si justamente sirven porque forman parte de la esencia misma de la vida! ¡Los vínculos son vida: ellos nacen, crecen y a veces mueren, pero siempre te harán sentir que es vida lo corre por tu sangre! ¡Claro que hay que alimentar las relaciones, claro que hay que disfrutarlas, vivirlas y aprender de ellas! Y llegado el momento... sólo llegado el momento, abrazarlas bien fuertes en la partida

Ahora ya podía ver por la positiva ese paralelismo entre la vida y este período de tiempo, ese paralelismo entre saber y no saber una fecha pero estar seguro de que ese momento, más tarde o más temprano, inesperado o no, vendrá... y que cuando lo haga será implacable.

Una vez lo había leído, pero recién ahora lo entendía:
La única diferencia entre un sueño y un objetivo es una fecha

Detrás de la curva

De chiquito los sueños más disparatados siempre parecen alcanzables. Recuerdo que cerca de mi casa, en la quinta, pasaba una vía de tren que guiaba mis sueños hasta la próxima curva y que, una vez alcanzada, me invitaba a continuar recorriéndola. Fue así que muchísimas tardes y ya cerca del atardecer (y la supervisión del adulto de turno, por supuesto) llegaba a un lugar nuevo, me apartaba de la vía e investigaba el lugar. Luego, y al grito de "¡Retirada!", aplazaría mis exploraciones hasta la próxima expedición.

Sin embargo, lo que nunca se hacía esperar eran mis maratónicas corridas desde el frente de casa hasta la vía cuando escuchaba a un tren silvar a lo lejos. Agitado y con las piernas todas rasguñadas de tropezar con cuanta rama había en el camino, llegaba hasta aquel monstruo metálico y le saludaba alegremente, mientras pensaba que de grande alguna vez llegaría a dominarlo y así recorrer todas aquellas curvas misteriosas hasta que no quedara ninguna.

Pocos años después vería mi sueño hecho realidad, cuando en la Estación Grl. Artigas (actual "Estación en decadencia Grl. Artigas") me estaba aprontando para subir al tren y mi viejo se encuentra con un antiguo compañero de la escula. Yo no prestaba atención a aquella charla y aunque lo hubiese hecho, seguramente no recordaría los pormenores, porque todo lo que importaba era que ese señor se transformaría en breves instantes en mi reflejo cuando le dijo a mi viejo que él era el chofer de ese tren y, guiñando un ojo, me haría la irresistible oferta de acompañarlo en la locomotora durante todo el viaje.

Una vez finalizado el recorrido ya en la estación y con los pies temblando de emoción me di cuenta que quería un poco más, y a partir de entonces mi sueño sería recorrer los 19 departamentos del país.

Muchos años pasaron sin que me diera cuenta de que de a poco estaba cumpliendo ese sueño y que ahora sólo dos departamentos eran los que me quedaban en la lista. La primera vez que me percaté de eso fue este año cuando, organizando mi último viaje por el interior con mi hermana, nos diéramos cuenta de que Rivera y Cerro Largo quedaban bien cerquita. Así que aprontamos las mochilas y nos trazamos el recorrido bajo la consigna de que nada debe apurarse y que si se daban las cosas, quizá podríamos conocer la Laguna Merín.

Al principio rumbeamos a Tacuarembó, donde unos amigos que habíamos conocido el año pasado nos ofrecieron su casa y su compañía. Con ellos recorrimos algunos pendientes, festejando el encuentro con un asado sobre el Chorro de Agua Fría y su posterior escalada al Batoví como postre. Más tarde, nos meteríamos de lleno al Departamento de Rivera, conociendo el Valle del Lunarejo desde la cima de uno de sus cerros y bajo un paraguas.

El resto del viaje lo hicimos solos, en ómnibus, a pie, y hasta en una camioneta de bomberos que apiadados de nuestra situación (quedar varados en Cuñapirú) nos aventaron hasta la ciudad de Rivera. Y luego sí... cuando vimos que sólo quedaba Vichadero, decidimos tomarnos un ómnibus y así conocer Cerro Largo.

En Melo nos sorprende la casa de Juana de Irbarborou, donde la famosa higuera se encontraba muerta pero gestando desde sus entrañas su futura descendencia. Luego de recorrer la posta del Chuy y Río Branco, decidimos desembarcar en lo que sería la última parada... aquella no propuesta y aún así más grande: La Laguna Merín.

La Laguna Merín nos guardaría un montón de sorpresas entre sus grandes lenguas de arena que permitían apreciar el paisaje desde lejos, los windsurfers y la tortuga "Popeye" que mi hermana descubriera caminando en un área protegida privada. Pero la mejor de todas, vendría al día siguiente.

Gracias a la "Guambia" (otra fiel compañera de viajes), mi hermana descubre la mejor manera de dar por finalizada una travesía como ésta señalando con el dedo una página bastante dañada.
¿Te da para recorrer en avioneta? -preguntó
Horas más tarde y desde lo alto terminaríamos de desnudar al Uruguay a través de un espejo de agua azul.

Bajo nuestros pies, los canales de agua y las siembras de arroz nos harían recordar a Treinta y Tres, los bañados a Rocha, el campo verde a Colonia, la playa a Canelones, el cielo abierto a Durazno y, a esta escala, el pueblo a Montevideo...

Pocas fueron las fotos que sacamos, porque ambos coincidíamos que lo importante era disfrutar ese momento, y el piloto parecía así respetarlo en su silencio hasta que levantando la voz y apuntando con el dedo índice nos dice:
- Allí es la Punta Muñiz, el punto más Oriental de la Patria
Yo sólo podía concentrarme en qué habría detrás de esa curva.

14 ago 2011

Oh, the people you'll meet!

Los siguientes paseos con Andrés no serían quizá tan pintorescos como el primero que le recibió en nuestras tierras, pero sin dudas me haría conocerlo mucho mejor. Andrés no era un personaje como cualquier otro, y su vida estaba llena de inflexiones. Según me contó mientras recorríamos las antiguas calles de Colonia, había estudiado porque había que hacerlo, pero no porque realmente le gustara. Se había recibido de Abogado y había trabajado en el Banco Santander allá en Colombia. Había recibido su título y había actuado según se esperaba de él, ascendiendo en la empresa de forma tal que terminaría conociendo lugares como New York. Sin embargo, él quería conocer la vida de una forma más simple, tener una acercamiento distinto que le permitiera estar más en contacto con lo que realmente somos.

Bajo esa idea poco definida, un día decidió que no iba más, renunció a su cómodo puesto en el banco, y decidió irse a vivir a un pueblito llamado Barichara, curiosamente ubicado en la provincia de Santander. Allí se compró una casa de 200 años que se dedicó a restaurar y que le serviría como centro logístico para su nueva y principal afición: contemplar la naturaleza acompañado de un buen libro.

Cuando la curiosidad pudo más, Google Earth nos ayudó a ubicar el lugar y mirar algunas fotos:
- ¿Ves? Por acá queda mi casa... Y acá está la iglesia. Es muy bonita -nos decía mientras señalaba el mapa y nos contaba de la gran cantidad de turistas que visitaba el pueblo-. Es un pueblo muy particular, muy bohemio, está lleno de artesanos y aunque no lo creas... -me dice riéndose- ...van muchos ciclistas que recorren América. Están más que bienvenidos cuando quieran visitarme" nos dice dejando la invitación abierta.

Mientras observaba las fotos de su casa me percato de que la cocina no tiene pared.
- Es que allá no hace frío, entonces no pasa nada con que no tenga pared. De hecho, la ducha queda afuera. Yo me baño mirando el cielo -me dice
La siguiente pregunta era inevitable:
-¿Entonces por qué venís para acá? ¡Es tan lindo allá!
- Es que aquí me gusta mucho cómo es la gente. Es muy simpática y muy sana. Tienen un país muy tranquilo y no se... pero quizá me compre algún campito y haga algo por aquí en algún pueblito del interior... ¿Sabes? Admiro mucho lo que ustedes van a hacer. Allá en Barichara tengo un amigo que tiene 18 años y lo admiro mucho también, él hizo de su vida lo que realmente deseaba, y ahora hace artesanías. Quizá yo también haga algún curso de cerámica aquí...


El silencio se transformó en algo prolongado mientras observábamos las fotos. Con mi amiga presente nos miramos y pensamos, sin decirnos nada, que la vida para Andrés era simple, sin ataduras, sin grandes aspiraciones materiales, quizá, justo tal como debería ser...

7 ago 2011

Avô Fogo

Es increíble cómo uno camina por las calles de su ciudad como si se tratara de una danza perfectamente sincronizada que ejecutamos de memoria. En Montevideo me es común pasar por la Ciudad Vieja sin prestarle atención a nada más que los transeúntes para no chocarme con ellos. A la Facultad de Arquitectura me es fácil entrar sin prestarle más atención que a la cantidad de escaleras que tengo que subir. Ir del Parque Rodó a la Rambla no me es más complicado que esperar el momento justo para cruzar una infernal carretera a plena hora de la tarde. Caminar por el Centro o por Bulevar Artigas nunca me demandó más que prestarle atención a los semáforos.

Sin embargo, la llegada de Andrés me haría ver con ojos diferentes todos esos detalles. Ya me había pasado en realidad el levantar la vista y observar tal o cual detalle y quedarme un rato impactado por habérseme pasado desapercibido tanto tiempo, pero de todas formas nunca me había dedicado realmente a observar: abstraerme un rato de todas aquellas personas y presionar por un momento mi cronómetro mental que los eliminaba de la escena, dejando visible solamente las esencias que forman parte de nuestra identidad: la arquitectura acariciada por una rama de un árbol que a su vez era acariciada por el viento y me hacía recordar a un tema de Drexler en el que me susurraba que todo se transforma; un mate invisible que se paseaba por la calle mientras que un termo, suspendido en el aire, cada tanto le daba aliento cuando éste se sentía vacío; una pelota de fútbol, que rebotaba de lado a lado en la calle; y una cuerda de tambores, allá a lo lejos, que resonaba en los ecos de los pasillos del Barrio Palermo.

El primer día, un dos de Febrero, era un día aún más particular, pues, se realizaban las ofrendas a Iemanjá. Luego de acompañar a Andrés a su futuro hogar por los próximos dos meses, le dejé para asentarse luego de proponerle ir en la tarde a la Rambla Presidente Wilson para así presenciar tal evento.

Al llegar, con el sol despidiéndose tras el agua como de costumbre, Andrés no dejaba de transmitir júbilo y asombro por nuestro legado. La escena parecía sacada de un documental de la National Geographic: hombres y mujeres reunidos en cantos de frente al mar confiaban sus oraciones, mientras otros hablaban con el Pae de turno, quien les adivinaba el futuro y les informaban de diferentes presagios. La historia que yo conocía era poca, y era sólo de lo que escuchaba de rebote aquí o allá, por lo que me acerco a un hombre quien me explica más o menos de qué se trataba todo. Le conté sobre la visita que me acompañaba y más entusiasmado aún, comenzó a contarnos sobre los rituales, las ofrendas y los bailes.

- ¿Ves allí que están bailando? -le preguntaba a Andrés-, Bueno, esa que tiene la cabeza hacia abajo y la cara tapada por los pelos está poseída por un espíritu. La cuerda que está alrededor es para que no se escape, y el hombre es el que la guía en sus bailes. Hay gente que no cree en todo esto, yo la verdá que no se, pero sí se que cuando precisé ayuda, Iemanjá estuvo. ¿Sabés quién es?
- No
- Iemanjá viene de todas esas leyendas de los esclavos africanos, los mismos que nos dieron el candombe. Ellos cuentan que es la diosa del Agua, que se le apareció a unos marineros cuando estaban naufragando y los salvó. Vos podés rezarle y pedirle diferentes cosas, no significa que te las vaya a cumplir, pero si lo hace lo mejor es que le des una ofrenda. Ella es muy coqueta, le encantan los vestidos, las joyas... como toda mujer, ¿viste? Y a mí me ayudó... bueno, a mi hija en realidá, ella tenía problemas para caminar y ahora está mucho mejor, entonces lo que hacemo es unos pozos en la arena, ponemos velas y le damos nuestras ofrendas al mar en barquitos hechos de papel o de espuma plast. Si la ofrenda vuelve, no fue aceptada, pero si no lo hace, entonces podés estar tranquilo

Una vez llegada la noche, el ambiente era mágico: la playa estaba minada de pequeños y grandes pozos con velas encendidas, que iluminaban la arena tornándola brillante como el oro. En el agua, se veían un montón de pequeñas luces perderse en el horizonte, mientras las olas, tranquilas y suaves, musicalizaban el ambiente que se tornaba serio y solemne, pese a la cantidad de curiosos como nosotros que andaban en la vuelta. Y es que sin dudas, todos al final nos terminábamos identificando... quizá, vinculados por aquel lazo antiguo a lo desconocido y lo místico, lo mismo que en su momento nos unió al fuego en alguna cueva y ese día nos unía a las velas en alguna playa.

Pintando

Todavía recuerdo la primera vez que me puse a escribir. Tendría unos 17 años y fue a raíz de lo que nosotros llamábamos una "Oración". En aquel entonces todavía creía en Dios y bajo su nombre con unos amigos estábamos intentando comenzar un nuevo Oratorio en Las Piedras. Al principio era un caos porque no teníamos nada definido más que la infraestructura de la capilla, por lo que a veces las reuniones eran largas y tediosas terminando en lo que, a mí parecer, era el momento más interesante: la Oración. En ella cada uno proponía una reflexión y la vinculaba con la creencia que nos movía. Fue así que un día me tocó armarla a mí y, pensando en hacer algo diferente y no una de las tantas "reflexiones predefinidas" que ya conocíamos de memoria, fue que escribí un cuento... A partir de entonces no paré.

La experiencia de plasmar en palabras lo que pensaba o sentía me ayudaba a armarme de conceptos, a vincularlos y darle vida al ponerlos tras una secuencia. No demoré mucho en abrir mi primer blog, Al filozafando ↗, el cual mantuve activamente por algo más de tres años. Escribía (tanto antes como ahora) para mí y lo publicaba por si a alguien le interesaba, por si a alguien le servía de algo... Nunca esperé la respuesta que tuve. No pasó demasiado tiempo que varios comentarios de personas que no conocía aparecían en mi correo, algunos que incluso me asombraban, dándole lecturas diferentes pero igualmente válidas a las historias, o que me emocionaban, al contarme que vivieron momentos similares y se sentían identificados con los personajes que yo inventaba.

Tiempo después, acorde a procesos personales naturales, decidí dejar de escribir historias ficticias y comenzar a escribir historias reales teniendo como inspiración los recientes viajes al interior del país. Así nació Pintando pájaros ↗, un blog anecdotario del Uruguay. Sin tanto éxito popular como Al filozafando, el concepto de Pintando pájaros me atraía mucho más, por lo que le ponía más y más empeño... después de todo, lo escribía para mí... O al menos eso creía, porque ese blog me guardaría muchas más sorpresas de la que podría imaginar.

La primera de ellas era, viéndolo en perspectiva, que sería un trampolín para Buscando el Norte, pero más importante aún, un trampolín para la aventura que tanto ansío vivir. Y la primera manifestación de esto vino de la mano del Danny que tras la lectura de ese mismo blog fue que supuso que yo sería la persona indicada para un viaje como éste y decidiera así proponérmelo hace ya algo más de un año. Otra de las sorpresas llegaría desde Colombia.

Mi primer contacto con Andrés fue un comentario a una publicación sobre Cabo Polonio ↗, post clave que marca un antes y un después tanto en esto de los blogs como en mi propia vida. Andrés me comentaba que planeaba un viaje a Uruguay aunque no sabía cuándo ni cómo, pero que tenía muchas ganas de establecerse y armar un ranchito sencillo donde dedicarse a la contemplación y la lectura.

Varios correos siguieron a aquel primer contacto en los que discutimos sobre facilidades y consejos de viaje en Uruguay, hasta que un buen día me encuentro con un último mensaje que me llenaría de orgullo y responsabilidad:
Hey Diego...quería compartir contigo que -entre mi propia motivación y la que encontré leyendo tus crónicas de viaje- aproveché una oferta de LAN y me compré el billete para Montevideo donde estaré instalado el próximo febrero por un periodo de dos meses!! En serio te digo que tu blog entre otras fuentes me inspiró resto. Aparte de un paseito por la Patagonia argentina seguro que visitaré alguno o algunos de los destinos que has reseñado. Me pondré en contacto contigo pues dudas no me faltarán, pero espero no convetirme en un amigo virtual muy molesto jejejeje. Saludos, Andres
Al principio ese mensaje también me dio un poco de miedo, ya que lo que yo escribía era mi propia visión de la vida que bien podría diferir de la de los demás. Pero más sorpresas me estaría llevando la mañana que sin conocerle fui a buscarle al aeropuerto. 

 
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